La portada de mañana
Acceder
Sánchez ofrece replicar el diálogo social de la pandemia para responder a Trump
El Ministerio da tres años a las universidades existentes para adoptar los requisitos
EEUU sube la barrera: el regreso del proteccionismo global. Opina Alberto Garzón
Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

De roles para los que no se aprende, indianos y carnaval

0

A través del proceso de socialización las personas van incorporando las normas, los valores y la cultura de la sociedad en que les ha tocado vivir, de manera que, hasta no hace tanto, cuando le preguntabas a una criatura qué le gustaría ser de mayor su respuesta te hablaba no sólo de las profesiones y ocupaciones sociales más valoradas, sino también de lo que en cada sociedad se pensaba que podía permitirse a cada quien. Hace 100 años muchas niñas decían que querían ser maestras o enfermeras porque, aparte de madre, ésos eran de los pocos roles que se consideraban aceptables para una mujer. Entonces los niños que eran hijos de jornaleros sabían que no podían decir que de mayor querían ser “señoritos”, porque ése era un puesto que se ocupaba por cuna, a lo sumo podían soñar con hacer las américas y volver convertidos en indianos. Aun corriendo el riesgo de idealizar el pasado, lo cierto es que las sociedades tradicionales generaban una cierta concordancia entre las expectativas que creaban en las personas y las posiciones que les tocaba ocupar. Y esto puede aplicarse tanto a la estratificación social como incluso a aspectos que pueden parecer más anecdóticos, como puedan ser el aspecto físico y el amor. Quizá en los pueblos de antes las niñas bonitas sabían que eran niñas bonitas, y que ése era un as en la manga con el que contaban a la hora de lograr un buen casamiento, y así alcanzar una buena posición social, mejorando quizá la de sus padres. Quizá en los pueblos de antes el feo del pueblo sabía que era el feo del pueblo, y que eso condicionaba sus opciones. Hay roles para los que se aprende: ser jornalero, o señorito, zapatero, o mecánico, madre o padre. Pero también hay roles para los que no se aprende, que se acaban ocupando por un azar del destino y para los que nadie te prepara: parado(a), solterón(a) o divorciado(a), entre otros.  

En los últimos años nos ha llegado de América una cultura muy distinta. Ahora, nos dicen, “nada es imposible”. Todo puede lograrse si de verdad te empeñas en ello, si de verdad lo crees. El destino, nos dicen, no es cuestión de suerte: tu destino te lo creas tú. Si no estás donde querrías estar sólo hay una persona a la que culpar: tú. Desde Michel Young a Sandel, pasando por Piketty, no son pocos los autores que denuncian la prepotencia de estas nuevas clases dominantes, que se legitiman a través de la meritocracia. Antes el señorito sabía que, como decían las monedas, lo era “por la gracia de Dios”. Los aristócratas se creían superiores, y veían esa superioridad como resultado de un orden divino lo que, a veces, les lleva a tratar con cierta misericordia a quienes no habían tenido tanta suerte en la vida. Ayer vi en un periódico una foto de la toma de posesión de Donald Trump como presidente. Estaban Zuckerberg de Metta, Bezos, de Amazon, Sundar Pichai de Google o Elon Musk. La nueva clase político- empresarial recorta drásticamente el gasto público y quiere eliminar las paguitas, porque, ya se sabe, cada quien tiene lo que se merece. Si te toca un cáncer, y tienes que pagar un tratamiento de cientos de miles de dólares, el problema es tuyo por no haberte convertido en multimillonario. Porque nos lo dicen en la tele, en los libros de autoayuda y en las películas de Hollywood: “nada es imposible si lo verdad lo deseas, y lo que tiene a tanta gente atada a la pobreza y la enfermedad son sus pensamientos negativos”. Ciertamente, es posible que tengamos ahora sociedades con mayor movilidad social que antes, y que se pueda llegar a señorito sin ser hijo de señorito. Pero una sociedad que hace creer al 100% de la población que puede llegar al 10% superior de la distribución de la riqueza no sólo demuestra que no sabe estadística: también genera una inmensa frustración. Y con tanto resentimiento vamos camino de cargarnos no sólo nuestra sociedad sino todo el planeta. 

Un amigo me contó una vez la historia de una expresión popular en su pueblo: “es más feo que los hijos de Ceferino”. Ceferino era el quinto hijo del zapatero del pueblo. No tenía nada que heredar y, además, era muy feo. Sabía que sus posibilidades de casarse y de tener familia en el pueblo eran pocas, así que se fue a hacer las américas. La cosa le fue bien, así que volvió con guayabera y una maleta llena de billetes, y acabó casándose con una de las niñas más monas del pueblo. Pero los hijos de Ceferino, que con el tiempo heredaron de su padre la riqueza, no heredaron de su madre la belleza. Y el pueblo, que no podía dejar de reconocer su riqueza, al menos les hacía pagar su falta de belleza: “so más feos que los hijos de Ceferino”. Hay roles para los que se aprende: le preguntas a las criaturas y te dicen que quieren ser azafatas, médicos, enfermeras, pilotos, bomberos, policías, futbolistas, militares, curas y monjas. La vida es un carnaval. También hay roles para los que no se aprende y los tienes que desempeñar porque te tocan: madre soltera, tonto o feo del pueblo, divorciado o el pringado que nunca se ha casado. En la sociedad tradicional el carnaval era un período en que se invertía el orden social. Ves las noticias y quieres creer que vives en un Carnaval. Pero ya no se invierte el orden, ahora nos convencen de que cada quien ocupa el lugar que merece en la estructura social, y no te puedes burlar de los hijos de los ricos diciéndoles que son feos. No me extraña que la gente añore el carnaval tradicional.  

Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Etiquetas
stats