Trump está cavando su propia fosa
Sin duda, el mejor análisis de la locura internacional que vivimos lo ha firmado John Bolton, a la sazón exconsejero de seguridad de Trump durante parte de su primer mandato. De los genocidas como él solo se cuenta lo malo, pero hay que reconocerles un mérito: de cómo funciona el poder, saben un rato. Mientras medio mundo está en modo pánico —y el otro se frota las manos— Bolton lo tiene claro: si Trump ha decidido negociar directamente con Putin el futuro de Ucrania no es porque sea un gran estratega o esté en una posición de fuerza, sino de debilidad. No solo eleva de rango al presidente de Rusia —un rival en horas bajas—, sino que el exagente del KGB ha aceptado sentarse con él porque sabe que le va a sacar hasta el tuétano. De momento, Trump le ha dicho “sí” a todo a cambio de nada. The art of deal.
Así, Trump se ha convertido en el principal valedor del ruso; ni Kim Jong-un le quiere tanto. Putin no lo ve como un gran negociador sino como un gilipollas que pide a gritos que le tomen el pelo (teñido). Lo prefiere a Europa, que no es precisamente un enemigo temible. No ha conseguido ni expulsar a Israel de Eurovisión. No nos engañemos, Trump se la está envainando antes de sacarla.
El presidente de EEUU está cavando su fosa; lo que hay que hacer es darle una pala más grande. No puede salirse con la suya a medio plazo porque es un gigante con pies de barro, su genialidad una construcción mediática. Igual que la Estrella de la Muerte en La Guerra de las Galaxias. Mucho destruir planetas indefensos tipo Alderaan, pero llegan un chaval que solo había pilotado un cortarcésped y su profesor de reiki jubilado, y a tomar por culo la paraeta porque a nadie se le ocurrió poner una mosquitera de a euro el metro cuadrado en un canal de ventilación. Todo el mundo tiene un punto débil.
Se habla mucho de su capacidad de negociar, pero es otro mito. The art of deal, el libro en el que expone su magisterio, lo escribió en realidad el periodista Tony Schwartz. Con el tiempo, no solo ha renegado de su obra, sino que pidió a la editorial que lo retirara o lo incluyera en la categoría de ficción. De hecho, hace años que renunció a los royalties y su parte va a varias ONGs.
Trump es una parodia de sí mismo. Como empresario, su único mérito ha sido heredar unos 400 millones de dólares que, es cierto, ha transformado en una fortuna de unos 1.500 millones, según Forbes. No está mal, pero, añade el Zutabe de los millonarios, si se hubiera limitado a invertir en acciones podría haber doblado esa cifra simplemente dejándose llevar por el mercado. Al dato hay que añadir las siete ocasiones —se dice pronto— que se ha declarado en bancarrota. Entre sus méritos destaca, por ejemplo, haber quebrado dos casinos en Atlanta, la capital de juego low cost. ¿Su línea aérea? Duró dos años. ¿La Universidad Trump? La cerró la justicia porque era un fraude. De momento, su mayor éxito es vender Biblias a 60 euros. Las imprime en China y no las ha escrito ni él.
Pero Trump y su Junta (él, Elon Musk y Benjamin Netanyahu), se han convertido en una máquina de crear enemigos, y nadie puede ganar siempre a todo el mundo. ¿Que quiere regalar Ucrania y hundir la OTAN y, de paso, a Europa? Pues te sale Turquía y te dice que no. Eso es un problema tamaño cojón de mico cuando el que te da calabazas controla el Mar Negro. Erdogán no es Petro, desayuna clavos. ¿Qué se quiere salir de la OTAN, como parece? Bueno, pero detrás van las cerca de cuarenta bases militares en Europa. Mal negocio para sus corifeos de la industria militar. Se ha enemistado con Canadá, Panamá, México, Dinamarca… y eso solo en mes y medio. De paso, ha humillado a su palanganero mayor, Javier Milei, incluyendo a Argentina entre los países que podrían verse afectados por las tarifas, como si no lo estuvieran ya por las criptoestafas. A estas alturas, solo le queda Rusia, quizás Corea del Norte, algún país europeo gobernado por ultras y Alemania, valga la redundancia.
En la reunión de París del pasado lunes, hubo más ganas que resultados de ofrecer un frente común, pero que se sentara en la mesa el sinsustancia de Keir Starmer es ya un dato significativo: EEUU y Gran Bretaña no había estado tan lejos desde que los ingleses quemaron la Casa Blanca en 1814. Europa tenía un país nuclear y ahora tiene dos. Jugada maestra. Que Boris Johnson haya publicado un tuit meándose en la cara de Trump, tampoco es poca cosa. En la reunión del miércoles, en formato Chatroulette, tomó parte el resucitado Justin Trudeau, que ya tenía las maletas hechas y al que las amenazas de EEUU han vuelto a colocar como favorito en las encuestas. De momento, Trump ya ha aceptado reunirse con Macron y Starmer, después de ignorarles. Otro éxito. El pobre Xi Jimping ha dejado de leer periódicos porque cree que le están tomando el pelo. Le ha tocado la lotería sin jugar.
A nivel interno, las cosas no le van mucho mejor. Desde el pasado 6 de enero, Trump ha encabronado a la CIA, al FBI, al ejército, a los diabéticos, a los veteranos, a los granjeros, a los transexuales, a los funcionarios, a los profesores, a las mujeres, a los jueces, a los fiscales generales, a los científicos, a los exiliados venezolanos, a los usuarios de Tesla y hasta a los que tienen pecas. La lista no es exhaustiva y no incluye a los nazis, que están viviendo una segunda juventud.
Además, se ha rodeado de una banda de incompetentes que incluyen a un exyonqui antivacunas encargado de la salud pública que se ha estrenado en el cargo con una epidemia de sarampión; a un africano que entró ilegalmente para sanear las finanzas; a un borracho sin apenas experiencia militar como secretario de Defensa; a una ladrona teócrata al frente de la Oficina de la Fe; a una Fiscal General que ha amenazado a todo aquel que critique a Trump; a una profesional de la lucha libre en el Departamento de Educación… La última vez que contrató a alguien cualificado para el cargo fue a Stormy Daniel. Follársela, se la folló, pero le costó una condena por 34 delitos. Al menos no la violó, como a la periodista E. Jean Carroll. Algo es algo.
Pero lo más importante no es que haya confirmado todos los temores de los demócratas, sino que ha traicionado a los suyos. Les prometió eliminar los impuestos a las propinas y a las horas extra —nada de subir un salario mínimo que está en 7,5 dólares desde finales de los 90— y lo que ha hecho ha sido rebajar los impuestos a los más ricos (unos 4.000 millones al año durante la próxima década). Luego está lo de la inflación, que ya tal. Los racistas que le votaron para que acabara con la discriminación positiva se han dado cuenta de que a quien más más favorecía es a los estados republicanos (eso, y cualquier ayuda federal). Un dinero que, curiosamente, sale de los demócratas (los diez más ricos del país votaron a Kamala, by the way). El Calexit, que California se independice (el sexto ‘país’ más rico del mundo), está sobre la mesa. ¿Y los pobres granjeros? Adiós a los subsidios, aunque les queda el consuelo de poder vender a precio de derribo sus propiedades a los grandes fondos. La gorra de MAGA se la pueden quedar; el bufón aprieta pero no ahoga.
En la práctica, ha demostrado su poder de rey Midas inverso: todo lo que toca, lo convierte en mierda. ¿Despidos en la FAA? Nunca había habido tantos accidentes de aviación. ¿Limpia en la NASA? Al día siguiente le toca mandar un mail rogando que vuelvan porque son los que controlan todo lo que hay entre el botón rojo y los misiles nucleares. ¿Que se carga a los encargados de vigilar la fiebre aviar? A llamarlos de nuevo porque la epidemia se extiende por el país como un reguero de pólvora. No es un genio, es un demente de serie B.
Su último éxito ha sido amagar un golpe de estado. Si la sentencia del Tribunal Supremo Trump v. U.S extendía los poderes del presidente para incluir hasta el asesinato de adversarios políticos (literal), la orden ejecutiva Ensuring accountability for all agencies, del pasado 18 de febrero, establece que él y solo él puede interpretar el sentido de las leyes. Si con sus órdenes ejecutivas ya ha desmantelado el poder legislativo, ahora reduce a cenizas el judicial. Pensar que los americanos van a tragar sin pelear es, directamente, de idiotas. La crisis institucional que se avecina va a hacer que la Unión Europea parezca un reloj suizo.
Un golpe de estado en EEUU no significa una crisis política. W. Bush ganó las elecciones de 2000 con la Corte Suprema, que avaló el pucherazo en Florida, pero las consecuencias fueron anecdóticas porque no afecto al núcleo del sistema. Esta vez es diferente, y eso que nadie discute que ganó. De las dos oligarquías que dominan el país, la financiera y la industrial, Trump ha tomado partido por la primera, la que crece en un mundo dominado por el caos y ha dejado de lado a la otra, la que necesita reglas que garanticen la viabilidad de proyectos a largo plazo. No son compartimentos estancos. De hecho, más de la mitad del Congreso y dos tercios del Senado son millonarios y ponen huevos en ambas cestas. Son dos oligarquías que en muchos ámbitos se solapan, sí, pero las tarifas han diezmando a la segunda. Walmart, Goldman Sachs, Boeing American Express lo ven todo negro, como en la canción de los Stones; creen que sus cuentas de resultados van a ir a peor, y eso se ha trasladado a la bolsa. Está matando dos pájaros de un tiro, como Lee H. Oswlad. El dinero es apolítico, y con los demócratas a los ricos nunca les va mal, así que difícilmente van a sostener a una administración que les salga a devolver.
Trump no es el hombre más poderoso del planeta, solo es el más temerario. Y aunque lo fuera, cuando te enfrentas a todo el mundo, las probabilidades de que un lunático como él, que se pasa el 25% del tiempo jugando al golf, pueda salir airoso son próximas a cero. Podrá tener de su lado al Tribunal Supremo (no es poca cosa, y más si quiere un tercer mandato) y a un partido republicano atemorizado (ha amenazado con impulsar primarias contra los que osen desobedecerlo), pero no le será suficiente. Si sigue cayendo en las encuestas —no lo oculta ni la Fox–, cualquier republicano que le desafíe tendrá pronto más opciones de ser reelegido. Habrá que ver qué pasa con las elecciones de noviembre de 2026, pero si pierde su ajustada mayoría en el Congreso y/o el Senado, la bufonada se acaba, y lo siguiente es terra incognita.
Otro de los riesgos es que la cosa acabe en un estallido de violencia. En otro. Se vio el 6 de enero. Mientras más se radicalice Trump, más peso va a cobrar el supremacismo blanco, que ya se pasea por la Casa Blanca como Pedro por su casa, y que, según el Departamento de Seguridad Nacional, es la mayor amenaza para el país. Dejar sin protección a Anthony Fucci, la voz de la ciencia durante la covid, o al expresidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, es un mensaje muy claro contra sus adversarios: están en la diana. Que una de sus primeras decisiones fuera indultar a los asaltantes del Congreso también se explica solo: la violencia en su nombre no será perseguida. Y eso va también por los republicanos que aspiren a ir por libre, como explica Gabriel Sherman en Vanity Fair.
Trump tiene los pies de barro, no compremos su retórica. Es lo que quieren los bullies, dominar el relato. La oposición interna y externa está fragmentada, pero no hay mejor pegamento que un buen enemigo. Y mientras más peligroso, mejor. Cuando, en Traidor en el infierno, el sargento Schulz le preguntó al teniente Skylar cómo pretendían los aliados derrotar a los nazis con un ejército de payasos, le respondió: “Matándoos de risa”. Si lo dijo William Holden en una película de Billy Wilder, eso es así.
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