El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
No sé si es empatía o enfermedad, pero suelo sentir nostalgias que no me corresponden. Nostalgias de otros. Es una frase que sirve para comenzar un artículo, pero también para presentarse en un grupo de terapia.
Si desde niño has sido nostálgico, te agarras a un clavo ardiendo para ejercitar esa melancolía de la pérdida. Para quien ha experimentado nostalgia pongamos a los seis años –que ya me diréis qué nostalgia y de qué se puede tener a esa edad– cualquier excusa es buena. Una de las posibilidades más a mano es la de sentir nostalgia por cosas de la vida de otra persona. Esas nostalgias son maravillosas y, no os creáis, pueden doler tanto como las propias.
Imaginad que vais a una boda (sois invitados de la novia) y que los amigos del novio (no los conocéis de nada) han preparado uno de esos momentos lacrimógenos en los que empiezan a proyectarse imágenes mientras suena la de ‘Son mis amigos’ de Amaral (ya sé que tiene otro título, pero es para entendernos). Allí empiezan a aparecer fotos del colegio, de la peña en las fiestas del pueblo vomitando casi, de un verano con granos en la playa... Bueno, pues cuando yo veo eso pienso que pude ser perfectamente uno de ellos y no puedo evitar las ganas de llorar añorando esos días. Añorando esos días que no viví, pero que duelen.
Imaginad que cierra un bar después de cuarenta y dos años. Imaginad que ha sido un bar muy importante en el lugar en el que está. Imaginad que vais el último fin de semana en el que abre. Seguid imaginando que el bar está lleno, que hay varias generaciones –a veces de una misma familia– que cuentan lo que han vivido allí, imaginad que se baila desaforadamente para engañar a la tristeza. Imaginad que han llenado una pared con fotografías llevadas por la gente, imaginad que también se cuelgan textos, que se cantan canciones, que se leen poemas. Imaginad que he estado en el bar viendo todo eso. No crecí tras su barra, no vivo en ese pueblo. Pero cómo no sentir la emoción y el desgarro. Cómo no buscarse en las fotografías de esa pared, en las fotografías de un día que pudimos olvidar. Sería tener el corazón de piedra.
Una vez escribí un poema en el que traté de explicar esto. Se lo dediqué a dos personas. Una de ellas es quien hoy cierra ese bar. En ocasiones las cosas se comprenden con el tiempo. Esa persona es también un tipo que escribió un poema que dice: “Aquí estoy en el faro / leo miro la furia del mar / y canto canciones de viajes largos / a veces cuento / cuántas embestidas de las olas / aguanto sin respirar”.
En ocasiones –ya os digo– las cosas se comprenden con el tiempo.
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