Los 100 años de Albina, encarcelada por la pintada ¡Viva la universidad libre!: “Actuar contra Franco era una obligación moral”

Tiene 100 años y la memoria intacta. Albina Pérez Fernández (León, 1925) acaba de cumplirlos rodeada de su familia tras una vida marcada por la represión franquista. A su padre lo iba a visitar con solo diez años a la cárcel de San Marcos, donde fue encarcelado nada más iniciarse la Guerra Civil. Ella misma fue la que años después pasaría por prisión tras ser condenada en 1947 junto a otros 13 miembros de la Federación Universitaria Escolar (FUE) por su actividad antifranquista. Ellos eran quienes estaban detrás de la histórica pintada ¡Viva la universidad libre!, trazada en el ábside de la Facultad de Filosofía y Letras de la actual Universidad Complutense de Madrid.
“Yo no estuve en la pintada, pero compré la pintura”, cuenta Albina por teléfono desde la casa en la que vive, en León. 58 años después de aquello, fue el arquitecto Pablo Pintado, uno de los condenados, el que se reivindicó como autor material del grafiti antifranquista. De aquel grupo de estudiantes activistas, Albina y Nicolás Sánchez-Albornoz, hijo de Claudio Sánchez-Albornoz, presidente de la República en el exilio, son hoy los dos únicos supervivientes. Por eso, el Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática va a homenajearles este sábado en el marco de los actos 50 años de libertad organizados por el Gobierno. Lo hará en la ciudad natal de Albina, coincidiendo con la celebración de su centenario el pasado 25 de febrero.
“A mí los homenajes no me gustan, pero que se recuerden las cosas sí porque hay quienes siguen pensando que Franco no fue tan malo. Franco empezó firmando sentencias de muerte y terminó así. ¡Caray! Si llega a ser más malo deja a España sin gente”, ironiza la mujer, a la que le ilusiona volver a ver a Nicolás, con el que se encontró por última vez hace diez años. Fue él la persona que le presentó a varios integrantes de la FUE, el primer colectivo estudiantil antifranquista. En aquel momento era una organización ilegal porque en las aulas la dictadura solo permitía la existencia del falangista Sindicato Español Universitario (SEU), así que todo lo que hacía la FUE entonces lo hacía en la clandestinidad.

Pero Albina, que había abandonado su León natal para estudiar Filosofía y Letras en Madrid, no se lo pensó y se unió: “Hacer algo contra Franco era una obligación moral”, dice. Aquellos jóvenes estaban refundando la FUE, que había nacido durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, tal y como recuerda el propio Nicolás Sánchez-Albornoz en el libro Cárceles y exilios (Anagrama): “A comienzos de 1947 la FUE había conseguido implantarse en unas facultades o escuelas más que en otras. De una primera etapa dedicada a la captación sigilosa de miembros, pasó después a una campaña pública para darse a conocer”.
“FUE en el corazón de los estudiantes”
“Pedíamos libertad. Hoy ya cualquiera habla de ella y de cualquier forma, pero en aquellos tiempos era una palabra maldita”, cuenta Albina. Así, desde el colectivo se dedicaban a la captación de miembros y a la agitación política con pegadas de pegatinas, pintadas en muros y mobiliario o el reparto de octavillas. Editaban también una pequeña revista, su órgano de difusión. “Estudiante: lee y propaga F.U.E. Una pared cualquiera puede ennoblecerse si en ella se lee F.U.E. F.U.E en los pasillos. F.U.E en las fachadas. F.U.E en el corazón de todos los estudiantes antifascistas”, se puede leer en la nº 3, difundida por la federación madrileña en febrero de 1947.
Fue una de esas pintadas la que ha pasado a la historia de la lucha estudiantil contra el franquismo, la que apareció en la fachada de piedra de la Facultad de Filosofía, donde estudiaban tanto Albina como Nicolás. La FUE escribió en la pared el lema ¡Viva la universidad libre! y los apellidos de Lorca y Machado junto al nombre de Miguel Hernández, los tres escritores víctimas de la dictadura. Los activistas idearon una fórmula a base de nitrato de plata para que las letras se fijaran al ladrillo y solo fueran visibles con la luz del día y se ocultaran por la noche. Para borrarlas, solo pudieron picar en la piedra, lo que hizo que el rastro del lema se mantuviera.

La actividad de la organización clandestina desembocó en una redada que provocó la detención de Albina, Nicolás y sus 12 compañeros, entre los que ella y Mercedes Vega, estudiante de Químicas, eran las dos únicas mujeres. “A Franco lo que le importaba es que nadie protestara contra él”, afirma Albina, que recuerda la detención que sufrió a manos de la Brigada Político-Social en casa de su tía, en la calle Bravo Murillo, donde vivía. Entre marzo y abril todos fueron cayendo uno a uno y fueron conducidos a la sede de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, en la que Isabel Díaz-Ayuso se niega a colocar una placa para recordar su pasado franquista: “A mí no me hicieron nada, pero se oían los gritos de a quienes estaban pegando”, recuerda.
Enrique Eymar, uno de los jueces estrella del franquismo, sería el encargado de instruir el procedimiento sumarísimo 140.189, en el que figuran las declaraciones de todos los acusados. Albina reconoció en ellas que estaba encuadrada en la FUE desde febrero de 1946, que “ha fijado pasquines” en las paredes de la facultad y “difundido propaganda” y que fue la encargada de comprar “seis botes de pintura” que le costaron 200 pesetas. La sentencia, del 12 de diciembre, les condena a todos por rebelión militar a penas de entre uno y ocho años. Tanto Nicolás como Manuel Lamana recibieron condenas ejemplarizantes y acabaron haciendo trabajos forzados en el Valle de Cuelgamuros, cuya famosa fuga inspiró a Fernando Colomo para hacer Los años bárbaros.
14 meses en prisión
Tras enumerar las penas impuestas a los hombres, el Consejo de Guerra deja para el final “a las señoritas” Mercedes y Albina, a las que condena a dos años de cárcel. “Era el colmo, resulta que nos condenaron por rebelión militar pero los rebeldes eran ellos”, esgrime Albina recordando la sentencia. Ella pasó finalmente 14 meses en la prisión de Ventas junto a otras mujeres, entre ellas la dirigente comunista Juana Doña, condenada a pena de muerte en mayo de 1947 y cuyo fusilamiento finalmente fue conmutado gracias a la intervención de Eva Perón en un viaje a España.

Cuando habla de su paso por la cárcel, Albina se acuerda de su padre, que fue encerrado en San Marcos, hoy el Parador de León, pocos meses después del inicio de la Guerra Civil. Él “era de izquierdas”, pero “no había hecho nada” y al tiempo le dejaron salir “previo pago de una multa”, cuenta la mujer. “Nunca le dijeron por qué, pero en aquellos tiempos ser de izquierdas ya era considerado subversivo”, añade. A Albina no se le borra el recuerdo de ir a visitar a su padre al campo de concentración cuando tenía diez u once años: “Gracias un amigo de la familia nos dejaron entrar, recuerdo lo que me impresionó ver en aquella sala una alfombra de hombres tendidos en el suelo, sin nada”.
Las consecuencias de la contienda no se detuvieron ahí porque sus padres se vieron obligados a cerrar el negocio familiar –el bar Aterrizaje, que habían abierto en la calle La Sal de León–. “Mi madre fue la que soportó todo, pero al final pudo lograr el dinero para sacar a mi padre y otro compañero de prisión”, recuerda Albina. Estas experiencias de infancia le marcaron para siempre y cree que dejaron en ella la conciencia política que le movió a afiliarse a la FUE en los años más duros del franquismo. Paralelamente, ella y sus compañeros plantaron la semilla del movimiento estudiantil organizado que no dejaría de agitar la universidad contra Franco desde finales de los 50 hasta su muerte.
Albina lleva la educación en las venas. Dice orgullosa que “Franco se equivocó” porque a pesar de condenarles “nos dejó acabar nuestras carreras”. “A él cuanto más ignorante fuera España, mejor le venía”, comenta. Así, unos años después la mujer volvería a León –“la ciudad de mi vida”, dice–, donde comenzó a dar clase de Historia en el instituto femenino Legio VII hasta que se jubiló en los años 90. Ahora, la ciudad de su vida acoge el homenaje a su lucha por la democracia que, aunque no le guste, sí se merece.
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