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Proteger a nuestros “Moby Dick”

El Mediterráneo ha sido testigo de innumerables historias de navegantes, leyendas de monstruos marinos y la majestuosidad de especies que han poblado sus aguas desde tiempos inmemoriales. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en los gigantes reales que aún habitan este mar cada vez más amenazado. Frente a la costa norte de Menorca, un tesoro biológico se esconde bajo las aguas: una guardería de cachalotes. No es una metáfora ni una exageración. Hablamos de la única zona de cría de estos cetáceos confirmada en el Mediterráneo occidental, un santuario natural que España tiene la oportunidad –y la responsabilidad– de proteger.
Los datos recopilados por la asociación Tursiops no dejan lugar a dudas. Desde 2019, han documentado al menos 35 encuentros con grupos de cachalotes en esta zona, en su mayoría madres con crías. Estos animales, que pueden superar los 15 metros de longitud y pesar más de 40 toneladas, han encontrado aquí un espacio de relativa tranquilidad en un mar que cada día se ve más afectado por el tráfico marítimo, la contaminación acústica y las colisiones con grandes buques. Pero esta tranquilidad podría ser efímera si no se toman medidas urgentes.
La propuesta de Tursiops, respaldada por diversas organizaciones científicas y ambientales, es clara: declarar un Área Marina Protegida (AMP) que cubra las 3.417.200 hectáreas al norte y este de Menorca. Una zona que sería colindante con el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo, otra AMP declarada por el Gobierno de España. No es solo una cuestión de conservación. Es una necesidad para garantizar la supervivencia de una especie en peligro y un paso crucial para que España cumpla con sus compromisos internacionales de protección marina, como el objetivo 30x30. Actualmente, en torno al 21% de nuestras aguas están protegidas, pero el objetivo es alcanzar el 30% para 2030. Declarar esta nueva AMP sería un gran avance hacia esa meta.
El cachalote (Physeter macrocephalus) es el mayor depredador del planeta, quizá el más grande que haya existido, capaz de sumergirse a grandes profundidades en busca de calamares gigantes. Sin embargo, toda especie tiene su talón de Aquiles: su comportamiento de descanso y socialización en la superficie lo convierte en una víctima fácil de las embarcaciones. La colisión con barcos es actualmente la principal amenaza para su población en el Mediterráneo, una amenaza que se ve agravada por el crecimiento descontrolado del tráfico marítimo. Además, la contaminación acústica, otro factor crítico, interfiere con su capacidad de comunicación y orientación, poniendo en peligro su supervivencia.
Algunos podrían argumentar que proteger esta zona podría afectar la economía o a sectores como la navegación. Pero la realidad es que la creación de áreas marinas protegidas no solo beneficia a la fauna, sino que también contribuye al bienestar de las sociedades humanas. Diversos estudios han demostrado que las AMPs bien gestionadas generan un efecto positivo en la biodiversidad, fortaleciendo las poblaciones de diversas especies y, a largo plazo, favoreciendo incluso la pesca sostenible. No se trata de prohibir la actividad humana, sino de regularla con inteligencia para minimizar el impacto sobre un ecosistema que nos beneficia a todos.
España tiene ante sí una decisión crucial. No actuar significaría dejar en el abandono a estas poblaciones de una especie icónica, cuya recuperación aún es frágil tras demasiadas décadas de persecución. Significaría también ignorar el valor ecológico, económico y cultural de nuestro mar Balear. Proteger esta área no es una acción directa y concreta para garantizar que estos gigantes sigan surcando nuestras aguas por generaciones.
Tenemos la oportunidad de escribir una historia diferente, una en la que decenas de “Moby Dicks” no sean presas de un destino trágico, sino los protagonistas de un Mediterráneo más resiliente y protegido. Si Herman Melville volviera a escribir su novela tal vez la comenzaría con un “Llamadme AMP”.
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