Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El discurso del PP con los menores migrantes salta por los aires
Los 20 millones que ocultó el jefe de la UDEF conducen al principal narco español
OPINIÓN | 'Las democracias mueren a plena luz del día', por Enric González
Sobre este blog

Éste es el boletín personal de Ignacio Escolar, en exclusiva para socios y socias de elDiario.es: una carta semanal en agradecimiento a nuestra comunidad por su apoyo con claves, datos y recomendaciones personales del director de elDiario.es. Si tú también lo quieres leer y recibirlo cada sábado en tu buzón, hazte socio/a aquí:

Hazte socio, hazte socia

Luis Medina
22 de marzo de 2025 09:00 h

185

La Justicia ha tomado su decisión. Los seis millones de euros que se llevaron “pa la saca” –según sus propias palabras– Alberto Luceño y Luis Medina no son el fruto de una estafa. Todo es perfectamente legal, aunque buena parte del material sanitario fuera defectuoso, los precios fueran desorbitados e hicieran creer al Ayuntamiento de Madrid que lo suyo era filantropía y no pura codicia. Aunque lograran este pelotazo a través del primo del alcalde, que les facilitó los contactos. Aunque la comisión fuera incluso mayor que el precio real del pedido: Luceño y Medina se llevaron seis millones de los once que Madrid pagó.

No fue una estafa, dice la Audiencia de Madrid. Solo hay una condena menor para Alberto Luceño y por otros delitos: fraude fiscal y falsificar un carné con el que se hacía pasar por agente del CNI. Su absolución certifica la impunidad de los comisionistas que se enriquecieron durante la pandemia, los que hicieron grandes negocios mientras miles de personas morían. Lo mismo que pasó con Tomás Díaz Ayuso, y ese contrato a dedo de 1,5 millones que el gobierno que preside su hermana adjudicó a un amigo de su pueblo. O con Alberto González Amador, la pareja de Ayuso, que ni siquiera está acusado por cobrar dos millones de comisión por la compraventa de mascarillas, sino por defraudar a Hacienda tras este pelotazo y presuntamente pagar un soborno de medio millón de euros a su cuate, el presidente de Quirón Prevención. 

Los hechos probados de la sentencia absolutoria para Luceño y Medina, pese a todo, explican mucho de cómo funcionan algunos negocios en Madrid. Quien tenía el contacto con los fabricantes de mascarillas en China era Alberto Luceño. Él fue el ideólogo y principal hacedor: puso la teoría y la práctica en esa millonaria operación. Su socio, Luis Medina, tan solo aportó un número de teléfono de su agenda. Poco más. Conocía a una amiga del primo del alcalde de Madrid, que fue quien les abrió las puertas del Ayuntamiento. Y por dos llamadas telefónicas y el envío de un email, Luceño recompensó a Medina con un millón de euros; un buen pellizco del botín. 

Todo se entiende mejor cuando se explica quién es Luis Medina, el que ponía su nombre y su agenda. No es un cualquiera. Su padre era el duque de Feria. Su hermano es el actual duque de Feria, también marqués. Y la historia de su aristocrática familia sirve para entender algunas cosas de la España actual. 

Entre los antepasados directos de Luis Medina están varios de los nobles más ricos y poderosos de los últimos siglos. Como su bisabuelo Luis Fernández de Córdoba y Salabert: once veces duque, quince veces conde, diecisiete veces marqués y también el mayor terrateniente de entre todos los grandes de España en los años de la Segunda República –poseía 74.000 hectáreas–. O su antepasado Juan Francisco de la Cerda, duque de Medinaceli y también el noble más rico del siglo XVII español. O el propio rey Alfonso X, de donde viene su familia. O el primer duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas; tal vez el mayor corrupto de la historia de España. 

Antes de hablar del duque de Lerma, hay que explicar algunas cosas de Madrid: la más anómala de las grandes capitales europeas. La única sin un puerto marítimo o un río navegable. La que está a mayor altitud sobre el nivel de mar –657 metros; solo la supera Andorra la Vella–. La única que ascendió a capital siendo poco más que un pueblo. La única que, durante siglos, tuvo como principal industria la propia corte; el favor político, los negocios alrededor del poder. 

Buena parte del origen de estas anomalías de la capital de España se explica por un coto de caza. Un coto privado que aún sigue ahí. Una cuarta parte del territorio de la ciudad de Madrid –el monte de El Pardo– sigue cerrado al público. Solo los corzos, los gamos, los borbones y sus invitados lo pueden visitar. Es tan enorme esa ciudad prohibida que hubo espacio suficiente como para que Juan Carlos I pudiera construir allí una casita para su amante, Corinna Larsen, sin que la reina Sofía se enterase. Y este coto privado de caza, del que ya te hablé hace dos años en otro boletín, es una de las principales razones que convirtieron a Madrid en la capital que es hoy.

La valla que rodea este coto de caza, y que la separa del resto de la ciudad, mide 66 kilómetros. En tiempos pasados, este real coto privado fue aún mayor. No solo todo el monte de El Pardo era de uso exclusivo de los reyes; pasaba lo mismo con el parque del Retiro y con la Casa de Campo, que estuvieron cerradas al público hasta la Segunda República. En esencia, la pequeña villa de Madrid creció alrededor de una vieja fortaleza musulmana –parte del sistema defensivo de Toledo– para dar servicio a un enorme pabellón de caza de los reyes de España. El castillo, de los tiempos del Magerit musulmán, fue construido alrededor del año 870, en una pequeña colina junto al Manzanares, donde hoy está el Palacio Real. El pabellón de caza de El Pardo vino después, tras la conquista castellana; la primera construcción fue de Enrique III, en 1405, para aprovechar la riqueza cinegética de la zona, en las laderas de la sierra Guadarrama.

En Madrid no había puerto, ni industria, ni comercio, ni catedral, ni universidad, ni tampoco un río navegable. Pero sí gamos y ciervos para disfrute del rey

La casa de Trastámara abrió el pabellón de caza en El Pardo, la casa de Austria lo amplió. Era la principal actividad económica: en 1480, Madrid apenas contaba con 3.400 habitantes. Y cuando Felipe II trasladó allí la capital, en 1561, vivían en la villa apenas 20.000 personas: una fracción de lo que entonces eran Toledo, Sevilla, Lisboa, Barcelona o Valladolid. 

Pasar de pabellón de caza a capital del imperio supuso un gran impulso para la ciudad. Con la llegada de los nobles y la administración de la corona, la población se disparó. El traslado de la corte llegó con el inicio de la construcción del monasterio de El Escorial, un enorme edificio que explicaron al expresidente estadounidense George H. W. Bush con una sencilla y precisa metáfora, en una ocasión en la que visitó este lugar: “Esto era el Pentágono del siglo XVI”. 

La entonces mujer del emperador Felipe II, Isabel de Valois, también ayudó a que llegara la capital: odiaba Toledo y sus murallas, y veía en la campestre y menos poblada Madrid un ambiente más favorable para la salud. Además del favor de la reina, había otros factores que ayudaron a Madrid. Valladolid había sido una de las ciudades que encabezó la revuelta comunera. Y en Toledo, el emperador sufría el incordio de compartir una pequeña parte del poder con la Iglesia, con el arzobispo de la ciudad –en 1561, Madrid no tenía obispo ni tampoco catedral–.

La capital fue un gran negocio; lo sigue siendo hoy. Las idas y venidas de la corte lo fueron aún más. Y aquí llegamos al famoso duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas; uno de los antepasados famosos del comisionista Luis Medina. Fue el primer valido de Felipe III. Y en 1601, logró convencer al rey de abandonar Madrid y mover la capital a Valladolid. 

Aquella fue una jugada maestra de la especulación inmobiliaria. Seis meses antes del traslado, con algo que hoy calificaríamos como un delito de información privilegiada, el duque de Lerma y sus secuaces compraron a precio de ganga numerosas propiedades en Valladolid. Terrenos y palacetes que se revalorizaron con la capitalidad y que el duque más tarde vendió con enormes plusvalías. Entre otros compradores, el duque colocó uno de sus palacios vallisoletanos al no muy listo rey.

Apenas cinco años después, en 1606, el duque de Lerma repitió la operación. Invirtió a precio de ganga en Madrid poco antes de que Felipe III trajera de vuelta la capital. De nuevo le salió bien, y con ambos pelotazos el duque de Lerma se convirtió en el noble más rico de su tiempo. Una fortuna descomunal que aún hoy es visible en algunas ciudades, como la propia Lerma; el impresionante palacio de 201 balcones que se construyó en esta localidad burgalesa es hoy el actual Parador de Lerma

Pero el mayor edificio que construyó el duque de Lerma estaba en Madrid, aunque fue demolido hace más de un siglo. Fue un gran palacio en el paseo del Prado, más tarde conocido como el palacio de los duques de Medinaceli, que fue la casa aristócrata que después lo heredó. El terreno que ocupaba ese espectacular complejo, con varias huertas, conventos y edificios para el servicio, iba desde la carrera de San Jerónimo y la plaza de Neptuno hasta la calle Huertas: el equivalente a cuatro manzanas del Madrid actual. Por entender mejor sus dimensiones: apenas una tercera parte de ese enorme terreno enfrente del Museo del Prado es donde hoy se levanta el Hotel Palace de Madrid. 

La especulación inmobiliaria no fue el único negocio corrupto del duque de Lerma. También sacó millones de maravedíes revendiendo puestos en la administración; Madrid llegó a tener más de una veintena de corregidores, adjudicados al mejor postor.

El duque de Lerma acabó cayendo en desgracia. Demasiado dinero, demasiado poder, demasiadas envidias alrededor. La mujer de Felipe III, Margarita de Austria, no se fiaba de él, con razón. El propio hijo del duque también conspiró en su contra y el valido acabó perdiendo el favor del rey. 

Tras perder ese privilegio, sus enemigos se volvieron contra él. Su mano derecha, Rodrigo Calderón, acabó ejecutado en la Plaza Mayor, condenado como chivo expiatorio por los crímenes que atribuían a su protector. Y el duque de Lerma se libró de un destino similar gracias a su red de contactos. Consiguió que el Papa de Roma, entonces Paulo V, le nombrara cardenal. De esa manera el duque de Lerma esquivó buena parte de los procesos judiciales en los que estaba inmerso: los altos cargos de la Iglesia contaban entonces con una protección similar al actual aforamiento de muchos políticos. Solo los tribunales eclesiásticos, y no los seculares, los podían juzgar y condenar. 

El nombramiento como cardenal salvó la vida al duque de Lerma. Murió en la cama, en Valladolid, desplazado de la corte por el conde-duque de Olivares, que se convirtió en el valido del siguiente rey, Felipe IV. Perdió parte de sus rentas, pero murió impune, gracias a la protección del Vaticano como cardenal. Solo la opinión pública lo condenó con una famosa copla que, en esos años, circuló por Madrid: “Para no morir ahorcado / el mayor ladrón de España / se viste de colorado”. 

Aquella villa pegada a un coto de caza ha cambiado mucho desde entonces. El monte de El Pardo sigue ahí, cerrado a los madrileños; la mayoría de ellos ignoran incluso su enorme extensión. Pero hace tiempo que la corte dejó de ser la principal industria de la región. Madrid es hoy una de las ciudades más pujantes de Europa, en gran medida apoyada por el impulso que el poder político le dio, al situar la capital de España en el centro de la península, sin un río navegable, muy cerca de corzos y jabalíes pero a 657 metros por encima del nivel del mar. España tampoco es hoy aquella que retrató Berlanga en ‘La escopeta nacional’. Aunque hay cosas que no cambian nunca. Para algunos negocios, la agenda de un aristócrata de la casa Medinaceli sigue valiendo un millón.

Me despido aquí por hoy. Espero que tengas un buen fin de semana. Gracias por leerme. 

P.D. Un último recordatorio. Tanto el pelotazo de Luceño y Medina como las comisiones del hermano de Ayuso como el fraude fiscal y demás negocios de Alberto González Amador se conocen por un motivo: por la investigación periodística de elDiario.es. Las tres exclusivas las destapó esta redacción, de la que tú también formas parte con tu apoyo. Si elDiario.es hubiera existido en el siglo XVII, estoy seguro de que el duque de Lerma también nos hubiera intentado silenciar.

Sobre este blog

Éste es el boletín personal de Ignacio Escolar, en exclusiva para socios y socias de elDiario.es: una carta semanal en agradecimiento a nuestra comunidad por su apoyo con claves, datos y recomendaciones personales del director de elDiario.es. Si tú también lo quieres leer y recibirlo cada sábado en tu buzón, hazte socio/a aquí:

Hazte socio, hazte socia

stats