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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Vienen con la piqueta. Vienen a por nosotros

Elon Musk celebra la victoria de Trump con el gesto de saludo nazi

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Resulta inevitable recordar 'El gran dictador' de Chaplin viendo lo que hace Donald Trump. Particularmente esa escena en la que un reconocible Hitler se entretiene jugando con un globo terráqueo como si fuera un balón de playa. Es eso precisamente lo que ha empezado a hacer desde su llegada a la Casa Blanca: apropiarse de un mundo que considera suyo y no puede dejar de estar sujeto a su mandato totalitario. 

Presume de transparencia. Y no le falta razón. En su caso, es verdad que la cara es el espejo del alma. La suya, más que una cara, es un busto mussoliniano, que refleja su absoluta falta de compasión, su crueldad, su desprecio hacia quienes no piensan como él, su incompatibilidad con las leyes y los usos de la democracia, sus planes liberticidas, su espíritu vengativo, su amor a la mentira, al uso continuo de la coacción y la violencia, su racismo, su persecución criminal a los más pobres (con su odiosa cacería de inmigrantes), su ansia de dominar el planeta… El carácter en suma del líder fascista de manual, pues con él en la Casa Blanca, el fascismo ha entrado hasta la cocina en los Estados Unidos y en el resto del mundo.

Y ha entrado, además, al más grosero estilo americano. El actual ocupante de la Casa Blanca ha empezado su mandato como era previsible: dictando órdenes amenazantes e inapelables, no sólo para su país, sino para el resto del planeta. Nadie como él para meterse en casa ajena, y ordenar a sus moradores lo que tienen que hacer, mientras se pone cómodo colocando los pies encima de la mesa; con el “ordeno y mando” que es tan característico en su forma de actuar, y que en España conocemos bien por desgraciada experiencia de cuarenta años de dictadura. Y podemos volver a conocer a poco que nos descuidemos.

Y, por ceñirnos a la actualidad más próxima, puede volverlo a conocer la sociedad alemana, una vez que se resuelva su particular 23-F, esa fecha (de resonancias tan fatídicas en España) que se ha elegido para convocar las elecciones anticipadas sobre las que planea el fantasma de una extrema derecha cada vez más crecida; y, dicho sea de paso, más normalizada por una derecha democrática (CDU/CSU) con voluntad de pactar la AfD. Aunque la esperanza en una mínima racionalidad de la ciudadanía es lo último que se pierde. Y en Alemania esa esperanza puede verse reactivada tras la denuncia de Merkel al comportamiento de su partido y las contundentes y multitudinarias protestas en la calle exigiendo mantener el “cordón sanitario” frente a quienes pretenden acabar con la democracia.

¿Porque se ven las orejas al lobo? No me extrañaría demasiado. Quizá la irrupción obscena de Elon Musk pidiendo el voto para Alternativa por Alemania haya podido tener efectos pedagógicos. Porque ha mostrado a las claras de qué va todo esto y cómo las gasta el neofascismo de los milmillonarios, empeñados en “acabar la fiesta” de los Estados de bienestar, de las aspiraciones igualitarias y de los escudos sociales. Y no dejo de preguntarme hasta qué punto esta desfachatez insultante de los más ricos a las grandes mayorías puede vacunar electoralmente a sociedades abiertamente amenazadas por una espantosa regresión.

Porque el fascismo actual ya no se corta. Viene con la piqueta a destruir las democracias y todo lo que las democracias más avanzadas han ido construyendo a lo largo de los últimos decenios. Viene a acabar con los derechos políticos y sociales que se han ido extendiendo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Lo está haciendo ya en Estados Unidos, a través de una catarata implacable de ordenes presidenciales que Trump trata de imponer (contra los inmigrantes, contra los trabajadores y servicios públicos, contra los movimientos feministas, contra las medidas para luchar contra el cambio climático, contra el pueblo palestino para expulsarlo de su tierra, contra el Tribunal Penal Internacional, contra las agencias de la ONU…). Y esto no ha hecho más que empezar y se prometen mayores emociones.

Que el fascismo es cosa de ricos no es ninguna novedad. Lo novedoso del que impera en nuestro tiempo es que se muestra abiertamente como una implacable dictadura capitalista. Es la dictadura del Capital y de sus normas la que abiertamente se está mostrando ahora, sin contenciones ni disimulos de ninguna clase. El mundo del dinero ya no se agazapa, ya no presiona en la sombra para que los Gobiernos puedan tomar medidas en su favor. Ahora ha decidido adueñarse también de la acción política, imponiendo a las bravas su dictadura de clase dominante. Sin concesión alguna, como se vio obligado a hacerlas en otras épocas.

El fascismo actual ya no es lo que fue. En los años treinta del pasado siglo, los movimientos fascistas, en sus propias denominaciones, coqueteaban abiertamente con el socialismo y el anarquismo. En Alemania eran nacional-socialistas y en España nacional-sindicalistas. Sabían que había entonces tendencias político-ideológicas ampliamente asentadas en las clases trabajadoras y populares. Nada mejor, entonces, para el fascismo, que entrar en competencia con ellas para legitimarse mejor. Aquello era en el fondo el reconocimiento implícito de la pujanza de las ideologías de izquierda. 

Pero eso ha pasado a la historia. Ya no hay “revoluciones pendientes” que defender para mantener dictaduras totalitarias. Es la “involución pendiente” lo que defiende el fascismo de los milmillonarios tecnológicos de nuestros días. Sin concesiones semánticas a una socialdemocracia que considera vencida, una vez impuesta en todos los estratos sociales de los países democráticos, la ideología del individualismo a ultranza, de la privatización a todos los niveles, de la destrucción de lo público, de la criminalización de la solidaridad, del poder omnímodo y sin contestación del dinero como objetivo único. Los poderes económicos han impuesto en definitiva eso que se ha dado en llamar “sentido común”, con su mantra incorporado: “Es la economía, estúpido”.

Y ha encontrado en Trump al nuevo Gran Dictador planetario para acabar, sin remilgo alguno, con los intereses, reivindicaciones, utopías alternativas y derechos adquiridos de las mayorías sociales, recurriendo al aplastamiento de la libertad de expresión y al modelado de una opinión pública acrítica y desinformada. La democracia, pues, se halla en peligro de muerte. Defenderla con uñas y dientes (sin olvidar los votos) es la tarea política más importante de las sociedades libres en el momento actual. Defender la democracia es defender al mismo tiempo la igualdad social y empezar a poner al capitalismo en su sitio. Defender la democracia es defendernos a nosotros mismos. Porque vienen a por nosotros.

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