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El futbolín no acepta bitcoins

Musk y Trump con un Tesla frente a la Casa Blanca
14 de marzo de 2025 22:37 h

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Lo que vengo a decirle a ese tipo que me mira atiborrado de prejuicios es que no sé dónde se vende maría en el barrio. Es decir, sí que lo sé, pero no sabía tener pinta de ser de los que lo cuentan. Aunque siempre me he jactado de ser de los que no tienen pinta de nada; tengo el pelo corto y ojeras, no uso pendientes, mis tatuajes son discretos -a Hemingway se le ve los días calurosos y un rezo en latín cuando voy en manga corta-, llevo una de esas gafas de intelectual gilipollas y siempre, siempre, siempre, llevo dinero suelto. 

Mi padre dice mucho que no hay que fiarse de la gente que no lleva suelto. Que hay que llevar por si acaso, y algo de razón tendrá. No sé qué pensará de los que pagan en criptomonedas; seguramente tenga razón también. Pero le vengo diciendo a este tío que ni idea de hachís ni nada de eso y él me mira desconfiado, y ahora yo lo miro a él también, porque la desconfianza es un espejo; para él soy un camello y para mí él es un poli; y tan seguro es que ninguno de los dos somos ninguna de esas cosas que la farsa es perfecta; es tan perfecta que ambos representamos nuestro papel de víctima y victimario al mismo tiempo. La sensación es la de que alguien mira nuestro teatrillo desde una ventana. Pero él acaba de arruinar la función; me ha preguntado si llevo algo suelto. Le he dicho que no. Ninguno de los dos éramos de fiar y ahora todo es evidente.

Llevar efectivo encima es importante para gente como mi padre porque a cualquiera le dan una visa de crédito y va por ahí dándoselas de lo que no es y vacilando de lo que no tiene. Es por eso que cada vez que sale Elon Musk en la tele no pierde la oportunidad de soltar un chasquido seco entre los labios, en plan chs, y decir que vaya fantasma. No está puesto en estas cosas, pero ha dado en el clavo, y es que yo llevo tiempo dándole vueltas a la teoría de que el dueño de Tesla, de Space X, de Twitter; el administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental de la Casa Blanca, si le preguntas, no lleva un duro encima. 

Su fortuna ha alcanzado picos de 400.000 millones de dólares, y ha habido momentos en los que ha tenido más patrimonio que Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Bill Gates juntos. Su principal activo son las acciones de Tesla, amén de ese negocio suyo de estafar a un montón de merluzos con criptomonedas sin valor; no es casualidad que las siglas del departamento gubernamental que administra coincida con las siglas de la shitcoin que lanzó él mismo hace unos años (DOGE). Y aquí está la trampa; porque igual que ostenta todos los récords históricos de riqueza, también acumula un historial guiness de pérdidas masivas de patrimonio, como ocurrió cuando las acciones de su compañía de coches eléctricos cayeron en picado y su fortuna se redujo, en apenas días, a unos tristes doscientos mil millones de dólares. Perdió tres veces el PIB de Luxemburgo porque los números mágicos del mercado lo decidieron.

Tampoco en vano ha acudido Donald Trump a comprarse un Tesla, pese a que no puede conducir por motivos obvios, y lo ha presentado en Washington con su fabricante como si fuese aquello la feria de autocaravanas del IFEPA de Torre Pacheco. La situación, quitando nombres propios, es que un señor enemistado con la energía limpia le ha comprado a un otro señor uno de sus coches eléctricos para apoyarle, debido a la oleada de críticas que ha recibido el primero por aupar al segundo. O algo así. En realidad no importa, porque el teatrillo es el mismo; da igual que sea en la calle de la Sierra de Gredos junto a la estación de autobuses de San Andrés, o sea en las puertas del capitolio. Así que me sumo a mi padre en la desconfianza de quien dice que tiene billetes para enterrarte y lo que te saca es una cartera de acciones; tan rico no serás si cuando jugamos al futbolín tengo que pagar yo.

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