Las elecciones en Alemania permiten excluir a la ultraderecha del Gobierno, pero esta puede ser la última vez

10.327.148 personas marcaron el pasado domingo la casilla de la lista de Alternativa para Alemania (AfD) para el Bundestag (parlamento). Son más de cinco millones de personas más que en las últimas elecciones federales de 2021, según los datos oficiales de la autoridad electoral alemana. Un partido de ultraderecha, con posiciones nacionalistas étnicas cercanas al neonazismo, se quedó a menos de cuatro millones de votos de igualar los resultados de los ganadores, la unión conservadora CDU-CSU liderada por Friedrich Merz.
AfD será la segunda fuerza del Parlamento alemán con 152 diputados, 12 menos que la bancada conservadora. La dimensión del fenómeno electoral del partido de ultraderecha más exitoso de la historia de la República Federal es incontestable. El aviso que las urnas lanzan al resto de partidos también lo es.
Sin embargo, AfD esperaba unos resultados aún mejores. Quedó patente en la reacción de su cúpula a las seis de la tarde del domingo, poco después del cierre de los colegios electorales y cuando se publicaron las proyecciones de las encuestas a pie de urna: la candidata de AfD, Alice Weidel, escoltada a su derecha por el copresidente de la formación, Tino Chrupalla, y a su izquierda por el líder del partido en Turingia (de la facción más radical), Björn Höcke, reaccionó con alegría, pero sin euforia. La cara de Höcke era especialmente ilustrativa: la felicidad era contenida, incluso con atisbos de decepción.
Algunas encuestas habían previsto el 23% de los votos para AfD. 20,8 fue el porcentaje final. De esta forma, se queda más lejos de su objetivo expreso: obtener un caudal de votos tal que una coalición con la unión conservadora de la CDU-CSU fuera inevitable. Pero el cordón sanitario en torno a la ultraderecha, aunque con grietas, resiste en Alemania.
Las elecciones alemanas del domingo traen una noticia buena y otra mala para los partidos considerados de centro. La buena es que se acaba una campaña electoral dominada por los temas y el marco discursivo de AfD, especialmente en lo relacionado con la inmigración y la seguridad. La mala es que el futuro Gobierno –con gran probabilidad, una gran coalición cada vez menos grande debido al empequeñecimiento electoral socialdemócrata– tendrá como mucho cuatro años para solucionar los dos grandes asuntos que preocupan al electorado alemán, que son la economía y la cuestión migratoria. Si no lo consiguen, un mayor crecimiento de AfD parece inevitable.
La sensación que dejan estas elecciones es que a Alemania le queda una bola de partido para evitar que AfD acabe forzando la deseada coalición de gobierno con la CDU-CSU. Por tanto, la legislatura se presenta como clave para Alemania y Europa: con un modelo económico en decadencia y en crisis crónica desde hace dos años; una guerra en Ucrania que Rusia da por ganada y a la que Berlín ha dedicado miles de millones de euros, y con una Administración estadounidense que ha establecido una relación estratégica con AfD –como demuestra el apoyo explícito de Elon Musk al partido ultraderechista alemán–, el contexto interno y externo no podría ser más complicado para Merz.
Voto transversal
AfD ya era un voto suficientemente transversal en 2017, cuando consiguió entrar en el Bundestag por primera vez con el 12,6% de los sufragios. Sin embargo, con el paso de los años, ha ampliado la base electoral transversal hasta superar los diez millones de votos, lo que convierte a la formación en unVolkspartei (partido popular): es decir, una formación que consigue movilizar electores en todos los estratos socioeconómicos, de todas las edades, hombres y mujeres.
Según el análisis de los datos electorales de la televisión pública alemana ARD, AfD ha atraído el voto de trabajadores por cuenta ajena –es, de hecho, la fuerza más votada entre la clase asalariada–, autónomos, desempleados y nuevos votantes; gana terreno en el oeste del país y es primera fuerza en casi todos los distritos electorales del este, donde es el partido incontestablemente dominante.
El trasvase de votos del resto de partidos consolida esa transversalidad ampliada: recibió más de un millón de votos de antiguos electores de la CDU-CSU, más de 800.000 de los liberales del FDP, más de 700.000 de antiguos votantes socialdemócratas e incluso 100.000 procedentes de los poscomunistas de La Izquierda y de Los Verdes, respectivamente. AfD solo pierde unos 60.000 votos en favor de la escisión de La Izquierda liderada por Sahra Wagenknecht, con quien comparte su narrativa cercana a Moscú sobre la guerra en Ucrania. La Alianza Sahra Wagenknecht se queda, no obstante, fuera del Bundestag por décimas.
El partido de ultraderecha ha conseguido aglutinar el voto del electorado neonazi, que tradicionalmente había sido irrelevante a nivel federal en Alemania, y sumarle millones de votos protesta. Cada vez más ciudadanos compran el discurso catastrofista de una Alemania al borde del precipicio y también las soluciones sencillas a problemas complejos que ofrece AfD. Es además un partido que banaliza el significado del holocausto y pone en entredicho el consenso sobre la memoria histórica del nazismo surgido tras la Segunda Guerra Mundial.
Los resultados de ayer colocan a Alemania en su situación política interna más delicada desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior reunificación de 1990.
¿La gran coalición es la solución?
Ante este panorama y con la necesidad de construir un gobierno fuerte y estable lo más rápidamente posible, a Friedrich Merz no le quedan muchas más opciones que formar una gran coalición con los socialdemócratas del SPD. El debate sobre si es la mejor solución parece superfluo: con un Donald Trump que ha roto el consenso transatlántico y amenaza con golpear aún más a las exportaciones alemanas con aranceles anunciados a los cuatro vientos, la aritmética electoral indica que una coalición entre conservadores y socialdemócratas es el único camino pare evitar un gobierno en minoría o, algo peor, una repetición electoral.
La participación de Los Verdes en una posible ‘Coalición Kenia’ con CDU-CSU y SPD es superflua porque los votos de conservadores y socialdemócratas son suficientes para construir una mayoría parlamentaria. Un tripartito empeoraría las cosas: el gobierno sería más tendente a la inestabilidad –como demostró la malograda ‘Coalición Semáforo’– y reforzaría el discurso de AfD de que ellos son la única “alternativa real” al “cartel de partidos” que gobierna Alemania.
La gran coalición también conlleva, sin embargo, ese peligro: Angela Merkel gobernó tres de sus cuatro legislaturas en grandes coaliciones, lo que alimentó la sensación de falta de alternativas a los dos partidos históricos de la República Federal y la narrativa en contra de la elite política de AfD.
Que la ultraderecha siga aumentando su caudal de voto dependerá sobre todo de si el nuevo gobierno consigue impulsar la economía alemana por la senda del crecimiento, recuperar la sensación de seguridad para la mayoría de la población y reencontrar su posición en un mundo reorganizado por los discursos imperialistas de Washington y Moscú.
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