La Bolsa no se traga el cuento de Trump

“Te guste o no el mercado de valores, es un indicador líder, el indicador líder de todos los tiempos”. Tal como recordaba The New York Times, Donald Trump hizo este comentario a los periodistas en octubre de 2020, casi al final de su anterior mandato presidencial, durante el cual sus políticas económicas solían ser celebradas con euforia por las bolsas. En su segundo mandato, que comenzó el 20 de enero pasado, no se le ha escuchado invocar al “indicador líder”. Si el S&P 500 estuviera disparado, no pararía de elogiar sus virtudes como juez supremo de la marcha de la economía. Y su espadachín Elon Musk lo repicaría con excitación en su plataforma social. El problema es que el S&P 500 no para de caer. Desde un pico en febrero pasado ha bajado casi un 10%.
Los finos expertos económicos diagnostican que Wall Street ha “entrado en corrección”. Así se le llama a una caída bursátil de entre el 10% y el 20% con respecto a un máximo reciente. La situación no tiene por qué ser dramática si se trata de un bajón coyuntural que permite una rápida recuperación. De modo que habrá que esperar un poco más de tiempo antes de poder determinar si estamos ante un bache pasajero o ante una crisis de consecuencias impredecibles. Trump ha negado que Estados Unidos se encuentre al borde de la recesión como presagian algunos analistas, aunque en estos últimos días está admitiendo que su proyecto para devolver a Estados Unidos a sus días gloriosos conllevará “ligeras perturbaciones”.
Normalmente me abstengo de alabar la gestión de un gobierno por el simple hecho de que las bolsas estén contentas con ella. Desde una perspectiva progresista, me chirría un poco que nos alegremos cuando los mercados bursátiles responden con júbilo a las políticas de un Gobierno de izquierdas o cuando un medio conservador exalta su comportamiento económico. Solemos utilizar esos reconocimientos para restregarle a la derecha: “¿Decíais que la izquierda no sabe manejar la economía? ¡Toma ya!”. Pero, reconozcámoslo, no deja de ser inquietante que los grandes fondos especulativos y de inversión que pueblan las bolsas, muchos de ellos auténticas aves de rapiña, se muestren exultantes de felicidad cuando gobierna la izquierda. Que se sientan cómodos es una cosa –a fin de cuentas, vivimos en un sistema capitalista–; que descorchen champán es otra muy diferente.
Otra es la reflexión cuando gobierna un mercachifle como Trump, que ha llegado por segunda vez a la Casa Blanca con la ambición de llevar a Estados Unidos por el túnel del tiempo a los supuestamente idílicos años 50 del siglo pasado, cuando el país era un vasto campo fabril con millones de obreros que acudían sonrientes al trabajo con sus tapers y que con su sueldo podían comprar casi a tocateja una hermosa casa con coche y perro incluidos. Uno esperaría que los mercados bursátiles se frotaran las manos ante las perspectivas prometedoras de un discurso tan optimista. Pero las bolsas son cualquier cosa menos ingenuas. Trump habrá podido engañar a millones de estadounidenses con sus promesas de un mundo feliz, pero las bolsas se alimentan de hechos y no de palabras. Y lo que están viendo es un gobierno errático, delirante, impredecible, caprichoso, que impide discernir con claridad dónde hay una oportunidad para invertir o, simplemente, para dar un golpe de esos de toma la pasta y corre.
Las guerras arancelarias podrán subirles la testosterona a Trump y sus compinches, pero está claro que no sube el valor de las bolsas. Si no, pregunten a los tecnobrós que lo acompañaron como una arrogante guardia pretoriana en su toma de posesión: entre Musk (SpaceX, Tesla), Jeff Bezos (Amazon), Sergey Brin (Google) y Mark Zuckerberg (Meta) han perdido 209 mil millones de dólares en la bolsa desde que su ídolo llegó a la Casa Blanca, según datos de la agencia Bloomberg.
El que más ha perdido –148 mil millones– es Musk, ese personaje desquiciado que encima tiene en sus manos la misión de reducir los gastos de la administración federal estadounidense. La venta de su coche eléctrico Tesla se ha desplomado en el mundo, y Trump no ha vacilado en culpar a la izquierda internacional de boicotear a su protegido, por quien siente una deuda de gratitud porque le inyectó 300 millones de dólares a su campaña presidencial. Hemos llegado así a la situación enloquecida de que un enemigo acérrimo de las energías limpias y partidario de extraer de la Tierra hasta la última gota de petróleo, como es el caso de Trump, esté defendiendo hoy el vehículo que Musk concibió en su anterior vida ambientalista como alternativa a los combustibles fósiles. Viendo estas cosas, puede comprenderse que las bolsas anden confundidas.
Esto apenas empieza. Los ojos del mundo están pendientes de los efectos internacionales del trumpismo: si va a entregar al indócil Zelenski a los rusos, si va a tomarse Groenlandia, si montará un resort en Gaza, si hundirá en la miseria a los amables canadienses… Es comprensible que el mundo esté inquieto por el hecho de que un personaje de esas características infantiloides y despóticas, que recuerda al Nerón de Peter Ustinov, esté al frente de la primera potencia mundial. Pero seguramente muchos estadounidenses están igualmente alarmados ante las consecuencias que este singular mandatario pueda tener en su propio país. En términos democráticos, políticos... y económicos. La Bolsa ha empezado a mandar alertas.
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