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El día, ya muy temprano, comienza con torpeza. Se mancha la hoja de café. Es el frío de un 3 de marzo. Las manos son garras entumecidas. En la sierra nieva.
¿De qué hablaban tan temprano, recién levantados de la cama, si no de la destrucción del amor? De nada habían servido las palabras dichosas de ayer por la tarde. Las destruían con la boca, se las comían; con las manos hacían un cuenco y se las bebían para quitarse la sed de mundo.
El arte vive ahora sincopado, de explosión a explosión. Lo último es enmarcar corazones de delfines: lo hace Luwdig Veerland, y los vende en ferias al mismo precio que una avioneta.
Fusiones de ellos en ellos, de tú a tú, nosotros en vosotros, en todos los otros ellos en vosotros. Se crean mecanismos, por ejemplo, en el yoyo uno es el disco y la ranura, y otro el hilo, por separado no existiría la sacudida de la mano, el ir y el volver de vivir y morir. La idea mayor es el círculo.
Debes elegir entre el hacha y la motosierra. Todo, hasta lo más mínimo y simple puede amplificar la realidad hasta un nivel simbólico. Los golpes de hacha, sonoros en la madera -tac-tac-tac- continuos, la respiración esforzada del hombre que corta con el hacha. El sonido de la motosierra, invasivo, un ruido que se mete en todo y apaga los otros sonidos. El ritmo de la frase va de golpe a golpe. Está relacionado con la fuerza de uno. A lo lejos, en la dehesa, una o dos motosierras podan encinas viejas, ese ruido se comporta de la misma manera que el canto de grillos y chicharras, un estridular, el rozamiento de una parte contra otra. Parece salir de todos los lados.
El ritmo de la frase va de golpe a golpe
Esa ilusión de estar allí, o aquí, más fuera, dentro, en los límites del mundo, en aquellos altos pelados recién llovidos desde los que se ve el río y la sierra, como si el espacio se moviera más rápido que la historia, se dislocará, o ensanchará según tú te vas quedando más quieto, o se quebrase bajo tus pies, y por el motivo que fuera, no te pudieras detener, en ese he-llegado-y-no-me-puedo-detener, y debes seguir para nunca dejar de llegar a cada momento. Era el exceso de fuerza ¿preferible a la falta de ella? Y toda acción, en la larga caminata por el país de las encinas, sin un fin concreto, o idea vaga, se hiciera solo para expulsarla, o atenuarla, de ir dejándola allí por donde pasabas. Entonces me llega siempre la misma frase de Karl Lubomirski, el suelo está en mi helado hasta lo más profundo.
He sido testigo de algunos “para siempre” en el aquí, no ocurrió nada. En un puro y casi eterno presente, lo único que se me mueve eres tú hacia atrás y hacia adelante, en un puro y casi eterno presente, y para ello has arrojado fuera la mitad de las palabras con las que vivías. Palabras que significan cosas que no existen.
“Mept” manuscritos, veo las manos saliendo del agua, las manos que escriben el desasosiego, muy lejos del periodismo. Manos, aun la necesidad de las manos, para comer, existir y amar.
Intentos del hombre por volar, tantos como hombres. Recuerdo a un niño que corría con los brazos abiertos, moviéndolos como si fueran alas, o cuando nos tirábamos al agua de cabeza, intentando “el salto del ángel”, su duración, los sucesivos e interminables saltos desde el saliente de piedra o el trampolín, y el traje de seda revestido de plumas, con alas, como los de los pájaros de Abbâs b. Firnâs; se lanzó al espacio desde la Rusâfa, y permaneció en el aire algún tiempo hasta que cayó a la tierra.
Recuerdo a un niño que corría con los brazos abiertos, moviéndolos como si fueran alas, o cuando nos tirábamos al agua de cabeza
Habrá ya -en la puerta se queda la luz, sin querer profundizar en el interior de la casa, como una cortina de fuego- un tiempo para las despedidas y los entierros. El funeral del señor X. , del amigo Y., de la amiga H. Los encuentros en los tanatorios. Desde hace ya un tiempo se ríe más en ellos, se ríe más que se llora. El llanto ha comenzado a ser un acto privado, a solas. El hombre lleva dentro ese manantial seco.
Un puentecito de tablas, dos troncos de orilla a orilla con tablones clavados. Muchas veces el raudal de la crecida súbita después de una lluvia fuerte, pasa por encima del puentecito. Con el tiempo se han podrido los tablones, y otros están rotos. Aún nos atrevemos a cruzar por esta frágil estructura. Tenía que contarles historias, pero estas debían ser breves, un simple esbozo. Lo importante no es lo que se dice, sino lo que se calla o esconde. El fin de lo expuesto es el de iluminar lo escondido. Cada época tiene su luz. Esto me hace volver a las mañanas de Roma de hace ya mucho. Una vez por semana me dirigía a San Luigi dei Francesi, me sentaba en la capilla Cantarelli, frente a los tres San Mateos de Caravaggio. Esa luz vuelve a ser la de nuestra época. Allí, muy cerca, donde El 13 de septiembre de 1685, Miguel de Molinos abjuró de sus errores en la iglesia de Santa María sopra Minerva. Condenado por inmoralidad y heterodoxia a estar permanentemente vestido con un hábito penitencial, y a recitar diariamente un Credo y un tercio del Rosario, y a confesarse cuatro veces al año y a reclusión perpetua. Esa vuelve a ser la luz de nuestro tiempo, pero más fuerte aún. El arte actual se sirve de focos. Esta luz ciega.
Al hablar aquel presidente de la “nada” lo roía todo, un roedor del lenguaje.
Prefiero sufrir las cuestas a sufrir el tedio, escribió una amiga en el dorso de una postal que me llegó de Lisboa un poco antes de estas últimas lluvias. También la luz de esa ciudad en verano me cegaba. Solo veía ángeles en el río.
Ella me preguntaba ¿Qué es eso? Me preguntaba por el mundo, no llegaba a ser un interrogatorio, alguna palabra crujía, solo alguna. ¿Qué habrías pintado de ser él? El infierno de Strindberg, entre lo que parece ser un prado negro en vertical, musgo agarrado al cielo, una gran mancha blanca ya sucia, pero solo era una visión de conjunto, así no es ni de cerca.
Por cada nombre que entra en él, salen dos.
La fuerza que llega por omisión, pero mueve la boca, la articula ante nuevas palabras que pueden endurecerla.
Caminado de mañana hacia los altos de Valdeverdeja, el frío arde en mis manos.
Los días se abren a la salida del desfiladero oscuro. Lo notas en tu sombra, al mediodía se ha fortalecido, y en la luz nocturna de los almendros recién florecidos. Tiempo de paso.
También la luz de esa ciudad en verano me cegaba. Solo veía ángeles en el río.
Ama lo que se esconde, lo que no puede ver, oír o tocar. De ello apenas puede decirse algo. Ese amor es generador de lenguaje. Debajo de nosotros hay agua, enterrada, subterránea. No la ves y ya tienes sed de advenimiento. Ahí, escondida, oculta, está la transparencia, lo que a través de ella se deja ver. Incluso ahí debajo, quieta y silenciosa ya oyes su raudal y su murmullo.
En la sierra la última nevada del año a principios de marzo. La anota en su cuaderno de lluvias y nieves, como anota lo que extraña, o considera extraño por falta de palabras. Le ayuda a decir a lo extraño, él habla por lo extraño. También el tiempo, que no avanza linealmente gastando los días, o vaciándolos en “un-uno-detrás-de-otro” restándolos. Avanza girando retrógradamente, para barrer lo que va dejando en favor de tu memoria Mémoire d`enfant. El año pasado la última nevada fue a mediados de abril.
Anotaciones durante el viaje rio abajo. Más tarde él lo llamaría “El Viaje” a secas. De una escritura terapéutica a otra más salvaje: se cura sí mismo y a los demás. Él escribe y los otros leen. Sólo se adentra un poco, está a la escucha mientras los otros ven. Después reúne la experiencia en una comunión de aires. Tanta visión te impide oír. La “escucha” es una visión sorda. El fin es que ellos vean lo que tú no pudiste oír. Se reparte la ceguera. Curación mutua durante “El viaje”. Lugares por los que pasaría por primera vez para nunca más volver.
Cuidado con el silencio de muchos días, el silencio a débito. En él comienzas a escuchar el humo o la nube. Si el aire no tiene en que rozar o chocar, ni tú en que amar o decir. Siempre que uno trata de suprimir la duda, hay tiranía, Simone Weil. Se suple de todo, suplir es la palabra que él estira hasta que se rompe, de ahí surge otra palabra que significa “No estás nunca” Están en silencio las sillas.
Lindar con todo, deslindar la realidad.
Aquí al lado unos imbéciles no paran de hablar. Sus bocas están llenas de mierda.
Lindar con todo, deslindar la realidad
Espera siempre aquí, en este lugar donde ni siquiera hay un cruce de caminos, un gran árbol o un hito de piedra, y por eso espera aquí, donde no hay nada, al “otro”, y tarda, tarda tanto, que la paciencia es un cultivo de secano, lentísimo se ahonda en la búsqueda. Así espera al “otro”. Cuando el “otro” pase, ya puede seguir. Pero en estos lugares sin nombre, durante algunos días seguidos, ninguna presencia o encuentro con el “otro”, y de darse, al principio el temor. Pero el temor, ¿a qué? ¿un temor mutuo al encuentro? Aumenta la extrañeza. Él mismo comienza a sentirla hasta el paroxismo, hasta que de alguna manera desaparece el temor a uno mismo. Quería erradicarlo, y si por esa casualidad, apareciera el “otro”, al encuentro, para no asustarlo, ni asustarse él, levantaría el brazo a los lejos a modo de saludo. Elevar los gestos de bienvenida. El cruce, un cruce, sin temor, y un adiós, o un hasta luego.
Estos cielos no hablan, nunca hablarán. Nada dicen, se callan en tus ojos.
Él era un filautero, sin saber el significado, ante cualquier cosa se reía, se reía por todos a la vez, nos regalaba la risa que nos sobraba.
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