Carolina Meloni, filósofa: “Los políticos postfascistas nos han robado el derecho a la utopía y hay que recuperarlo”

Se define a sí misma como filósofa fronteriza y así es también su pensamiento. Carolina Meloni (Tucumán, Argentina, 1975) huye de las generalizaciones y los lugares inmutables. Prefiere transitar entre teorías y cruzar los límites del conocimiento para recuperar de aquí y de allá las tradiciones feministas que han quedado en los márgenes. Profesora de la Universidad de Alcalá (Madrid), esta especialista en filosofía política contemporánea está plenamente convencida de que solo apelando a lo colectivo y a la “unidad de las luchas”, es posible afrontar la ofensiva antifeminista que se extiende globalmente.
En su nuevo libro, La instancia subversiva. Decir lo femenino ¿es posible? (Akal), analiza cómo la historia del pensamiento ha desplazado las aportaciones que no encajan en el masculino hegemónico. “Han sido subordinadas a un modo de pensar falocéntrico”, asegura. Hija de represaliados de la dictadura argentina, Meloni nació mientras su madre estaba en un centro clandestino de detención, de donde salió para dar a luz en la Maternidad de Tucumán. A ambas las volvieron a encerrar después hasta que a su año y medio comenzó a vivir con su abuela. Hasta los cinco años se acuerda de ir a ver a su madre a prisión una vez al mes. De ahí, quizás, que las historias de las otras, de las que han sido relegadas y no suelen estar en el centro sí lo ocupen para ella.
El feminismo afronta este 8M en unas condiciones muy diferentes a las de 2018 o 2019, dos años marcados por la efervescencia en los que se produjeron manifestaciones masivas. Ahora parece que la sensación de desasosiego y cansancio se impone. ¿Cómo llega el movimiento a este día?
Hay desesperanza en el feminismo porque es un espíritu de época y se ve influido por él. Muchos de los discursos que recibimos la propician, como si estuviéramos abocadas al final del mundo y ya no hubiera otro posible, a pesar de que el feminismo es de los pocos proyectos políticos que sueña con él. Eso es lo que nos sacó a las calles entonces. Luego el movimiento se ha ido fragmentando y lo que se ha llamado esta cuarta ola, trajo su resaca. Determinados sujetos como el colectivo LGTBIQ+ o las mujeres migrantes y racializadas se han hecho más visibles y ante ello ha surgido una parte muy conservadora dentro del feminismo que ha hecho que nos vayamos desencantando, pero tenemos que volver a encontrar la poética y la erótica que nos unió porque no están los tiempos para divisiones.
El contexto ahora es distinto y el feminismo se ha vuelto un objetivo a batir para las extremas derechas a nivel global.
Sí, más allá de las fragmentaciones dentro del propio movimiento feminista, esta nueva ola fascista que entonces se estaba gestando no la teníamos en 2018 y ha propiciado un punto de quiebre. Es una época muy crítica a nivel político, ecológico y económico. Hay desesperanza y agotamiento, creo que hay consignas que ya no nos valen y que desde la pandemia en adelante todo se ha acelerado.
Los datos, las encuestas y los estudios apuntan a cómo el discurso antifeminista ha calado. ¿Se percibe fuera?
Sí, no es un problema que estemos vislumbrando, ya lo tenemos en casa. En las aulas veo cómo se han ido aceptando determinados discursos que antes nos parecían casi inconcebibles y hay determinados sujetos que somos el blanco preferido. Ya lo demostró Milei en su último discurso en Davos, en el que se refirió al movimiento LGTBIQ+, el feminismo y el activismo por el medio ambiente. No es casual porque son tres luchas que, de manera conjunta, ofrecen un mundo alternativo a la devastación a la que nos lleva este sistema.
No hay ningún mesías que nos vaya a sacar de esto. Es fundamental recuperar la calle. Desde la pandemia hay cierta fobia social y estamos mucho en nuestra burbuja virtual, pero ahí fuera están pasando cosas
Esta ofensiva global puede ser leída como una respuesta, una reacción a un avance. ¿A qué lo achaca usted?
El feminismo es y ha sido una potencia desestructurante de muchos dispositivos de poder. No solo de la cuestión patriarcal, sino que es interseccional y cuestiona desde la heterosexualidad obligatoria a la familia burguesa, nuestros cuerpos, nuestros afectos... No es casual que cuando un grupo hace esto, evidentemente haya otros que se sientan amenazados. Hay sujetos que se sentían cómodos en su posición de clase o de género y que empezaron a ver en riesgo sus privilegios.
Más de la mitad de los mensajes en X sobre igualdad son ya para atacarla, según un nuevo estudio. ¿Cuánto han contribuido las redes a este estado de la situación que describe?
En redes sociales se ha normalizado la violencia, el insulto y cualquier tipo de descalificación hacia determinadas personas. Debemos volver a recuperar el lenguaje que nos han robado durante estos años, como puede ser el concepto de libertad, muy usado por Milei. Son un conjunto de estrategias que estaban relacionadas con movimientos emancipadores y que ahora utilizan estos políticos postfascistas para marcar una especie de utopía. A nosotras, sin embargo, nos han robado el derecho a la utopía y hay que recuperarla como sea.
¿Cómo hacerlo?
Hay muchas compañeras pensando desde diferentes lugares otros tipos de utopías. Sayak Valencia o Silvia Federici nos hablan de una militancia alegre y el colectivo feminista Mujeres Creando, de ser felices. En esta época en la que no vemos horizonte posible, solo podemos vislumbrarlo de manera colectiva y aunando luchas. No hay ningún mesías que nos vaya a sacar de esto. Es fundamental recuperar la calle. Desde la pandemia hay cierta fobia social y estamos mucho en nuestra burbuja virtual, pero ahí fuera están pasando cosas. Lo decía en un discurso la feminista argentina Georgina Orellano: militar no es tuitear, hay que volver a sudar juntas.
A la par que las feministas burguesas se estaban rebelando tras la Revolución Francesa, que es el mito fundacional del feminismo, lo estaban haciendo las esclavas en Haití
En los últimos meses se han hecho públicos los casos de acoso sexual de Errejón y Monedero. Ambos en dos formaciones políticas que han hecho del feminismo una de sus banderas. ¿Cómo impacta esto en la credibilidad y la articulación institucional del feminismo?
Hay que hacer una profunda reflexión que hace tiempo llevamos haciendo las feministas que hemos estado al margen de la institución sobre las lógicas patriarcales dentro de los propios partidos. Estas no solo tiñen las relaciones personales de estos sujetos con las mujeres que están dentro, sino también las formas de ejercer política, muy masculinas, y las estructuras, que son muy jerárquicas.
En toda su producción filosófica insiste en recuperar las tradiciones feministas que han ido quedando a los márgenes y que tienen que ver con el antirracismo, las luchas LGTBI o el pensamiento decolonial. ¿Cómo nos afecta ignorarlas?
Fundamentalmente en que, al leer solo una tradición del feminismo que se ha convertido en canon, nuestra visión del mundo se reduce. La visión occidental del feminismo y la filosofía ha pensado como universal el conocimiento situado europeo y que este es válido para todo el mundo. Hemos perdido las miradas de las mujeres africanas, asiáticas, latinoamericanas...y otras maneras de pensar colectivamente. No se trata de sumar a un feminismo central otros feminismos porque estos siempre han estado ahí. A la par que las feministas burguesas se estaban rebelando tras la Revolución Francesa, que es el mito fundacional del feminismo, lo estaban haciendo las esclavas en Haití.
Hablaba antes de aunar luchas y de sujetos diversos. En el libro que acaba de publicar utiliza la categoría de “lo femenino” para referirse no solo a las mujeres, también a personas racializadas o LGTBI. ¿Por qué debería el feminismo asumir esas luchas? ¿No podría acabar restando eficacia al objetivo de la igualdad de género?
Se nos ha inoculado que cualquier lucha emancipatoria necesita una identidad: el obrero, la mujer. La realidad es que a lo largo de la historia, cuando distintos grupos decidieron unirse han sido mucho más potentes. Si nos centramos solo en la opresión de género, caemos en una ceguera política y epistemológica. Lo que nos han enseñado los feminismos marxistas, decoloniales y negros es que, aunque cada opresión tiene su historia, unas existen con las otras, están entrelazadas. Para mí lo femenino, que es múltiple y diverso, es un lugar político y simbólico que ocupamos cuerpos que han sido situados en una posición subalterna a la masculinidad dominante.
La realidad es que a lo largo de la historia es cuando distintos grupos deciden unirse cuando han sido mucho más potentes
Usted ha analizado cómo esa producción teórica ha quedado relegada e invisible en la historia del pensamiento.
Sí, ha sido subordinada a un modo de pensar falocéntrico y masculino que se puede reproducir aunque seas filósofa. Este tiene que ver con una cuestión de clase porque la filosofía ha sido un pensamiento elitista y se autopercibe como la poseedora de la verdad universal, también con una cuestión de jerarquías y eso es Platón el primero que lo hace: en la cúspide están las ideas y ¿quién sale de la caverna? Un filósofo hombre relacionado con una cierta casta social. También, como dice Almudena Hernando, tiene que ver con creer que solo la razón nos da la verdad, eliminando el cuerpo y las emociones.
Yo pongo siempre el ejemplo de Descartes, que en sus meditaciones metafísicas dice que está en bata delante de una estufa y duda de todo. ¿Qué privilegios tiene ese cuerpo para que pueda hacer eso? Tiene el privilegio de ser un hombre y poder suspender el mundo. Los sujetos subalternos y femeninos nunca hemos podido suspenderlo porque nos hemos encargado de llevarlo a nuestras espaldas. Si Descartes puede hacer eso es porque alguien detrás le está cocinando y lavándole los calzoncillos.
Retomando la fragmentación en el movimiento feminista al que hacía referencia al principio, usted asegura que hay debates como los que en España se han dado en torno a la Ley Trans que son de los años 70. ¿Por qué han regresado?
Yo también me lo pregunto, pero para mí hay un determinado feminismo hegemónico que cae en presupuestos esencialistas y biologicistas de lo que es ser mujer, y a partir de ahí hay sujetos que a ese feminismo le resultan indigeribles y a los que nunca va a permitir que tengan voz propia porque esto es también una cuestión de poder, de lugar de enunciación, de quiénes son las que están o no reconocidas para hablar.
0