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Lo mejor es decir cómo se titula correctamente el libro: 'Poesía rural de Tomelloso (antología)', ya que “espontánea”, suplantando al veraz calificativo “rural”, sería posiblemente un desliz erróneo, ya que este cuerpo de poemas -realizados por vates no de aferrada vocación (campesinos, amas de casa, trabajadoras), pero verdaderos poetas en el momento de su ejercicio poético- podría dar la impresión de que los versos salen solos. Esto no es así, pues estos hombres y mujeres que escriben se han dejado llevar por la inspiración, como todo poeta, canalizada en el fenómeno de la corriente, automática pero también mágica, del lenguaje.
Este oportuno y sugestivo libro, que hoy ve la luz, se le ocurrió elaborarlo en 1992 al poeta Dionisio Cañas, tomellosero pero con más de media vida en Francia y en Nueva York. Recopiló la antología y escribió el prólogo, manteniéndose inédito el trabajo hasta ahora, archivado en el fondo de la Biblioteca Municipal de Tomelloso.
Lo ha editado el ayuntamiento del hacendoso pueblo manchego. Están los mismos diez autores reunidos hace más de treinta años, más uno (una) más, que conoció el antólogo el año pasado. Hay dos poemas anónimos. El autor expone la idea central del libro: “Dejar testimonio de una actividad poco conocida del campesinado de Tomelloso”; es decir, “la de contar en forma de poemas los acontecimientos de la vida diaria.”
La antología, propiamente dicha, va precedida de un amplio estudio de Dionisio Cañas: “Lo culto, lo popular y la poesía rural”. Estudio algo actualizado pero, en lo fundamental, el mismo que en origen. Y aunque él escriba que este estudio “el lector o lectora puede saltarse sin leerlo porque es muy teórico y, yo diría, prescindible”, en realidad, pese al consejo errado del autor, es lo que otorga fuerza, interés y consistencia a la obra; una obra seria que nos presenta el prístino quehacer de encauzar el lenguaje en la poesía.
El libro está prologado por el alcalde de Tomelloso, Javier Navarro Muelas, quien confiesa que no es poeta ni escritor, pero que ha accedido gustoso -“por las cosas que tiene la política”, confirma- a la petición del prestigioso poeta. El regidor escribe, elogiando merecidamente a Dionisio Cañas, que el nexo que une a Dionisio con los autores seleccionados es el campo, el campo de Tomelloso. “Un campo que aporta humanismo y belleza, y que es el hilo que conduce a estas mujeres y hombres, a la reflexión profunda que humaniza lo cotidiano.”
El libro divide su contenido en una doble temática. La primera parte agrupa poemas que se refieren a la vida local. La segunda se centra en aquellos que apuntan a la historia de Tomelloso. Todos los autores de los poemas han muerto. Cuando se hizo la antología, la mayoría estaban vivos. La publicación va ilustrada por entrañables fotos antiguas: el mercadillo del pueblo, gañanes, pisaores, esquilaores, hoyeros, camposanteros, cazadores... Hay asimismo un pequeño texto explicativo sobre la romería Virgen de las Viñas, que se viene celebrando desde 1944.
El primer poema de la antología es “Nuestros abuelos”, de Jesús Madrigal Olmedo. Son 17 cuartetos, ritmados en escrupulosos versos octosílabos, que es escansión muy española; carece de importancia que a uno de sus versos le sobre una sílaba. La rima es consonante: ABAB, solo fallando en algunos poco apreciables plurales, como calzadas/azada u orgullosos/Tomelloso. La composición es muy musical, agradablemente rítmica.
En su primera estrofa: “Recordando la memoria / en estos renglones quiero / hacer una poca historia / del hombre tomellosero”, me llama la atención el verso “hacer una poca historia”, que su autor ha escogido en lugar de “hacer un poco de historia”. En vez de tomar ese 'poco' como sustantivo partitivo, el poeta utiliza 'poca' como adjetivo cuantitativo. Esta forma es usada por alguna gente, pero no llega a ser dialectal, sino que se constituye como idiolecto, que es el modo personal que cada uno tiene de hablar.
Ya lo dictaminó el humanista conquense Juan de Valdés, afirmando, en su 'Diálogo de la lengua', que hay que escribir como se habla: “Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir”. Si esto lo hubiese llegado a emplear Juan Ramón Jiménez, hasta el más culto se vería respaldado por una gran autoridad, como fue JRJ, para escribir así.
Este libro antológico, como escribe Mari Cruz Magdaleno en su artículo 'La Mancha poética de Dionisio Cañas’ (ABC), panorámico sobre la figura del escritor, este libro nos descubre “cada átomo de poesía que alberga una tierra [La Mancha] que durante siglos ha sido tan amada como denostada y maltratada.” Aunque, sigue desentrañando la periodista, “el amor de Dionisio Cañas a su tierra no es ciego, y no está exento de críticas que nunca son feroces, sino en tono de regañina, como se enfada uno con el ser amado.”
Entre los autores de los poemas, uno, Facundo Giménez Parra, no sabía leer ni escribir. Como aclara Dionisio Cañas “empezó a componer poemas de memoria, no pudo leer a ningún poeta, sino que conocía de 'oídas' algunos poemas, siempre fue labrador.” El libro reproduce su largo poema La venida del agua (sobre un alarmante desbordamiento del río Guadiana), que Facundo dictó a Julia Perales. Aviso del alcalde, Abelardo Contento, en sabrosa rima asonante: “Vecinos de Tomelloso / todos a atajar el agua / que sería una vergüenza / que por las calles pasara.” // Al alcalde de Socuéllamos / que ha ofrecido sus obreros / le ha dicho que 'no hacen falta / que tengo tomelloseros'.“
En el estudio que acompaña a esta edición, no sesudo sino amenamente clarificativo, Dionisio Cañas quiere llegar a la diáfana comprensión y dignificación de la cultura popular, afirmando que, académicamente, por encima de toda consideración se sitúa la alta cultura, tomando en serio la cultura popular “cuando esta ha sido reciclada por la cultura superior”. Y lanzando una curiosa advertencia: “Se da el caso paradójico de que se estudia el cancionero popular de la Edad Media (con las dificultades que esto implica), y que la canción popular del siglo XX, y lo que va del XXI, se la ve con olímpico desprecio erudito”.
Cañas expone la clasificación del romántico Schiller en el sentido de que hay poetas ingenuos y poetas sentimentales. Los primeros, que podrían asociarse con los poetas rurales, imitan la naturaleza y la realidad, mientras que los segundos, poetas cultos, reflexionan sobre esa realidad. Así, en esa sensibilidad romántica, y también para Ortega y Gasset, y para García Lorca, el campesino se encontraría “en el mismo rango que los salvajes, las piedras, los animales y los niños.” Sin embargo, Dionisio resalta que el fabulista Samaniego, a través de su fábula “El pastor y el filósofo”, defiende que un pastor, o labriego, puede “ascender al rango de lo que se considera cultura.”
Dionisio Cañas toma el ejemplo de Miguel Hernández y dos poetas paisanos suyos, Félix Grande y Eladio Cabañero, quienes tuvieron oficios tales como pastor, cabrero, albañil, y, sin embargo, sus poemas respectivos, sin renunciar a sus orígenes, ni a las menciones de los mismos, los sublimaron en alta poesía. Echa mano Dionisio Cañas, a este respecto, utilizándolas mucho, de las lúcidas opiniones de Claude Grignon y Jean Claude Passeron: “Decir que no puede existir un verdadero escritor popular, que todo escritor deja de ser popular desde el momento en que se convierte en un auténtico escritor, podría muy bien ser una forma sinuosa de decir una vez más que únicamente puede existir el escritor burgués”.
Él observa, en definitiva, que en los poetas rurales existen, con matices, dos clases: los orales, puros, “homéricos”, y los diestros en técnicas. El poeta rural, para Dionisio Cañas, es un poeta testimonial que disfruta escribiendo. Que no es mala labor. La opinión condescendiente de los poetas cultos hacia los poetas rurales, ya que no sufren competencia, no le interesa. Todos los poetas que él ha seleccionado, hablando de sus experiencias, “forman parte de nuestra cultura”, como ejemplares productos surgidos de ella misma.
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