Gentrificación y amor prohibido se dan la mano en 'Lavapiés', una versión de Romeo y Julieta en tiempos de Airbnb
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La cultura es el reflejo de la realidad. El teatro, el cine o las series se encargan de evidenciar las problemáticas que atañen en la actualidad a la gente común, ya sea incorporando elementos ficticios o de una forma realista. De esta necesidad por trasladar la realidad a la ficción, nace Lavapiés, la nueva obra que estrena Fernando Ferrer (director de La fiesta del viejo, basada en Rey Lear y que pasó por varios festivales españoles) en el Teatro del Barrio este sábado.
Gentrificación, amores imposibles y antifranquismo se entrelazan en una versión actual de Romeo y Julieta en la que Romeo es sustituido por Guadalupe, los Montescos y los Capuletos son dos familias argentinas enfrentadas por la ideología política y el lugar en el que se desarolla la historia es un edificio del barrio de Lavapiés que pronto se transformará en pisos turísticos. “Quise reflejar lo que veía a mi alrededor y me pareció buena idea tomar como punto de partida un clásico de Shakespeare”, cuenta Ferrer en conversación con Somos Lavapiés.
Para el director, la elección del barrio como escenario fue determinante a la hora de escribir la obra. Lavapiés es un rincón a la vez castizo y multicultural que cuenta con un vecindario muy activo, ya sea para parar desahucios, para luchar contra el racismo o para evitar la pérdida de sus costumbres más antiguas. Por ello, el creador argentino ubica en este vecindario su nueva ficción e incluso traslada al título su nombre, Lavapiés. La obra, para la que cuenta con un elenco de nueve intérpretes internacionales de la incipiente compañía La Que Va (Lis Berenguer, Eugenia Carnevali, Majo Cordonet, Quique Fernández Villar, Lucas Ferraro, Natalia López, Amelia Repetto, Agustina Rodríguez Eyras y Paula Salva), narra la historia de dos familias enfrentadas y copropietarias de un edificio de Lavapiés que, en el pasado, fue un espacio cultural emblemático, y hoy está abandonado e inactivo.
El testaferro de una familia franquista quiere comprarlo para hacer pisos turísticos, pero antes firmar la venta, las familias se topan con sospechosos artilugios de la Guerra Civil que podrían incriminar al comprador. Armas, banderas y aguiluchos se esconden en el subsuelo de este bloque en el que los abuelos de ambos convivieron hace décadas. No en vano, la pretensión del nuevo dueño es tapar ese material con cemento, lo que hará a las familias reflexionar sobre la importancia de la memoria y su reparación.
En medio de toda esta historia, que puede ser una realidad para algunas personas en la actualidad, hay una trama más: el amor prohibido entre Guadalupe y Julieta. Las familias se oponen por completo a su relación, ya sea por su conservadurismo o por las rencillas que enfrentan a ambas partes. De alguna forma, confluyen la lucha colectiva y los intereses individuales, lo afectivo y lo político, la especulación y la memoria.
El proceso creativo: de Shakespeare a Lavapiés
El autor, que se encontraba escribiendo obras a partir de clásicos, decidió darle una vuelta de tuerca tragedia de William Shakespeare: “Tenía muchas ganas de Romeo y Julieta”. Ya había trabajado con otros títulos del autor como Hamlet o El rey Lear, y decidió escoger como base para su creación esta historia. El resto del argumento llegó después, sobre la marcha. “Voy escribiendo mientras ensayo, no es que tenga el texto ya escrito y ahí convoco el elenco, sino que voy convocando y voy escribiendo, y también en función de quién va apareciendo, voy escribiendo, y ahí fue cuando apareció el Teatro del Barrio y dije, listo, tiene que ser en Lavapiés”, indica el director.
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Fernando nunca había escuchado hablar del barrio y le fascinó una de las leyendas que se esconden detrás de su origen: “Leí en algún sitio que era el lugar de entrada a Madrid, que allí se limpiaba la gente antes de entrar a la ciudad. No sé si es verdad, pero me gustaba la idea de limpiarse de ciertas cuestiones”.
El siguiente paso fue encontrar un hilo conductor para toda esta historia. Ahí fue cuando se topó con la gran problemática de estos tiempos en la capital: la gentrificación y todas sus variantes. “Hay gente que es dueña de sus pisos acá, pero ya no los puede pagar, entonces se tienen que ir. Una señora noventa y pico años es desahuciada y se tiene que ir a la calle, dejar su casa toda la vida, su barrio toda la vida. Esa es la realidad que vivimos en la actualidad y de ahí fui mamando para escribir la obra”, relata Fernando.
Después llegó la otra parte de la historia: el enfrentamiento. “Es algo que ya tenemos por costumbre, es lo que se está dando en los barrios”, señala el director. Lavapiés no ocurre ni hace siglos, ni en Babilonia, ni en Verona. El momento es hoy, en Madrid, y no tiene al amor como motor sino a la guerra. El campo de batalla es la familia, una figura a través de la que Ferrer ha querido representar el conflicto constante que se da actualmente en las calles entre ideologías y signos políticos sin pensar en que existe un motor común.
Una reflexión sobre la memoria y el olvido
“La obra es una invitación a la reflexión acerca de esta pugna entre lo afectivo y el capitalismo”, sostiene Ferrer. “No importa tanto que la señora pida, por favor, seguir viviendo en su piso, sino que hay que sacarla porque el piso es de un banco y debe ser rematado. Cuidamos en camiones blindados el dinero y las personas quedan en la calle”. La obra también introduce un elemento adicional: una fosa con restos de la Guerra Civil. Quien lo quiere comprar es un testaferro de la familia de Franco, que lo hará pasar como un Airbnb, pero en realidad lo quiere para tapar el pasado. “Ese tapar es importante”, remata Ferrer. “No es solo especulación, es cerrar la memoria y especular sobre ella”.
No es solo especulación, es cerrar la memoria y especular sobre ella
El proceso creativo ha sido dinámico e influido por el propio barrio. “Voy escribiendo mientras ensayo, convocando actores y ajustando el texto según las historias que emergen del barrio”, cuenta el dramaturgo. “La obra se ha nutrido de testimonios de asociaciones, vecinos y archivos históricos”. Incluso se ha integrado una exposición fotográfica con imágenes cedidas por residentes del barrio.
Sobre lo que puede esperar el espectador de Lavapiés, Ferrer es claro: “Primero, ver una obra inspirada en un clásico, pero completamente revisada. Romeo y Julieta ahora son Julieta y Guadalupe. El amor pone en riesgo las expectativas económicas y personales, como siempre ha sucedido en la historia”. Pero también es una revisión de la memoria, de lo que se olvida o se tapa, de lo que se pierde cuando la especulación arrasa con la identidad de los barrios. “Espero que el público la disfrute, que reflexione, que ría y que sufra con nosotros. Y, sobre todo, que vengan. Porque sin público, el teatro no existe”.
Lavapiés según sus vecinas
La creación de Fernando Ferrer se podrá disfrutar durante todos los sábados de marzo en el Teatro del Barrio (c/ Zurita, 20). La obra se complementa con Lavapiés según sus vecinas, una exposición de imágenes cedidas por vecinos, asociaciones y entidades del barrio en la Sala de los Balacones. Una muestra de la memoria visual y emocional de las últimas décadas del vecindario en la que han contribuido Valiente Bangla, Esta es una plaza, Senda de Cuidados, Dragones Lavapiés o Red Interlavapiés, entre otros colectivos.
Entre las fotografías, se encuentran desde archivos que se remontan a los años 80, cuando Camarón todavía cantaba en estas calles, a imágenes de los 90, cuando ya había manifestaciones por el derecho a la vivienda. También están presentes la pandemia, Filomena y las recientes movilizaciones de la calle Tribulete contra los fondos buitre o las fiestas anuales del barrio, tan combativo como festivo.
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