CRÍTICA
Un mundo que ya no existe

Miguel Velázquez, el boxeador protagonista del documental y, detrás de él, David Cánovas, el director.

Alberto García Martín

6 de abril de 2025 13:12 h

0

Acudo a la proyección de un documental sobre una leyenda del boxeo con mi viejo y mi hijo. Cómo me gusta lo de viejo. Ese argentinismo tan cálido, que en su simpleza tiene algo de conmovedor. Deberíamos importar más términos como éste y no otros como “bro” o “Social creative manager”. Nos iría mejor, nos entenderíamos mejor y no se nos pudriría tan rápido el cerebro. El caso es que fuimos los tres a ver un pase privado de la película documental Miguel Velázquez, el catedrático del ring, producida y dirigida por David Cánovas.

Era ésta una película muy apropiada para ver juntos tres generaciones de la familia. Porque habla de un mundo, a través de su protagonista, que ya no existe. Un mundo que existió para el viejo, medio existió para el del medio y poco para el más joven. Ese mundo en el que el boxeo era un deporte de tal popularidad que congregaba a miles de personas ante el ring y ocupaba portadas de diarios deportivos. Donde un tipo de procedencia humilde y convertido en leyenda del boxeo, Miguel Velázquez, era recibido por las masas en el aeropuerto, tras ganar el campeonato de Europa, sin necesidad de haberle dado patadas a un balón. Como digo, otros tiempos. Se podría decir que nada ha cambiado, que lo que era una cosa ahora es otra, pero en el fondo es lo mismo. Pero yo creo que no y esta película invita a esa reflexión. Por qué antes el boxeo era lo que era y, lo que era, ahora es el fútbol. Por qué. No tengo la capacidad ni el espacio aquí para responder a eso.

Hay varios momentos verdaderamente interesantes en el documental que, como se suele decir, “dan que pensar”. Uno de ellos ocurre cuando se le pregunta al boxeador si le gusta el boxeo. Su respuesta es la consecuencia de lo que se viene mostrando, de alguna manera, desde el comienzo de la película, cuando conocemos el lugar de procedencia del púgil (mi barrio, El Toscal, dicho sea de paso) y las duras condiciones económicas de su infancia. Miguel cuenta, con total naturalidad, sin victimismo (al contrario, con una sonrisa) cómo y por qué se hizo boxeador. Y no fue precisamente por haber soñado con ser una estrella. Y sin embargo lo fue, y tanto que lo fue: llegó a ser campeón del mundo, un tipo que si alguien como yo o como mi hijo lo viera pasar a su lado por la calle, no repararía en él, tan sólo veríamos a un anciano en buena forma pero de aspecto corriente, no muy alto y con la nariz, eso sí, de boxeador. Pero mi viejo sí repararía en él, lo reconocería, pues él lo vio pelear en vivo, en aquellos años sesenta en la Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife. Qué tiempos. Yo vi tocar allí a Joaquín Sabina, a Pedro Guerra, a Loquillo y a tantos otros. Mi hijo nunca ha podido entrar en ella.

Esos tiempos dorados del boxeo, especialmente en Canarias (varios intervinientes en la película hablan de un modo canario de pelear, de un estilo particular) no se correspondían con una sociedad más feliz y próspera que ésta (de ser así, no hubiera habido un Miguel Velázquez) y no deberíamos por tanto, caer en el error de idealizar los tiempos pretéritos, como aquel personaje de Medianoche en París, de Woody Allen, que lograba trasladarse a la época de Buñuel y de Hemingway. Pero no puede uno evitar pensar que sí, que algo de eso debe de ser cierto, que un mundo donde el boxeo era tan importante para la gente era un mundo más interesante, más… cinematográfico. Un mundo más cinematográfico. Porque lo que deseamos es que la vida, qué narices, se parezca más al cine. Y por eso pensamos que los setenta era un mundo de colores terrosos, en los sesenta la realidad era de colores chillones y en los cincuenta, la vida era en blanco y negro. Sabemos que no era así, pero nos gusta pensarlo. Nos engañamos a nosotros mismos y, ¿saben?, ¿por qué no?: idealizar el viejo mundo no nos hace más felices pero… al menos contribuye a generar buenas películas.

Siempre he pensado que no hay fórmulas mágicas, que cada uno se instale en la realidad que quiera mientras no haga daño a nadie. Referenciando de nuevo a Woody, a un título suyo: Si la cosa funciona… Pues eso, si a ti te va bien, adelante. A mí por ejemplo, siempre me ha parecido que el boxeo es el más noble de los deportes porque en él la disputa, la violencia, no se le esconde a nadie. Está ahí, es real y es lo que es. Simple y evidente. No se enmascara de otra cosa, se trata de una competición clara y justa. El que pega más y mejor, gana. Pero éste es el análisis teórico de uno que nunca ha subido a un ring. Es curioso. Una defensa del boxeo desde la comodidad intelectual de mi ordenador. Y no es, sin embargo, lo que diría un campeón, una leyenda del boxeo, como lo es Miguel Velázquez.

Mi viejo, que juega al mus habitualmente con uno de los boxeadores que aparece en el documental, se va contento, no sin antes aplaudir, como hacemos todos, al protagonista del mismo, colocado en pie en medio de la sala agradeciendo los emocionados aplausos del público asistente. A todos nos ha tocado la fibra haber podido viajar con él a un mundo que ya no existe, donde un hombre salió de la miseria enfundándose unos guantes de boxeo en una exitosa trayectoria que tuvo su punto culminante aquel día que subió al ring y peleó con un boxeador que se casó luego con una cantante. Dicen los que entienden que aquel pudo haber sido el mejor combate que ha habido en la historia del pugilismo español. Y yo, aunque no lo vi, no voy a ponerlo en duda.

Miguel Velázquez, el catedrático del ring, se podrá ver en junio en Filmin.

Etiquetas
stats