Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La izquierda abertzale y su dudoso antifascismo

Ahora que conmemoramos el cincuenta aniversario de la muerte de Franco, y hacemos memoria de lo que fue su detestable dictadura, no está de más recordar la que en Euskadi nos quiso imponer ETA, cuando la democracia se asentaba en toda España y aquí recuperábamos nuestra capacidad de autogobierno. Entre otras razones, porque de manera bastante llamativa, el rechazo explícito de la sociedad vasca a la dictadura franquista no se ha visto acompañado por un rechazo similar en su contundencia a la que nos tocó padecer por parte de quienes trataron de imponernos violentamente una determinada manera de ser y de sentirnos vascos.
La condena al franquismo se ha expresado entre nosotros con un vigor que brilla por su ausencia cuando hablamos, si hablamos, del terrorismo etarra. Por decirlo más claramente, el rechazo al franquismo se ha expresado siempre en términos políticos, mientras que el referido al terrorismo lo hemos recluido preferentemente en el ámbito de la moral; o, para ser más exactos, en el de una moralina monjil, como la que acuñó eso tan blando de que “matar estuvo mal”. ¿Se imagina alguien una condena del bombardeo de Gernika limitada a decir que sus ejecutores se debieron portar mejor?
Además, para colmo, tras el fin de ETA, parece haberse cerrado la memoria histórica reciente de este país. Y asistimos, por ello, a un hecho insólito. Y es que quienes hasta ayer mismo respaldaban, o se abstenían de condenar abiertamente al terrorismo (el complejo Sortu/EH Bildu) reciben hoy el respaldo electoral que les convierte en la segunda fuerza de Euskadi, con aspiraciones a ser alternativa de Gobierno. Una alternativa de izquierdas al PNV, según la percepción de quienes les votan.
Porque ETA se ha considerado siempre “una cosa de izquierdas”. Y eso explica que, aun en sus épocas de menor apoyo social, la organización terrorista y sus acólitos hayan venido gozando en Euskadi de un plus de legitimidad que, por razones obvias, se le ha negado al franquismo, aunque sus presupuestos ideológicos, claramente reaccionarios, fueran básicamente los mismos; porque ambos se sustentaron en el bien supremo de una patria mítica al que había que atenerse con todas las consecuencias. Fue el bien de la Patria España el que ocasionó un alzamiento militar contra la II República, que derivó en una guerra civil y en una posterior dictadura que nos privó durante cuarenta años de las libertades más básicas.
Y fue el bien de la Patria Euskadi el que, ya en plena democracia, impulsó a nuestro supuesto Ejército de Liberación Nacional (ETA) a decidir qué vascos podían vivir y a quiénes había que matar, según su adhesión o rechazo al pensamiento único defendido por nuestros “liberadores”, haciéndonos, así, herederos de lo peor del totalitarismo franquista anterior. De modo que, si Franco nos arrebató las libertades, un terrorismo prolongado dejó a este país con una democracia demediada, imposibilitando que nuestras libertades se desarrollaran a pleno rendimiento. Si los que eran perseguidos y reprimidos durante el régimen de Franco eran “antiespañoles”, bastó luego en Euskadi con ser “antivasco” para ser perseguidos y estar en el punto de mira de la banda armada.
De este modo los años de plomo de una Euskadi condicionada por el terrorismo reprodujeron también los “tiempos de silencio” con que el novelista Luis Martín Santos definió la situación española en tiempos del franquismo. Porque fue precisamente eso, el silencio de la sociedad vasca, lo que ETA pretendía con sus coacciones continuas, sus amenazas, sus agresiones callejeras, sus “impuestos revolucionarios”, sus más de ochocientos asesinatos …: que nadie protestara, que nadie expusiera su rechazo a lo que estaba pasando, que nadie se “significara” (¡como en tiempos del Caudillo!), porque los liberticidas podían “quedarse con su cara”.
Por suerte, ETA ya es pasado, por la resistencia del Estado de derecho (y la acción de los Gobiernos socialistas). Por suerte, quienes apoyaban políticamente a ETA han decidido actuar en la vida política sujetándose a las normas del sistema democrático. Por suerte, el terrorismo ha dejado de ser noticia en el País Vasco, más preocupado de los problemas cotidianos del día a día que de los esencialismos nacionales de antaño. Por suerte, la sociedad vasca vive hoy mucho mejor sin ETA; como le ocurre al conjunto de la sociedad española, que vive muchísimo mejor sin Franco.
Por eso, es tan importante no perder la memoria, que es la que nos permite alcanzar la debida perspectiva de las cosas que importan. Valorar y defender nuestras libertades (empezando por la libertad de expresión) incluye recordar que hubo un tiempo en que no era tan fácil ejercerlas. Recordar lo que aquí ha venido pasando por la presión del terrorismo etarra es tan necesario como recordar a los obreros asesinados por la policía el 3 de marzo de 1976. Los muertos y heridos de aquella masacre y los más de 800 asesinados por ETA en plena democracia tienen algo en común: que unos y otros fueron víctimas de la agresión a la democracia.
Y hay que ser claros en esta materia. No es posible condenar el franquismo sin condenar al mismo tiempo el totalitarismo de ETA. Ésa es la tarea que aún tiene pendiente la autodenominada Izquierda Abertzale, si aspira a ser democráticamente creíble como fuerza política que aspira a gobernar. Y si aspira, igualmente, a ser una organización antifascista a tiempo completo. Por el momento, sin embargo, sigue en sus trece. La autocrítica por su pasado brilla por su ausencia. Lo dejó claro Arnaldo Otegi en el último Congreso de EH Bildu, al defender la trayectoria histórica de su formación. “Sabemos -dijo a los suyos- de dónde venimos, dónde estamos y a dónde queremos llegar”. No hay, pues, que arrepentirse de nada. Lo que hicieron estuvo bien, aunque ETA pasara por allí. Su déficit antifascista parece, pues, evidente.
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