Ricardo Rodrigo, propietario de RBA: “El Che y yo tuvimos con Fidel discusiones que llegaron al borde de la agresión física”
Ricardo Rodrigo (Buenos Aires, 1947), es el dueño de RBA, el tercer grupo editorial de España después de Planeta y Penguin Random House. Su despacho está en la planta 17 de un edificio de 19.000 m2, diseñado por el estudio de arquitectos de Oriol Bohigas. Nos ha contado que Bohigas solo proyectaba obra pública, pero que con él hizo una excepción por amistad. Diecisiete plantas y cuatro sótanos. Ricardo Rodrigo es como su edificio. Pero, en él, lo subterráneo es el fantasma de la lucha clandestina. Los sótanos son su subconsciente.
Amigo de Judith Miller, la hija de Lacan, Ricardo Rodrigo se sometió a psicoanálisis durante 23 años. Su primera mujer, su hermana y su hija pequeña son psicoanalistas. No hay imperio sin catacumbas. La sede de RBA se encuentra en la Diagonal, en el famoso 22@, la cotizada zona del Poblenou donde las viejas chimeneas de ladrillo yacen a la sombra de rascacielos de cristal. Si se sigue rumbo al Fòrum, al final se llega al violento barrio de La Mina. Otro subsconsciente de nuestra ciudad.
Todo es blanco en su despacho, pero no como un iceberg. Parece más bien un fotograma de 2001: Una odisea del espacio. Solo el blanco sabe mostrar así esa sensación de soledad y poder. Que se lo pregunten, si no, al capitán Achab en su caza de Moby Dick. Ni un papel en su mesa. No le hacen falta para negociar. Viste sin llamar la atención, traje y camisa sin corbata, y calza mocasines. El traje nuevo del emperador siempre es invisible. Los que mandan no van desnudos, esas son cosas de pobres. Guarda en un ropero una camiseta gruesa, que se pone en los días de frío cuando está solo en el despacho.
Tres pinturas de Francis Bacon y una de Miró ocupan las paredes del extremo donde conversamos la directora adjunta de este diario, Neus Tomàs, y, aquí, un amigo, con el entrevistado, Ricardo Rodrigo. Luego vendrá el fotógrafo, Kike Rincón, con su guerrilla de objetivos y la mochila. Ricardo Rodrigo se explica lentamente y sus párrafos son densos y surgen llenos de zonas inexploradas. Habla como avanzando por la selva de los cuentos de Horacio Quiroga. Nunca se sabe donde acaba la selva de ombús y tucanes, y empieza la jungla de cristal.
Pero algunas de las cosas más importantes las dice de pie. Cuando nos despedimos, Ricardo Rodrigo se queda al otro lado de la línea de sombra, y nos dice taciturno que, de algún modo, todos se lo esperaban, aunque él se resistía a creer que fuera inevitable. Así son las enfermedades genéticas. Recientemente, en un lapso de cinco años, han fallecido su hijo Juan Manuel, de 47 años, y el pasado noviembre, su hija Ana, de 58. Ambos le ayudaban a dirigir RBA. Era algo que todos temían desde que murió Ana, la madre, ya hace mucho tiempo, en plena treintena.
Junto a su despacho, está la enorme biblioteca de tres niveles, donde se exhibe el fondo histórico de la editorial, y también hay otros libros, pues además tiene muchos de editoriales que han ido comprando, como Molino (donde estaban Agatha Christie y Guillermo, el travieso). A la inversa de la canción “¿Hay alguien ahí afuera?”, de Pink Floyd, nunca hay nadie aquí adentro. Es difícil saber el lado del muro en el que se está.
Vosotros erais los elenos.
¿De dónde sacas esa palabra? Hacía años...
Lo he leído por ahí. (A los del ELN los llamaban elenos. ELN eran las siglas del Ejército de Liberación Nacional, una guerrilla latinoamericana, aunque la palabra eleno, pronunciada, tiene resonancias de la Grecia clásica). Sois unos clásicos.
Yo dirigía el ELN argentino. Entrené mucho tiempo en Cuba, en Argelia... Me siento orgullosísimo de todo ese tiempo. No tengo ningún inconveniente en hablar de ello.
¿Cómo empezó?
En la facultad de Derecho de Buenos Aires. Era la más politizada. Estábamos nosotros por un lado y, por otro, estaba el sindicato de Derecho. Obviamente, había un enfrentamiento. Pero con tiroteos. Entonces, la facultad era dura. Para resumirlo claramente: el jefe del sindicato de Derecho luego fue jefe de policía de la dictadura militar. Un día, en el gimnasio de la facultad, yo estaba entrenando con un amigo, y entró este tipo, que se llamaba Graci Susini. Mi amigo y yo nos pusimos espalda contra espalda, pues nos rodearon. Eran como quince. Entonces dijo: No, a estos no los toquéis. Estos son valientes. Solo queremos cargarnos a los mariquitas comunistas. Bueno, nosotros pensamos: Pues no lo tenemos muy bien. El caso es que se dieron media vuelta y se fueron. Los fachas tienen ese curioso sentido de la valentía y la cobardía. Un mes antes, había muerto un compañero nuestro. Ellos entraron en nuestro local y lo mataron. Era del Partido Comunista.
Entonces, te llamabas Antonio.
Pero, bueno... Ahora cuéntame tu vida. Estábamos perseguidos. En los cuatro últimos años de vivir en Buenos Aires, no dormí dos noches en una misma casa. Cambiaba cada día. Habían puesto en la calle carteles con nuestras fotos, en plan enemigo público número uno.
¿Cómo lo vivía tu familia? ¿Tenían miedo?
No. Mi padre era socialista, yo me había formado en ese ambiente. Porque los dirigentes socialistas..., algunos eran execrables, pero otros no. Realmente, era gente seria. Yo nunca he dejado de ser socialista. Pero tampoco he sido nunca de partido.
Pero estabas en el MUR (Movimiento Universitario Reformista).
Precisamente, como todo lo que lo que planteó el ELN. Era algo absolutamente transversal. En el MUR había comunistas, trotskistas, peronistas..., todo tipo de izquierda. Obviamente, de derecha, no.
¿La carrera de Derecho la acabaste?
Sí, sí. Y practiqué la Medicina, aunque no la estudié, pero la guerrilla era un curso práctico muy bestia. En la columna había seis o siete médicos, y sin embargo muchos preferían que los atendiera yo. De modo que todo eso de cortar, sajar..., me lo tomaba con absoluta naturalidad. Realmente, a veces, el médico estaba demasiado lejos. O en ese grupo en el que íbamos, porque las columnas se dividían y tal, no había ningún médico y, bueno, me designaban a mí para esas cosas. A veces, me tomaban por médico. Aquí también me ha pasado. Una vez fui a visitar a Carlos Sampayo al hospital y la enfermera me confundió con un doctor.
El Che también era médico, ¿le conociste?
Yo estaba ungido por el Che y nadie discutía mi jefatura. Esa era la situación cuando decidimos marcharnos de Argentina. Y lo digo en plural, porque nos fuimos 23, y no 23 cualesquiera, sino, digamos, toda la cúspide de la pirámide, todos los que habíamos estado en Cuba, en Argelia, en Vietnam, en China, es decir, los que teníamos mayor formación política; pero, además, mayor formación en lo que a lo militar se refiere.
¿Qué hacíais en tantas partes?
El proyecto era crear una lucha coordinada en Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Perú y Chile. Los cubanos, y esa es la cuestión principal, y la causa por la que me cuesta mucho hablar de esto, iban por otro lado. El Che y yo tuvimos con Fidel discusiones que llegaron al borde de la agresión física. El Che siempre fue socialista. Cuando, después de la crisis de los misiles, se llegó al pacto de coexistencia pacífica, la primera condición que puso la Unión Soviética, porque lo había acordado así con los americanos, era que había que acabar con la lucha armada en América Latina. Y con el primero que querían acabar era con el propio Che.
El Partido Comunista español tuvo una trayectoria totalmente diferente. Fue un partido que combatió en la guerra. Pero el Partido Comunista argentino era igual que el PP/Vox. Estaba al servicio absoluto. Había que acabar con el Che, y se convirtieron en nuestros principales enemigos. Entonces, sucedió algo que tan solo Cuba podría haberlo hecho así. La primera víctima fue Inti Peredo, que lo habíamos designado jefe de todo un poco, porque ya había estado con el Che en la primera etapa...
El Che había nombrado a su hermano, Coco Peredo, jefe de Bolivia. Pero, entonces, en septiembre del 69, asesinaron a Inti. En noviembre del 69, asesinaron a Mariela, que era líder de Brasil. En mayo del 70, asesinaron a Elmo Catalán, que era el responsable de Chile, digamos, de una escisión del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) volcada a la lucha armada. Curiosamente, la segunda de Elmo Catalán era Tati Allende, la hija de Salvador Allende. Pero nosotros ¡no íbamos a luchar contra Allende!, era un contrasentido. De todos modos, nos decíamos un día u otro caerá.
¿Nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando?
Bueno, es que en esto el periodismo y los historiadores también tienen una responsabilidad. Porque todos los líderes guerrilleros de América, Johnson en Guatemala, que llevaba años combatiendo, Douglas Bravo en Venezuela... Todos dijeron: Cuba nos está traicionando. Y nadie dijo nada. Y aquí, las discusiones que teníamos al principio eran, para mí, un poco surrealistas, porque esas en América Latina no se podían tener.
¿Por qué se calla?
No sé, el mundo es curioso. Claro, siempre la izquierda calla. La izquierda... Pero, bueno, esta es una palabra de mi época. Luego se cambió por progresismo... Todo se diluye tanto.
¿Es hermético tu pasado en Argentina?
No, no. Está todo en los archivos militares. Saben más ellos, que yo. Algunas cosas hasta me sorprendieron.
¿Llegaste a estar detenido?
Sí. Cuando murió mi padre. Yo ya llevaba más de un año sin militar, pero me acerqué a mi familia por la muerte de mi padre. No fui a la casa, pero lógicamente tenían todo un aparato montado. Eran los de la Triple A.
¿Qué te hicieron?
Guantánamo. Lo curioso es que hay partes militares que dicen: General, este hombre ha sido preparado para la tortura. Ya se ha desmayado varias veces. No nos va a decir ni una palabra ya. Si quiere, lo matamos; pero no le vamos a sacar ni una palabra. Sólo te digo que por todo el abdomen, desde aquí hasta todo esto, tengo todos los músculos desgarrados; porque lo más suave que me hacían era ponerme en una cruz con tres picanas grandes, y aplicarme descargas eléctricas simultáneas. Se iban desgarrando los músculos.
Llegué a España con una faja. El médico me había dicho: Ponte una faja porque se te saldrá todo. Y cuando vine, coincidió que acababan de abrir el hospital de Bellvitge. Aquí, me preguntaban: ¿Cómo se ha hecho usted esto? Pues, mire, jugando al tenis. ¡Hombre, jugando al tenis...! Pero, claro, estando aquí con Franco, ¿qué iba a decir? El caso es que no preguntaron más y me operaron.
Lo más suave que me hicieron fue ponerme en una cruz con tres picanas grandes, y aplicarme descargas eléctricas simultáneas. Se iban desgarrando los músculos
¿Te habían entrenado para soportar las torturas?
Bueno, te preparan. Sobre todo, si vas a liderar un país, más. El que me entrenó personalmente era jefe de la RDA, Klaus... Vaya, ahora me sale Klaus Barbie.
El criminal nazi.
Pues mira, a Klaus Barbie lo conocí en Bolivia. Es que su sobrina, Monika Ertl, a la que él hizo matar, estaba con nosotros, y muchísimas noches, en Bolivia, dormía en su casa. Ella era alemana, y viajó a Hamburgo, donde estaba de cónsul el que había ordenado asesinar al Che. Claro, al ser alemana se desenvolvía muy bien allí. Así que, bum, bum, bum, le pegó tres tiros al cónsul, y se fue. Entonces, claro, cuando volvió a Bolivia, aguantó dos o tres meses, porque que ella también militaba y sabía cuidarse, pero, bueno, estos cabrones también sabían de eso, y la ametrallaron en una calle, creo que de La Paz.
¿Qué piensas cuando oyes definir Cuba como un experimento fallido?
No, un experimento fallido no fue. Tal vez podría definir así, y me costaría mucho, a la Unión Soviética. Pero Cuba, no. Fidel Castro fue un sinvergüenza desde el primer día. Y no tenía ninguna ideología.
¿Por qué lo dejasteis?
Mientras yo dirigí la organización, no hubo ni un muerto, ni un herido. Pero esto lo aprendimos del Che. El mito del grupito en la montaña, eso es aberrante. Es decir, nunca hubiésemos triunfado en la Sierra Maestra, si no hubiese existido el movimiento 26 de Julio. Hay que tener implantadas en todas las ciudades organizaciones políticas para que den soporte a lo que después será la guerrilla urbana. Nuestra renuncia vino a consecuencia de que planteábamos una lucha continental, que acabaría en un enfrentamiento con el ejército en la selva; pero que, inicialmente, sería una fase de propaganda armada mediante acciones simpáticas, sin sangre y que convencieran a la gente. Pero no pudo ser.
¿Cómo es una acción simpática?
No sé, por ejemplo, Pepe Mujica. Esa fue una acción simpática. Secuestraron, nosotros dimos mini apoyo, pero bueno, a un alto cargo ministerial con todo lo que sabía y lo que no sabía. Entregó a todo el mundo sin tocarle un pelo. ¿Y ahora qué me vais a hacer? No, no, ya está. Se acabó la entrevista. Salga a la calle. No lo mataron de milagro, pero se tuvo que ir de Uruguay. Denunció todos los pactos con la CIA, todos los secuestros... Bueno, era cómico, porque no se le dio ni una bofetada. Simplemente se le sentó a grabar y el tío se asustó.
Mientras yo dirigí la organización, no hubo ni un muerto, ni un herido. Pero esto lo aprendimos del Che
¿Qué ha quedado de aquel espíritu, de aquella guerrilla de América Latina?
Nada. Tras el asesinato del Che y el intento nuestro, se acabó todo. Por ejemplo, a Mariela (la primera mujer guerrillera del ELN), le sucedió el comandante Clemente hasta el final. Clemente vino a verme infinidad de veces aquí. También vino Raúl Sendic, que era de los Tupamaros. De Bolivia vino mucha gente, pero no de los dirigentes. Porque, claro, el Chato subió con un grupito de gente a la que exterminaron en tres o cuatro meses. Nosotros nos habíamos tirado años en la selva y le advertimos de que no podía subir así a esos chicos de la universidad. Ni hará falta el ejército. Se morirán solos... Todo esto dio lugar a que, en Argentina, creciera en las columnas cada vez con más fuerza la idea de hacer una lucha, no internacional, sino nacional, y no rural, sino urbana. Claro, para mí significaba renegar de todo aquello en lo que había creído toda la vida. Y dije, vale, hacedlo, pero sin mí.
¿El chavismo es heredero de todo esto?
¿Heredero de qué? De Fidel Castro, tal vez. Del Che y de nosotros en absoluto. Me parece una vergüenza absoluta. Fue así desde el principio. Mira, otra cosa, se casó el hijo de Carmen Balcells y, creyendo que era una atención a él y a mí, nos sentó juntos en la boda de su hijo al número dos del régimen nicaragüense y a mí. Ahora no me acuerdo de cómo se llamaba. Estaban Daniel Ortega y él, que había sido el jefe del ejército. Y me dice tan tranquilo: Daniel es el principal terrateniente. El segundo soy yo. Y el tercero es Iván, que era un cubano encargado de montar la red urbana del Che.
¿Ni siquiera el Uruguay de Mujica?
Pepe Mujica, sí. Sin duda forma parte de todo esto. Lo que pasa es que Pepe era el sexto o séptimo de la estructura. Y mi respeto por Pepe Mujica es absoluto. Pero también, Dilma Rousseff, que sería la presidenta del Brasil, se entrenó conmigo en Cuba, y luego nos reuníamos periódicamente. Y a través del comandante Clemente, que había sido su jefe en la clandestinidad, me mandaba fotos graciosas. Eso está muy bien. Sí, hubo mucha gente válida. Y otra mucha gente que ojalá no me hubiera cruzado nunca en el camino.
¿Te has vuelto escéptico?
No, en absoluto.
Cuando viniste a España con tu familia, había aquí una dictadura. ¿No te importó vivir bajo Franco?
Mi suegra era prima, o se habían criado juntos, del Director de Seguridad de la policía. Era uno de los tres jefes de la policía argentina. Así que habló con él, y me dijo: ‘Quiere verte’. Me preocupé, pero hicimos la entrevista en un bar, sin uniforme. Y me dijo: ‘Si te fueras, nos harías un favor inmenso’. Entonces, mi compañera estaba embarazada. Y también me dijo: ‘Si lo que tienes en la cabeza es llevarte a Ana a un país extranjero para que nazca el niño tranquilamente y volver aquí, haré lo imposible por encontrarte y, personalmente, te mataré; porque yo con esto no me juego el puesto, me juego la vida’.
Ya hacía años que no me llamaba Ricardo Rodrigo y venir a España me hizo recuperar el nombre. Cuando nació mi hijo, Juan Manuel, practiqué yo el parto. No me fiaba nada de ellos, y nos fuimos a un pueblo perdido de Córdoba para dar a luz. También es cierto que en la selva yo ya había hecho veinte o treinta partos para ayudar a las indígenas. Los hice por ignorancia; porque, luego, cuando presencié el parto de mi hija Beatriz... Claro, ella nació con tres vueltas de cordón. Y en el hospital tenían el aparatito ese que indica las pulsaciones, y el fórceps. Además, la comadrona era más o menos amiga. Si te pasa eso, aunque hayas hecho quinientos partos, no sabes resolverlo. Tuve la fortuna de que no hubo ningún problema en los partos que practiqué en la selva. Tuve mucha suerte.
¿Por qué te instalaste en Barcelona y no en Madrid?
Entonces, en 1971, un viaje en avión era prohibitivo. Todo el mundo viajaba en barco. Incluso fue así en el 78, cuando hubo la mayor emigración argentina. Porque, digamos, aunque Onganía tomó el poder en el 65, fue ajustando, y ya en el 67, y más en el 68, apretó. Lo hizo aplicando lo que llamaban la estrategia de la cebolla. Ellos ya no eran como Lanusse, que había ido directamente a por el núcleo militante. Hicieron, simplificándolo mucho, la estrategia opuesta, que era la que habían practicado los generales argelinos. Dejémosles aislados, esa era la estrategia. Se cargaron a todos los profesores universitarios de izquierda, a todos los periodistas de izquierda, a todos los psicoanalistas de izquierda. Y la verdad es que fue efectiva.
¿La estrategia militar se puede aplicar al ámbito empresarial?
¿En qué sentido dices?
Por ejemplo, la estrategia de las capas de la cebolla. ¿Puede plantearse como empresa y decir: mira, a este competidor voy a dejarlo aislado? ¿Si has actuado como guerrillero, puedes actuar igual como empresario?
¡Ah! ¡Sí, sí! Pero, bueno, tampoco en esos términos tan militares... No, lo que pasa es que hay muchísimas cosas de las que sí soy consciente. Mucha gente viene a mi despacho y ve la mesa totalmente vacía, y me dice: Oye, ¿cómo que no tienes ningún papel en la mesa? Nunca tengo papeles. Nunca he tenido ningún papel. Claro, así fue durante siete años de clandestinidad y, si encima cambiaba cada día de casa, no podía llevar papeles. Hoy, ya es una costumbre. Son estas cosas que internalizas y luego te cuesta modificarlas.
¿En España, tuviste problemas con el franquismo?
Cuando alquilamos la casa de Castelldefels, no sé, 48 o 72 horas después apareció un sargento. Parecía el capo de un campo de concentración. Y me dijo: ‘Sé muy bien quién eres, te tenemos las 24 horas bajo control. Vale, te han dado esa especie de tranquilidad, no sé por qué. Pero cuídate, porque te estaré vigilando las 24 horas’. Sí que vinieron muchos compañeros de militancia, para pedirme que me reincorporara.
¿Y la clandestinidad española intentó contactarte?
Sí. Claro, yo ya traía experiencia. Por ejemplo, aquí siempre mantuve contacto con Jorge Semprún. Nos hicimos muy amigos. Al principio, recelé, porque viendo que era del Partido Comunista, yo, pensando en Argentina, me dije ¡uy!, pero, luego..., la verdad es que tengo muy buen recuerdo suyo. En realidad, aquí nos juntamos en el Felipe (acrónimo del FLP, Frente de Liberación Popular).
¿Estuviste en el Felipe?
Sí, sí, pero como tenía encima a ese sargento de Castelldefels... Hombre, entiéndeme. Perderlo en trenes, metros..., ya sabía hacerlo, si no, no hubiera vivido tantos años en la clandestinidad. Pero, quieras o no, hay un tío que te sigue, y ve que lo sabes. Pero eso no se lo podía hacer dos o tres veces por semana. Así que mejor no ir a reuniones. Bueno, sí cuando venía Jorge.
¿Fue aquí donde conociste a Julio Cortázar?
No. En el premio Barral, fue cuando volvimos a encontrarnos. Antes, yo ya era muy amigo de Julio. Para decirlo con propiedad, Julio era de mi barrio, en Argentina, vivíamos a 300 m. Entonces, era amigo de mi padre. Y en Cuba coincidimos muchas veces, y se estrechó muchísimo la relación. Considero que el azar existe. Cuando llegamos a Castelldefels mi compañera y yo con los niños, solo teníamos dinero para un mes y medio. Alquilamos allí porque prácticamente cobraban un alquiler simbólico si les cuidábamos la casa. Todo perfecto.
Allí había un grupo grande de argentinos. No nos conocíamos. Quizá, sabíamos de nosotros de referencia, pero no personalmente. Eran traductores y del mundo editorial. Como vieron que me gustaba mucho la literatura, uno de ellos me pidió una noche que le acompañara a Barcelona, al premio Barral. Y me encuentro con que el presidente del jurado era Julio. También estaban García Márquez y Carmen Balcells. A Julio le había visto por última vez en la casa de Aleida March, es decir, la viuda ya del Che. Él también era muy amigo de Aleida... Pero Aleida no estaba muy a favor, bah, es igual, esto ya serían digresiones.
¿De qué no estaba a favor?
Bueno, solo que me decía: Te van a traicionar igual que traicionaron a Ernesto. Luego dijo otras cosas, pero, entiéndeme, era una mujer de treinta y pocos años, con los niños, en Cuba..., etcétera. Ella le hizo decir a Fidel en mi presencia que la autorizaba a venir a Argentina conmigo. Quería que eso quedara ante un testigo. También me dijo: ‘Si el noveno mes no voy, alarma roja’. Cuando pasaron nueve meses y no llegó, encendimos la alarma roja. Entonces, los doscientos y pico que habíamos pasado por Cuba y, que por tanto tenían nuestros datos, nos fuimos a la clandestinidad. Al cabo de un mes, las casas de los doscientos y pico que habíamos estado en Cuba fueron allanadas por el ejército, todas. A ver... Digamos que tengo infinitas certezas mayores de la traición de Fidel al Che.
¿Y cómo sigue la historia?
Pues que Julio, claro, cuando me vio se emocionó. Y yo me emocioné tanto o más. Nos abrazamos, me llevó a un rincón, y nos pusimos a hablar. Allí, le conté como me había ido, y el premio se retrasó una hora. En el fondo, yo era un crío. Había llegado a Castelldefels con 23 o 24 años. Julio era 30 años mayor que yo, y la gente se preguntaba quién era ese joven desconocido a quien abrazaba tanto Julio Cortázar. Todo iba muy rápido en aquella época. Me había acostumbrado a mandar a gente 10 y 20 años mayor que yo. Nunca me planteé lo de la edad. Entonces, Julio llamó a Barral y le dijo: ‘Oye, este es mi hermano menor. Esto te lo pido, o te lo exijo, tómalo como quieras; pero mañana tiene que estar trabajando contigo’.
¿Así entraste en el mundo editorial?
Así, empezando a trabajar con Carlos. Pero Carlos publicaba uno o dos libros por mes. Y nosotros teníamos dos niños. De modo que empecé a compaginar eso con colaboraciones con Bruguera. Al principio, hice hasta de negro.
¿Negro de quién?
De muchos. Entre otros, de Marcial Lafuente Estefanía (el más popular escritor español de novelas del Oeste). Pero con lo que más sufría era con las novelas románticas. Se me atragantaban. También había un tal profesor Lester, que escribía libros de horóscopos. El tío era astuto, en el sentido de que cada mes salían doce libros suyos, que los escribía yo. Seguramente que fue de este de quien más hice de negro.
¿También fue veloz tu ascenso en Bruguera?
Es curioso. Bueno, a ver, curioso a medias. El dueño, Francisco Bruguera había sido capitán de la República, y la gente se solidarizaba con él a tope. A veces venía la Guardia Civil, y le escondían entre los rollos de papel. Tenía la fábrica en el barrio de Vallcarca, en la calle Mora d'Ebre, y alrededor vivían todos sus trabajadores. Supongo que le pasó igual que a mí, porque también iba dando inyecciones por todo el barrio y no era médico. Bueno, en esto era un chalado igual que yo, supongo. Atendía a los empleados, y les buscaba un médico cuando lo necesitaban. De manera que sentían devoción por él. Era muy buen tipo. Sin duda, fue quien más me enseñó.
¿Qué aprendiste?
El oficio de editor. En aquella época, en pleno franquismo, el ascensor social funcionaba. Entré como corrector de estilo, que entonces cobraba lo mismo o algo menos que el conserje. Pero cada dos meses me cambiaban el puesto. Me ascendían. Había pasado de corrector tipográfico a corrector de estilo, luego a jefe de los correctores, luego a redactor de segunda, luego a redactor de primera, luego a dirigir colecciones de libros... El jefe de personal me decía: Oye, cuando se aclaren, ven a verme, porque estoy harto de hacerte cada mes un contrato nuevo.
¿Te creías lo que te estaba pasando?
Como en realidad había hecho el bachillerato en dos años, que era de cinco, y la Universidad, que era de seis, la hice en otros dos años, tampoco me sorprendía que aquí esto fuera tan rápido. Me parecía normal. Más bien, me decía: No sé por qué estos tardan tanto.
Hoy, muchos editores no tienen ni idea de lo que publican
¿Cómo llegaste a dirigir Bruguera?
Francisco Bruguera era un hombre absolutamente admirable para mí. Un día, le diagnosticaron parkinson. Vino un lunes como si fuera su último día y nos llamó a tres o cuatro. Y a mí me dijo: Mire, en la edición solo creo en usted. Haga lo que pueda, pero dirija toda la editorial. Lo acepté con naturalidad. En la selva uno se acostumbra a que los escenarios cambian a cada rato, para bien o para mal, quieras o no. Estuvimos tres años, digamos, intentando sacar adelante la empresa. Durante ese tiempo publicamos novelas con Gabo, que nos habíamos hecho íntimos amigos. Fuimos los primeros en publicar Crónica de una muerte anunciada y El amor en tiempos del cólera. También editamos a Carlos Fuentes. A Mario, no. Coincidió que, en ese período, Mario Vargas Llosa no había sacado nada. Pero de Onetti, que era el padrino de mi mujer, sí. También publicamos las dos últimas novelas de Cortázar. Y a Borges.
¿Por qué quebró Bruguera?
La verdad es que la edición de libros iba fantásticamente bien. El cementerio, que no de Bruguera, sino de casi todos los editores en aquellos años, fue la imprenta propia y la quiebra del mercado de América Latina.
En 1980, Bruguera organizó unas jornadas literarias en Barcelona, donde participaron grandes autores de la época. La nota de prensa denunciaba entonces el empobrecimiento intelectual y que la gente leía solo los titulares de los periódicos. Si eso era así hace 45 años, ¿ahora, cómo estamos? ¿Eres consciente como editor?
¿Quieres que me ponga a llorar? Es terrorífico. Lo que está sucediendo me parece muy, muy inquietante. Pero me lo explico. Yo estudié abogacía porque mis padres eran abogados. Mi hermano mayor era abogado. Lo hice por inercia. Pero mi pasión eran la Historia y la Filosofía. Si repasas la Historia, verás que jamás ha habido un cambio geopolítico, más o menos trascendente, que no conllevara violencia, muertes, etcétera. Que hoy estamos ante un inevitable cambio geopolítico me parece que hay que ser ciego para no verlo. Otra cosa es saber ahora cómo va a acabar.
¿En Bruguera, conociste a Carmen Balcells y a Roberto Altarriba?
A Carmen la había conocido como consecuencia de aquel premio Barral. Porque, claro, entonces empezaron a invitarme. Gabo, el primero, y seguramente así nos hicimos más amigos. También había otros escritores. A Roberto Altarriba sí que le conocí en Bruguera. Cuando Francisco Bruguera se retira, a mí me nombra director editorial y a Roberto, director comercial, y así trabajamos juntos un año o dos. Pero sucedió algo para los dos inasumible: se cerró la delegación de Granada y había que despedir a seis personas. Hubo huelgas en solidaridad y manifestaciones en la calle, y negociaron. Nuestros negociadores aceptaron una subida salarial del 16%, cuando en todo el sector se había firmado el 5%. Esos 11 puntos había que aplicarlos a los miles de trabajadores que tenía Bruguera.
Fue entonces cuando me fui, y Carmen me propuso que montáramos algo juntos. Ella había conocido a Altarriba como amigo mío, así que lo montamos un poco entre los tres. RBA, las iniciales de Rodrigo, Balcells y Altarriba. En la primera etapa, planteábamos una idea y su realización. Si la obra costaba 100, le cobrábamos 50 al editor de España, pero también 50 al de México, y 50 al del Pacto Andino, y 50 al de Argentina. Con lo que, ya de salida, doblábamos la inversión hecha. Además, siempre nos aceptaban quedarnos entre el 1 y el 2% de derechos.
José Manuel Lara me dijo: ¡Yo quiero contratar tus horas de insomnio!
¿RBA te llevó a conocer a José Manuel Lara?
Sí, a partir de entonces nos convertimos en amigos José Manuel Lara y yo.
Y luego, en rivales.
La verdad es que, más allá de las diferencias ideológicas, que mayores no podían ser, siempre le he admirado muchísimo. Probablemente, haya sido uno de los hombres más inteligentes que he conocido en el mundo de la edición. Siempre tuvo una relación muy conflictiva con su padre.
¿Es verdad que os habíais repartido los restaurantes de Barcelona para no coincidir?
Bah, se dice. Llegamos a un acuerdo, digamos, amistoso. Él se quedaba con determinados bufetes de abogados y yo con otros. Y con los cuatro restaurantes preferidos, dijimos: Bueno, tú te quedas estos dos y yo me quedo estos dos. Hubo un momento, así, tenso, pero no con agresividad.
¿Cómo conectasteis?
Teníamos exactamente la misma edad. Los tres. Marco Drago, que es el presidente de De Agostini, José Manuel Lara y yo. José Manuel, con su vena andaluza, decía: ¡Esta es la mejor añada! Teníamos 26 años. RBA trabajaba como packager, para Planeta, en España, y para De Agostini, en Italia [una agencia packager es la encargada de hacer efectivas las ideas editoriales. Dado el contexto, podríamos decir que RBA se convirtió en el brazo armado de Planeta y de De Agostini].
Cuando José Manuel y Marco decidieron fundar juntos Planeta De Agostini, me pidieron que entrara; pero yo no tenía ningún interés en trabajar en una empresa de ese tipo. Entonces, José Manuel me dijo: Oye, solo un año. Bueno, vale, solo un año. Y entré como consejero delegado. Más por amistad, que por cualquier otra razón. José Manuel era genialoide. Le dije: Oye, es que acaba de morir mi compañera y tengo dos niños que son pequeños. Yo no estoy para ir a una oficina. Y él, con sus salidas ocurrentes, me dijo: ¡No, no! Puedes no venir nunca. ¡Yo quiero contratar tus horas de insomnio!
Y se alargó el año.
El año se convirtió en cinco años, hasta que dije, bueno, ¡ya basta! Me aumentaban, y me aumentaban, y me aumentaban el sueldo. Pero para todos. Era un disparate que yo decidiera, en un momento que tampoco era el mejor, renunciar a ese sueldazo y montarme por mi cuenta. Pero, bueno, lo hice, y estuvimos más de un año negociando la salida. Tanto José Manuel como Marco usaron las buenas y las malas artes.
¿RBA dejó de funcionar mientras estabas en Planeta De Agostini?
¡No! ¡Nunca, nunca! Porque los dos me lo exigieron. Les dije que no podía tener el gorro de consejero delegado y ser proveedor de una sociedad mía en la que tenía que autorizar la inversión. Pero RBA nunca dejó de trabajar. En Planeta De Agostini había traído a mi equipo y pensaba llevármelo al cabo de un año. Ellos estuvieron de acuerdo, pero cuando me fui, me pidieron que montara un nuevo equipo. Me tiré casi un año contratando a todos los que iban a ser mis competidores. Es un poco surrealista.
RBA triunfa en la época dorada de los fascículos.
El fascículo no surgió como negocio, sino para dividir enciclopedias. Si financiabas una obra enciclopédica de 26 volúmenes, el proyecto se convertía en una sangría que duraba años de redacción y de edición, hasta que llegabas a tener un mínimo de tres o cuatro volúmenes para hacer una primera entrega. A partir de ahí, había que mantener la capacidad de entregar un volumen cada seis meses o así. Pero, de esta manera, las editoriales se desangraban. De hecho, Planeta estuvo al borde de la suspensión de pagos por ese motivo. Probaron a publicar las enciclopedias en fascículos, y vieron que se vendían mucho.
Además, RBA publica revistas. Por ejemplo, El Jueves, que es una revista de humor satírico. ¿Por qué la editorial impidió que saliera aquel número con la portada donde se satirizaba sobre la abdicación del rey Juan Carlos I?
Eso es un bulo.
¿Qué pasó?
La historia real es que no se destruyó ni un solo ejemplar. Simplemente, al editor de entonces, cuando presentó la portada, se le dijo: Oye, me parece innecesario, mejor cambiadla... Y bueno, un grupito, que se fueron precisamente con Nacho...
¿Nacho?
Con vosotros.
¡Ah, Ignacio Escolar!
Sí, cosa que a mí no me hizo mucha gracia. De entrada, yo ni los conocía. Se fueron diciendo que estaban ofendidos porque se les había prohibido... Pero hace tres años estuvieron a punto de volver a El Jueves.
¿Pero estabas dispuesto a permitir que saliera esa portada?
Nunca, jamás he prohibido nada, nada, nada, nunca, nunca, nunca, nunca. Quiero decir, evidentemente, si estamos en una línea en la que me parece que hay una agresividad innecesaria... Aquello fue una cosa surrealista, porque El Jueves existe, y hace no tanto tiempo Vox me amenazó por editar El Jueves.
Precisamente, la misión de una revista satírica es combatir la intolerancia.
¡Por supuestísimo! Me parecería una aberración prohibir, como editor, la publicación de cualquier artículo. ¡Pero prohibir un artículo en una revista satírica es ridículo! Lo cierto es que después seguimos publicando del mismo tono o peor.
Vox sugirió en X que alguien podría ir a pedirte explicaciones a la salida de tu despacho, en Diagonal, ¿tuviste miedo?
¿Después de años de clandestinidad, voy a tener miedo de estos matones? Sería grotesco, ¿no?
Me parecería una aberración prohibir, como editor, la publicación de cualquier artículo
Ahora, eres una persona rica.
Bueno, no es algo que me haya interesado.
¿Cómo se congenia ser socialista y capitalista a la vez?
No creo que exista ninguna contradicción. No sé por qué los socialistas tenemos que ser pobres. Ni sé qué derechos nos da eso o qué derecho nos quita el que podamos tener dinero. Otra cosa, por decir algo que está a la orden del día, es que que antepongas el dinero a la verdad.
Robarse autores entre editores es cada vez más común.
Sí, bueno, esto es lo que pasa hoy; pero no era lo que pasaba entonces. Lo dramático para mí es que, hace 20 años, yo conocía personalmente, es decir, de verdad, a todos los editores medios/grandes de Francia, Alemania, Italia... Hoy, no. Hoy la inmensa mayoría son financieros. Hablar con ellos de edición no tiene ningún sentido. Ellos compran y venden, y ya está. En ese sentido ha habido un deterioro horrible. No hay líneas editoriales. Llevan las cuentas de resultados por editor. Se reúnen los financieros y dicen: ‘A ver, este editor ¿cuánto ha publicado? Pues ha hecho 120.000 de facturación. ¿Resultado? Pues tiene 20.000 euros de pérdida. Bueno, en observación. A ver, el año anterior había dado beneficios’. Así va. Das beneficios o pérdidas, y te mantienen el contrato o te despiden. Pero no tienen ni idea de lo que se publica. Ni idea.
Sois raros los empresarios que os consideráis de izquierdas.
Somos cada vez menos, eso es un hecho indiscutible. Pero excepcionales tampoco lo somos... Por ejemplo, a mí nunca me gustó pedir subvenciones. Y, de hecho, en España nunca recibimos ningún tipo de ayuda. Ni con la pandemia, ni con la crisis del papel, de los precios, ni con el cierre y la distribución. Con el absurdo de que, durante dos años, por ejemplo, Italia nos dio siete millones, un año, sin haber pedido nunca nada. Francia, no tanto, si no que cuatro un año, tres el siguiente... Aquí, en España, nos borraron. Es un acto doblemente absurdo. Te digo, nosotros tenemos seguidores únicos más que, por ejemplo, elDiario.es, a quien supongo que le dan las subvenciones y una gran cantidad de publicidad.
¿Pero, en España, las ayudas las habéis pedido?
No, no las pedimos. Pero, quiero decirte, aquí Salvador Illa ha venido a comer infinidad de veces. No sé, es una cuestión de pudor, de ser de izquierdas, de no querer que se me vincule diciendo es que, mira, está, subvencionado.
¿Qué es ser de izquierdas?
Bueno, las palabras...
Los fachas dicen zurdo.
Ese es el retrasado de Milei, con su “zurdo de mierda”. Lo popularizó. Pero zurdos se les dijo siempre a los izquierdistas de Argentina. Lo de Milei es horrible.
¿Y fuera de las palabras?
Mira, una manera de ser de izquierdas, en el mundo editorial, es no apretar al colaborador, sino poner un sueldo digno aun sabiendo que en la competencia pagan menos. Otra cosa, en RBA tenemos una guardería para los trabajadores.
No sé por qué los socialistas tenemos que ser pobres
En 2016, tuviste un problemón con Hacienda. ¿Eso es consustancial a ser empresario?
Lo primero es que no tuve un problemón. Un problemita, sí.
Problemita, en tanto que se solucionó.
Bah, solo era un problemita. Mi abogado entonces solo trabajaba con gente de izquierdas, y yo luché para convencerle de que no se autolimitara así... Hoy es súper popular. Es Cristóbal Martell, que era muy amigo mío. Él está más cerca del PSC que yo. Hasta el juez dijo: Esto es una vergüenza; pero, ¿cuál es la acusación? Y el que estaba como representante de la Fiscalía dijo: Señoría, yo vengo en representación del Ministerio Fiscal, pero yo no he hecho la acusación. Las acusaciones eran realmente ridículas. Tengo algunos edificios y departamentos en Barcelona, y entonces la inspectora puso: Uso personal. Entonces, el juez reaccionó y dijo: A ver, usted me dice que este señor tiene 110 pisos en la ciudad de Barcelona. Unos de 80, otros de 90, otros de 100 metros... ¿y que cada dos días se traslada de uno de ellos al otro? Cristóbal se quedó alucinado porque el juez tomó claramente parte a mi favor.
Pero te condenaron a dos años, que cambiaron por el pago de una multa.
No, no, no, no... Entonces, el juez archivó la diligencia. No me acuerdo de si fue dos o tres años el tiempo que estuvo [en instrucción, antes de cerrarse el caso]. Cristóbal, mientras tanto, habló con el fiscal de Catalunya, y aceptamos un acuerdo. Sospeché que pudo ser una causa impulsada desde Madrid porque desde allí me consideraban catalanista. [Rodrigo llegó a un pacto con la Fiscalía para devolver 2,3 millones de euros a Hacienda de sus declaraciones de IRPF entre 2005 y 2008].
¿Te consideras catalanista?
Catalanista es una palabra manoseada, igual que la izquierda. Si defiendo la lengua, la historia, la cultura y la idiosincrasia del pueblo catalán, pues, sí, soy catalanista. Ahora, me dices: ¡Declaramos la independencia! Ya te lo digo, no entiendo cómo hay abogados que aprueban eso. Es una aberración jurídica. Además, no hubo ni siquiera una isla perdida del Pacífico que en esos siete minutos de ser independientes nos reconociera. Es que era ridículo. Todos los amigos que tengo son catalanistas, pero no independentistas.
¿Cómo viviste el procés?
Fatal. No me lo podía creer. Todos los presidentes de la Generalitat, los principales consellers de todos los Gobiernos han venido a cenar a mi casa, y he ido yo a cenar a casa de ellos. Es decir, Jordi Pujol... Bueno, Pasqual Maragall es uno de mis mejores amigos. También Montilla. Y Artur Mas... Pero ya con estos indepes, no. No, porque todo lo que dicen me parece tan alucinante...
Parece que a Madrid le ha tocado ahora su propio procés.
Lo que pasa es que la M-30 crea realidades paralelas. Desde aquí, se comenta con una risa difícil de reprimir. Se dice: Hoy, en Madrid, están peor de lo que se estuvo nunca en Barcelona. En el peor momento del procés, no se vivía esta crispación loca que se vive hoy en Madrid.
En el peor momento del procés, no se vivía esta crispación loca que se vive hoy en Madrid
En la planta 17 del edificio de RBA, desde la soledad que te has creado, ¿cómo lo ves todo allí abajo?
Horrible. La gente dice que siente incertidumbre. ¿Y cómo no vas a sentir incertidumbre?
¿Tú la sientes también?
Si decimos incertidumbre por el futuro, rotundamente sí. Incertidumbre a nivel personal, a la edad que tengo tampoco creo que suceda una catástrofe. Aunque puede suceder en cualquier momento.
Tienes al lado el edificio de Mediapro, otra mole. ¿Cómo te llevas con los vecinos?
Bien, bien, sí. Con Jaume (Roures), siempre hemos tenido una buena relación.
También tiene un pasado combativo.
Sí, sí. Lo que pasa es que él se autodefine como trotskista, que, bueno, me parece un poco exótico a esta altura del partido.
¿Qué te parece la izquierda woke?
Una ingenuidad.
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