Las fuertes lluvias del temporal devolvieron a la vida un lago olvidado durante siglos en el corazón de Andalucía: ¿por qué desapareció del mapa?

El agua ha vuelto a reclamar su lugar en Andalucía. No en forma de lluvia pasajera ni como ríos crecidos desbordando sus márgenes —aunque en algunas zonas de España sí lo han hecho—, sino como una enorme masa líquida que ha transformado el paisaje y desdibujado las fronteras conocidas entre las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz.
En los últimos días, amplias zonas del sur del país han vuelto a ser lo que fueron durante milenios: territorio sumergido. Lo que parece una catástrofe de tráfico o una consecuencia más del temporal Laurence - y después Martinho -, encierra en realidad una revelación mucho más antigua, ligada al propio origen de lo que hoy se pisa como tierra firme.
El Golfo Tartésico estaba aquí
En un vídeo grabado desde un helicóptero de la DGT sobre la AP-4, entre Dos Hermanas y Jerez Norte, se observa la carretera partida por un desbordamiento. Parte de la calzada, bajo el agua. El corte afectaba a más de 60 kilómetros, entre los puntos 13 y 78, como fueron informando los propios operadores desde su cuenta institucional.
Entre los que observaron con atención estas imágenes estuvo el periodista Gonzalo Núñez. En su cuenta de X, reconoció enseguida algo más que una carretera inundada.
Con el vídeo aún reciente, publicó una imagen extraída de la grabación para dar a conocer algo que muchos desconocían: “Esta imagen de la AP-4 entre Sevilla y Cádiz cortada por las lluvias nos recuerda que hace milenios todo esto fue el Lacus Ligustinus, un gran lago entre estas dos provincias. En tiempos de Estrabón aún se formaban esteros, siendo la región navegable en todos los sentidos”.
La escena reveló lo que los geólogos llevan años explicando. Esta zona fue, durante siglos, una bahía interior alimentada por el Atlántico y por los ríos Guadalquivir y Guadalete. En realidad, los expertos prefieren referirse a ella como Golfo Tartésico.
Su extensión llegaba hasta zonas hoy interiores, como Brenes, e incluso más allá. La línea de costa estaba a más de cien kilómetros de la actual. Y bajo las aguas quedaba una vasta región que solo en época romana empezó a perder su carácter marino.
Los primeros documentos que mencionan esta geografía aparecen en crónicas y textos antiguos, como el Ora Maritima del poeta latino Rufo Festo Avieno, quien redacta en el siglo IV d. C. pero tomando como base fuentes del siglo VI a. C.
Aquellas referencias hablaban de una zona de navegación fluvial abierta al mar, un espacio que los griegos conocieron como Baetis y que los visigodos llamarían Betis. El actual Guadalquivir vertebraba este lago, que en tiempos tartésicos funcionó como vía de comunicación y de comercio.
Un tsunami lo cambió todo
Pero esa topografía empezó a modificarse de forma drástica. Según una investigación del Departamento de Geodinámica y Paleontología de la Universidad de Huelva, el paisaje evolucionó “desde un lago costero, el llamado Lacus Ligustinus, bien comunicado con el mar a través de dos desembocaduras fluviales que rodeaban la flecha de La Algaida, en Sanlúcar de Barrameda, a una marisma de marea muy sedimentada y con una única desembocadura”.

El estudio, recogido por La Túnica de Deso, indica que un tsunami ocurrido entre los siglos I y II d. C., junto con varias tormentas intensas, alteró de forma permanente el perfil del litoral. “Geológicamente, este gran episodio catastrófico tuvo consecuencias importantes para las formaciones costeras, dando lugar a un escape erosivo muy importante en la flecha litoral de Doñana y abanicos de derrame asociados”, detalla el investigador Antonio Rodríguez Ramírez.
La colmatación del golfo dio paso a la aparición de marismas, islas y nuevos terrenos. En una de estas zonas emergidas surgiría Spal, la ciudad tartésica que después se convertiría en Hispalis y, más tarde, en Sevilla.
Hoy, bajo la acumulación de siglos, las capas sedimentarias ocultan los restos de aquel lago inmenso. Pero basta con que una borrasca como Laurence descargue con fuerza para que la geografía pasada reclame su espacio. La historia no solo se conserva en libros o yacimientos; a veces, regresa cubierta de agua.
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