La monstruosa creación de Chernóbil que sigue siendo letal y pueda matar a cualquiera en dos días

El reactor 4 en la planta de Chernóbil

Héctor Farrés

0

En el rincón más oculto de un sótano en Ucrania, una masa oscura y densa descansa como un vestigio de un desastre sin precedentes. No tiene movimiento ni emite sonido alguno, pero su letalidad es incuestionable: cualquiera que permanezca a un metro de distancia durante más de cinco minutos está condenado.

La radiación que desprende es suficiente para destruir el organismo humano desde adentro, descomponiendo células, generando hemorragias internas y, en cuestión de horas, causando un sufrimiento insoportable. Su presencia es una advertencia de la devastación que puede traer la energía nuclear cuando escapa del control humano.

Cómo nació la pata de elefante: fuego, fusión y muerte

El 26 de abril de 1986, en la central nuclear de Chernóbil, un experimento de seguridad se convirtió en una de las tragedias más devastadoras de la historia. El reactor 4 explotó con una fuerza inimaginable, arrojando materiales altamente radiactivos al aire y desencadenando una crisis que se extendería por generaciones.

Entre los muchos horrores que surgieron de esa catástrofe, uno de los más temidos es la formación de la llamada pata de elefante, una masa de corio que sigue siendo letal incluso décadas después del desastre.

La brutal explosión liberó temperaturas tan altas que el núcleo del reactor se derritió, mezclándose con hormigón, acero y otros materiales de la planta. El resultado fue una sustancia incandescente que, al enfriarse, tomó una forma grotesca y rugosa, con pliegues y capas que recordaban la piel de un elefante.

Con el tiempo, su temperatura descendió, pero su radiactividad siguió siendo extrema. Al ser descubierta, la cantidad de radiación en su proximidad alcanzaba entre 8.000 y 10.000 roentgens por hora, suficiente para matar en minutos a cualquiera que se atreviera a acercarse.

La lucha por documentar lo indescriptible

Las primeras imágenes de la masa mortal se obtuvieron con robots, que dejaron de funcionar tras pocos minutos de exposición. Posteriormente, se hicieron intentos con cámaras protegidas, pero incluso así, los daños en el equipo fueron evidentes. A pesar del peligro, algunos trabajadores arriesgaron sus vidas para obtener muestras y estudiar la composición del material.

Esta mezcla de dióxido de silicio, uranio y otros elementos fundidos se convirtió en un objeto de interés científico, pero también en una advertencia sobre el precio de la negligencia en el uso de la energía nuclear.

En los primeros años tras el accidente, la pata de elefante continuó penetrando a través del hormigón, descendiendo lentamente por la estructura dañada del reactor. Durante algún tiempo, existió el temor de que pudiera alcanzar las aguas subterráneas y provocar una contaminación aún mayor.

Sin embargo, hacia 2016, su movimiento se detuvo por completo, ya que la reducción progresiva de su temperatura impidió que siguiera fundiendo el suelo bajo ella. Aun así, su radiactividad sigue presente y se espera que continúe representando un peligro durante siglos.

Las secuelas de la tragedia

Las consecuencias del desastre de Chernóbil son incalculables, con miles de personas expuestas a niveles extremos de radiación y generaciones afectadas por enfermedades derivadas de la contaminación. La zona sigue siendo una de las más peligrosas del mundo, con amplias áreas donde la vida humana es imposible.

La pata de elefante, un oscuro residuo de una tragedia nuclear, permanece inmóvil en su rincón del sótano, un buen ejemplo de lo que ocurre cuando la energía se descontrola y se convierte en una fuerza de destrucción irreversible.

Etiquetas
stats