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El goteo antiecologista no para de filtrarse en las políticas ambientales: el auge de la extrema derecha y algo más

Terreno agrícola reseco en Isla Mayor.

Raúl Rejón

15 de marzo de 2025 21:54 h

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Un goteo incesante antiecológico no para de filtrarse en las políticas ambientales. Hace poco más de una semana entró en vigor la rebaja de protección internacional del lobo impulsada por la Unión Europea. Muy poco antes, el intento de desmontar parte de la agenda verde comunitaria del comisario de Economía, Valdis Dombrovskis, produjo una tormenta en la Comisión Europea apenas estrenada, ni 100 días tenía.

“El retraso, debilitamiento o abandono de regulaciones ambientales muestra un pobre compromiso”, afirmaban miles de científicos de diferentes disciplinas en un escrito común en el que abordaban el retroceso en medidas ambientales de los últimos meses. Este tipo de decisiones “no están basadas en la ciencia”, advertían. “Es más, algunas se basaron en desinformación y estuvieron muy influenciadas por intereses particulares de grupos o corporaciones específicos –algunas veces expresadas de manera violenta–” resume el escrito.

La cuestión es que, desde 2023, cada poco tiempo se marca una nueva muesca. Y las decisiones políticas se traducen luego en medidas concretas. Sin ir más lejos, el mismo día que se degradó el estatus del lobo en la Convención de Berna, Bruselas propuso de inmediato emularlo en las leyes de la UE: “De estrictamente protegido a protegido”, pide el Ejecutivo de Ursula von der Leyen.

Para ver cómo funciona esta dinámica puede observarse el ejemplo de la retirada de la norma para la reducción en el uso de pesticidas a nivel europeo, que ha servido de argumento en España para que las comunidades autónomas se opusieran al nuevo Plan Nacional de Uso Sostenible de los Productos Fitosanitarios del Ministerio de Agricultura. El documento, que preveía profundizar en la rebaja de pesticidas en el campo, fue a parar a un cajón y ahí sigue. Mientras,un tercio de las aguas superficiales del país están contaminadas por los restos de estos compuestos debido a un “gran número de incumplimientos [de la normativa] detectados”, según el análisis del Ministerio de Transición Ecológica.

Muy poco después de aquello, la Comisión Europea también aceptó eliminar las condiciones ambientales que tenían que desarrollar los agricultores para recibir fondos de ayuda de la Política Agraria Común. La mayoría de ellas estaba destinada a paliar una desertificación hacia la que, como han certificado los científicos, el calentamiento global empuja inexorable en países como España, donde los tractores rugieron con fuerza cortando carreteras para forzar ese cambio.

Herramienta política

Ejemplos no faltan, como la batalla por aguar la ley europea de restauración de la naturaleza. Otro de los más recientes fue la decisión de retrasar la entrada en vigor del reglamento para evitar la deforestación que provoca la demanda de ciertos productos en Europa: desde el café a la soja o la carne que se producen en áreas de bosque tropical. “Un preocupante paso atrás”, lo calificó el grupo de científicos.

La ultraderecha y los conservadores han conseguido hacer que los votantes vean las regulaciones ambientales como algo que incrementa sus costes y eso hace que no apoyen esas políticas

Courtney Federico Investigadora del Centro para el Progreso de EEUU

El investigador del Centro para el Progreso de EEUU, Robert Benson, explica que todos estos “pasos atrás” hay que encuadrarlos en un “contexto más amplio en el que la ultraderecha ha presentado las políticas climáticas como en contra de la clase trabajadora –un chivo expiatorio– y el mimetismo de los conservadores que han utilizado esta visión como arma política”.

Basta como un botón de muestra el bulo diseminado con insistencia por Vox en España sobre el desperdicio [sic] de agua que supone que los ríos desemboquen en el mar, al que no pudo resistirse el Partido Popular.

“Han conseguido hacer que los votantes vean las regulaciones ambientales como algo que incrementa sus costes y eso hace que rechacen esas políticas. Lo hemos visto en Europa y también en Estados Unidos, donde es más preocupante porque, con la llegada de Donald Trump, se queda como líder de la acción contra el cambio climático”, abunda la compañera de Benson, Courtney Federico, en conversación con elDiario.es.

Si los científicos afean que “en lugar de sostenibilidad, el nuevo foco está puesto en la competitividad, la productividad y el crecimiento económico mientras se ignoran los límites que establecen las condiciones de la Tierra”, la investigadora va más allá. “Se ha conectado bien con esas preocupaciones para atraer a sectores de la sociedad”, razona Federico. Porque el apoyo a las medidas verdes se diluye cuando hablas de costes económicos: “El pensamiento es que no merece la pena”.

La Universidad de Utrech desarrolla un proyecto de investigación específico sobre esta tendencia en Europa que define como “reacción climática”, es decir, el rechazo a las políticas contra la crisis del clima. “La reacción climática va más allá del populismo de extrema derecha”, sostiene su director, James Petterson. Y señala que la derecha y la ultraderecha a veces compiten por votantes, pero muchas otras comparten agendas al formar coaliciones. En su análisis sobre las movilizaciones anticlima, el investigador describe que el fenómeno se alimenta cuando estas políticas son vistas (o atacadas) con determinadas características:

  • Como medidas demasiado exigentes y costosas o que amenazan el estilo de vida de las personas, por lo que se perciben como injustas.
  • Como alejadas de las preocupaciones del día a día de la gente, o incluso del interés nacional.
  • En contra de valores como la tradición, la identidad o la misma libertad.
  • Medidas que complican la vida cotidiana.

En su examen, el investigador advierte de que echarse rápidamente en los brazos de las protestas anticlimáticas es una tentación peligrosa porque amenaza con retrasar las medidas realmente necesarias para contener la crisis del clima: “Evitar la reacción no va de aguar las políticas climáticas, sino de encontrar maneras para ganarse a un público cada vez mayor, en el sentido de que puedan comprender esas políticas y participar de ellas”.

Ligarlo con una vida digna

Lo cierto es que el frenazo ha llegado cuando más patentes se están haciendo las consecuencias de las crisis climática o biológica. En España, sin ir más lejos, la DANA mortífera de Valencia del otoño pasado es un recordatorio de que el país ya está en el epicentro de los daños del calentamiento global. A finales de 2024 tuvo lugar la negociación para salvar algo de cuota pesquera en el mar Mediterráneo para la flota española ante el desplome de las poblaciones de esos peces que el sector intenta no dejar de comercializar.

Evitar la reacción no va de aguar las políticas climáticas, sino de encontrar maneras para ganarse a un público cada vez mayor en el sentido de que puedan comprender esas políticas y participar en ellas

James Petterson en 'Activismo civil en una cada vez más intensa crisis climática' Investigador de la Universidad de Utrech

¿Cómo plasmar la advertencia del sociólogo Petterson? Federico contesta: “Con una transición justa”. Y para eso, “es vital vincularlo con que las personas pueden tener una vida digna”. Benson concreta: “Esto implica tener un trabajo para vivir y mantener a la familia al mismo tiempo que las administraciones deben desarrollar la habilidad de encontrar a la ciudadanía allí dónde esté”.

Sobre si la oleada antiecologista va para largo, ambos admiten que “la extrema derecha está disfrutando ahora de un buen momento”, pero no renuncian a transmitir un atisbo de esperanza: “Las cosas no tienen por qué ser permanentes”.

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