El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Ciencia hoy, el dispositivo que se consume a sí mismo

En los últimos dos siglos, la ciencia ha tenido un impacto monumental en nuestra visión del mundo. Nos ha permitido comprender la realidad de manera más objetiva, liberándonos de supersticiones y arbitrariedades. Su influencia en la sociedad también ha sido enorme: desde los colorantes para la ropa y la píldora anticonceptiva hasta los innumerables instrumentos de uso cotidiano. Ahora, con el avance de la inteligencia artificial, nos encontramos al borde de nuevas transformaciones que prometen facilitarnos aún más la vida y modificarla profundamente, incluso en lo que se refiere a nuestra propia “autocomprensión” como seres humanos.
Sin embargo, este progreso ha traído consigo consecuencias preocupantes para la comunidad científica y su labor. Tanto los recursos económicos generados por la ciencia como el conocimiento que produce —pues saber es poder— han despertado un gran interés en los sectores empresarial y político. Esta situación ha propiciado, de una forma u otra, la privatización del producto científico y su sometimiento a las reglas del mercado: auditorías, rentabilidad y transferencia de conocimiento al sector privado. No solo el contenido de la ciencia se ve afectado, sino también su vehículo: las revistas científicas, que ahora se evalúan según criterios financieros, como los rankings y el número de citas.
Este cambio ha reconfigurado radicalmente las relaciones entre autores, editoriales, empresas y administraciones públicas, afectando la manera en que se legitima y valora el conocimiento. Por un lado, la competitividad se ha instaurado como el principio regulador central de la actividad científica, generando una presión constante por publicar. Por otro, la administración, en su afán por controlar el sector e impulsar la industria y la medicina, ha impuesto una carga burocrática asfixiante y una hipertrofia de la rendición de cuentas, donde los controles se convierten en un fin en sí mismos (rutinas defensivas) y no en un acicate para la mejora de la integridad en la investigación. Lo que importa es rendir cuentas ante los reguladores, los patrocinadores, las agencias gubernamentales, y no ante la sociedad, perdiéndose además tiempo y recursos valiosos y escasos que se detraen del propio trabajo de investigación.
Lo más importante es que los estados garanticen una financiación adecuada para la ciencia y preserven un espacio de libertad académica, donde la confrontación abierta de ideas, basada en distintas interpretaciones de resultados con garantías de reproducibilidad, sea la norma: un foro de debate riguroso, honesto y libre
Además, las administraciones han visto en la ciencia una herramienta para generar optimismo social y atraer inversiones, no solo por las respuestas que brinda a las preguntas científicas, sino también por su papel en la divulgación, en la resolución de urgencias —como las epidemias, volcanes— y en su capacidad para movilizar recursos. Pero el problema no proviene solo de agentes externos: los propios científicos son conscientes de que su trabajo se desarrolla en una red de actividades con implicaciones éticas complejas, la mayoría de las cuales escapan a su especialización.

Toda esta sobrecarga y dispersión de esfuerzos conforma un dispositivo que responde muy bien a la urgencia en la obtención de beneficios económicos y votos. Sin embargo, a cambio, está minando la profundidad, el rigor y la originalidad del trabajo académico, poniendo en peligro la esencia misma del oficio científico.
Ante esta situación, han surgido iniciativas alternativas y propuestas dirigidas a reforzar las convicciones éticas y las buenas prácticas, como las publicaciones en acceso abierto. Declaraciones como DORA (Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación) o COaRA pueden ofrecer cierto alivio, pero lo más importante es que los estados garanticen una financiación adecuada para la ciencia y preserven un espacio de libertad académica, donde la confrontación abierta de ideas, basada en distintas interpretaciones de resultados con garantías de reproducibilidad, sea la norma: un foro de debate riguroso, honesto y libre.
Sobre este blog
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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