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¿Por qué no hay hombres en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género?

Manifestación contra la violencia de género.

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Decía el Nobel portugués José Saramago que “la violencia machista es un problema de los hombres que sufren las mujeres”, pero a tenor de lo acordado en el Pacto de Estado, las fuerzas políticas en el Parlamento han preferido seguir abordando las consecuencias y no el problema en sí. 

El Pacto ha sido ampliado con casi 200 medidas nuevas hasta las 461, sin duda todas ellas necesarias e incluso mejorables, y podrían formularse muchas otras para seguir mejorando la protección de las mujeres. Lo llamativo es que para acabar con la violencia de género y que las mujeres no tengan que protegerse de nada ni de nadie, porque a los hombres ni se les pase por la cabeza maltratar, agredir o asesinar a sus parejas o exparejas, no se dedican ni el 0,02% de las acciones. Concretamente tan solo en ocho medidas se menciona de forma expresa a los hombres, y ya sabemos, porque nos lo enseñó el feminismo, que lo que no se nombra no existe. 

Evidentemente no todos los varones agreden a mujeres ni mucho menos asesinan, pero el problema sigue ahí con 50 asesinatos anuales según los datos oficiales (94 si no nos limitamos al ámbito de la pareja, según Feminicidio.net), con más de 100.000 denuncias que merecieron seguimiento policial solo en 2024, y la cifra récord de 730.000 casos en el sistema VioGen, de los cuales un 10% están activos (casi tantas mujeres como toda la población de Ciudad Real). Y pese a los datos y las noticias constantes en los medios de comunicación, la violencia de género no está entre los 30 temas que más preocupan a la ciudadanía según el Barómetro del CIS de diciembre. Y a quienes menos preocupa, ya se lo digo yo, es a los hombres, que mayoritariamente siguen considerándolo un problema de las mujeres y se conforman con la idea de que ellos no insultan o agreden a sus parejas.

Honestamente debemos reconocer que desde los movimientos feministas tampoco se hace mucho para que los varones asumamos este asunto como propio y nos impliquemos y movilicemos para resolverlo, pues se nos califica como aliados y se nos dice que nuestra tarea es deconstruirnos o revisarnos en terapia, grupos de reflexión, o leyendo a las mujeres. También se nos dice que tenemos que interpelar a otros hombres, sin duda, aunque los recientes casos en Sumar y en Podemos han demostrado que no es tan sencillo, y que lo que se suele llamar “el pacto entre caballeros” involucra, quién lo iba a decir, también a muchas mujeres.

Lo más sorprendente del Pacto renovado es que desde su primera versión en 2017 hasta ahora han ocurrido muchas cosas muy relevantes para el tema que nos ocupa, empezando por el #MeToo y el #Cuéntalo, la Huelga Feminista de 2018, la COVID, la manosfera, el “No publiques mi nombre” de Cristina Fallarás, los casos de Rubiales, Errejón y Monedero, la ultraderecha, Trump… Como consecuencia de todo ello y de la Cuarta Ola Feminista, en estos últimos 8 años hemos hablado de la masculinidad como en ningún otro momento de la historia, y cada vez tenemos más evidencias y más profesionales que abordan la construcción de la identidad de los hombres como un problema en sí mismo, pero la masculinidad sigue siendo el enorme elefante en la habitación al que las políticas públicas -o más bien, nuestros poderes legislativos y ejecutivos- se resisten a poner luz.

Y así a los hombres solo se les nombra de forma explícita siete veces en el texto del Pacto publicado en el BOE, mientras que las menciones a agresores y maltratadores multiplica por cuatro esa cifra. Como es obvio a las mujeres se las menciona mucho más, hasta en 269 ocasiones, y mientras los varones no son más que hombres o jóvenes mientras no se conviertan en agresores, ellas son tremendamente diversas, “mujeres con discapacidad física y/o intelectual, mujeres migrantes, mujeres transexuales, mujeres mayores y en edad de jubilación, mujeres jóvenes, mujeres en el ámbito rural, mujeres con adicciones, mujeres con problemas de salud mental, etc.” y se formulan multitud de respuestas adaptadas a estas situaciones para atenderlas como víctimas (palabra que por cierto aparece 234 veces). En los varones solo se piensa para dedicarles campañas y programas para maltratadores. 

Por mucho que los medios hablen de él como Pacto de Estado contra la violencia machista, su apellido real es “en materia de violencia de género” quizá porque en vez de proponer medidas para su erradicación, en lo que se centra es en ampliar los tipos de violencia y mejorar la atención a las mujeres y menores que la sufren. Sin cuestionar ni una sola de estas medidas dirigidas a las mujeres y a las víctimas, ¿por qué tan poca atención a las causas que generan las violencias machistas? 

Entre las docenas de comparecientes en la subcomisión del Congreso que dio pie a la renovación del Pacto de Estado, apenas tres personas hablaron sobre la masculinidad. La más contundente de ellas fue Laura Gómez Hernández, exdirectora general de Igualdad de la Diputación Foral de Gipuzkoa, que mencionó cuatro desafíos a atender por el Pacto y en primer lugar propuso “desplazar la reflexión hacia la masculinidad y hacia aquellos mandatos que la construyen”. Su llamamiento debería ser tenido muy en cuenta, no en vano en el País Vasco existe el único programa de igualdad autonómico dirigido a hombres de nuestro país, Gizonduz, en vigor desde 2007, pero el reclamo de Laura Gómez no ha sido atendido.

Las campañas no van a hacer a los hombres menos machistas, lo que implica que las mujeres de sus entornos seguirán sufriendo sus comportamientos, o sosteniendo por sí solas la carga de enseñarles qué tienen (o no) que hacer. Solo una medida contempla la “asistencia psicológica a hombres en riesgo de ejercer violencia”, lo cual es un pequeño gran avance, pues cada vez más varones son conscientes de sus problemas de gestión emocional y sus dificultades para la comunicación asertiva y no violenta. Pero sigue siendo insuficiente.

El machismo y los aprendizajes ligados a la masculinidad son un problema social de primera magnitud que no puede depender de la voluntad individual de los hombres o del aguante y enseñanzas de las mujeres a su alrededor. Dedicar esfuerzos y atención a transformar los estereotipos, roles y mandatos masculinos que sostienen la cultura machista no debería considerarse gastarse dinero “en los hombres”, sino una inversión para lograr sociedades más igualitarias y más democráticas. Hay más medidas dedicadas a visibilizar las violencias machistas que a evitar que los hombres las cometan, y de lo que deberíamos estar hablando es de lo segundo, y no solo del reconocimiento y apoyo a las víctimas. No hay más que abrir cualquier periódico para percibir los costes de no hacerlo, y tener amplitud de miras para aplicar la perspectiva de género también a la realidad de los hombres. Quizá los trompazos de la ultraderecha nos alienten, por fin, a dirigir el foco hacia el elefante de la masculinidad. Antes de que sea demasiado tarde.

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