Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
El lugar se denomina «Hiro», nombre unisex que según en qué idioma y según los caracteres utilizados para representarlo tiene diversos significados: abundante, próspero, generoso, tolerante… es también un parónimo de «hero», «héroe» para los hispanohablantes. Así que significa muchas cosas, ¡está lleno de contenido!
En estas épocas, que con 50 años nos permitimos ser jóvenes, jugar como niños y ser joviales a pesar de la vida, pues, a veces, uno se siente algo fuera de lugar, la edad se convierte en una barrera psicológica insalvable, y un poco así me he sentido en Hiro, a pesar de comer estupendamente. No ha sido por los camareros, que eran encantadores, sino más bien por el ruido y el público, joven y pijo, tal vez atraído por algún instagramer o tiktoker del momento, y del segmento. Y, al final, mis propios prejuicios me devoran; por suerte, los jóvenes parecen tener menos prejuicios, lo cual les honra.
Bueno, vaya rollo.
Un poco de música animada para la ocasión, aunque no sé si al público objetivo del lugar le gustaría, no sé, me cuesta entender, «sono fuori dal tunnel», como diría Caparezza.
Bueno, pues vamos a por ello. El local presenta un bonito mural y asientos pegados a la pared, pues el espacio no es especialmente fácil de aprovechar. La luz es cálida y escasa. En general, el establecimiento está bien decorado combinando el tono negro con la calidez de la luz y de la madera, así como con el colorido mural. Es moderno.
También tienen una barra donde cenar y ver cómo cocinan, estilo Nakeima y otros. Nosotros habíamos reservado, por suerte, ¡pues el lugar está llenísimo!, y, al reservar, no me permitió elegir entre salón o barra, y creo que al resto de la gente sí, así que debí de reservar por el sitio de los tontos, lo cual no me extraña, pues cada día estoy más p’allá. Nos ofrecieron sentarnos en barra y M., que es contrario a la barra cuando se trata de comer seriamente, se mostró reticente. El camarero, amabilísimo, nos propuso ponernos en una mesita que no suelen ofrecer para cenar, pues es francamente incómoda, al lado de la barra. Y ahí nos pusimos, sobre una rejilla que daba al frescor del sótano y al lado de una puerta con rendija de aireación, por todo ello pasamos un frío atrocis, pero no estuvimos en barra, así que M. contento, aunque luego, al salir, el susodicho no sentía las piernas.
La carta de vinos es muy particular teniendo una gama cromática para caracterizar el tipo de vino entre Tinto, Tinto ligero, Rosado, Skin Contract/Orange (naranja o una cepa blanca que tiene contacto con sus hollejos en la fermentación), Blanco. Sus vinos, creo en su mayoría, si no todos, son naturales, lo cual a mí siempre me ha parecido un mundo interesante, con sus más y sus menos. Nos decantamos por un tinto y un tinto ligero, por copas, que estamos mayores. El tinto era de Mendoza (Argentina), Tinto de Los Sauces (9 €) de la bodega Pielihueso, de uvas malbec y cabernet sauvignon. Un vino que no daba sensación de natural por el grado de perfección del mismo, luego he visto que es sin filtrar, así que posiblemente al final de botella observaría mejor su «naturalidad». Un vino oscuro, profundo, intenso, con toques de regaliz, arándano y algo de terciopelo en el paladar, ¡muy bueno! El otro, el «tinto ligero», se llamaba Tiremos Pieles (8 €) y era de la bodega Pequeños y Salvajes, de la Sierra de Gredos, y estaba hecho de uva albillo real y tempranillo, todo ello supuestamente. No sé si se confundieron con un vino naranja, pues lo que me tomé era un vino naranja en toda regla, pero bien. Me lo hicieron probar, me pareció curioso, y lo acepté, pero pienso más bien que no era el tinto ligero que se supone que es «Tiremos Pieles». Sea como sea, el vino naranja que tomé era particular, era muy natural y mucho natural y como tal tenía todas las características propias de este tipo de vinos que no suelen gustar a los que les gusta el vino. Yo, en temas de vinos, no soy prejuiciosa, acepté este vino como quien se toma un zumo de uva o, más bien, una especie de fermentado de uva, era ligero, ácido, diferente, nada que ver con un vino «clásico». Y, lo dicho, no creo que fuera el Tiremos pieles, pues no era un tinto ligero, sino más bien un vino naranja, ¡a saber qué nos hemos bebido! La senilidad ya llegó.
Para empezar pedimos pan y mantequilla ahumada (4 €). Pan de Santo, es decir, de ese lugar maravilloso que se encuentra enfrente del restaurante y produce un pan que es memorable, tal como comento en este artículo ), y mantequilla de la conocidísima casa barcelonesa Rooftop Smokehouse. En este lugar, además de ofrecer una cocina excelente, se nota que se preocupan por los proveedores de sus productos, por los ya indicados y porque varias carnes son de Discarlux, y los quesos de Formaje, no se andan con tonterías. Y bien, el pan de Santo es hogaza de trigo, siempre estupenda, en este caso ligeramente tostada para que la mantequilla se derrita a la perfección, con su corteza gruesa y su deliciosa miga prieta, para la ocasión no fría ya que el pan estaba tostado. La mantequilla es espectacular, el ahumado tiene una capacidad curiosa de hacer que acabemos vinculando todo lo ahumado a nuestros propios referentes ahumados, a mí la mantequilla me recordó a salmón de otras épocas y a M. a provola fresca affumicata, después a mí también me recordó más a esta última, ¡cómo es la cabeza! Parece que el ahumado es un denominador común que une cosas dispares. Esta mantequilla era francamente deliciosa, con una textura suave, el ya comentado sabor ahumado de fondo y, por el camino, un gusto lácteo intenso, profundo, pero fresco. ¡¡Una maravilla de entrante!!
De primero, elegimos judías con crema de jamón (14 €). Judías planas con una crema de jamón muy sabrosa, con un toque de picante y ¿anacardos? picados por encima para un contraste a nivel de textura. Las judías estaban al dente (y alguna presentaba algún extremo recio) y la crema de jamón era umami puro y duro. Dicha crema consistía en una salsita densa profundamente sabrosa, parecía hecha con huesos de jamón, además de jamón, como una especie de reducción de un caldo concentrado. Resultaba un plato francamente excelente.
Después escogemos el siguiente plato: papas, yema de huevo y pesto de shio koji (11 €). Por lo visto el koji es un hongo —hongo koji-kin, lo que para nosotros sería, en latín, un Aspergillus oryzae— que se hace crecer en arroz y otros cereales, humedeciéndolos, y que luego se sala (shio) y es perfecto para marinar todo tipo de alimentos —carnes, pescados, verduras—, los cuales reblandece aportando saborón. Este hongo le aporta un interesante toque salino, y umami, al pesto. Las patatas agrias fritas con piel son de excelente calidad y, además, llevan queso cheddar pitchfork de la quesería Trethowan Brothers —suministrado por Formaje— rallado por encima. Finalmente, se acompaña todo con una especie de mahonesa suave.
Un conjunto, de nuevo, lleno de sabor, la yema, hecha una especie de holandesa, creo que es lo que menos se nota en cuanto a sabor, pero aporta cremosidad al conjunto, buenísimo.
Y, para finalizar, kofta de cordero andaluz con yogur tandoori (21). Kofta o kofte, o como se llame según la zona, es una preparación típica de Oriente y de los Balcanes que consiste en carne picada, especialmente de cordero, con especias y acompañamientos varios, en particular yogur y muchas veces, menta o cebolla. Aquí el «albondigón» va con yogur muy cremoso y ligeramente especiado y una base de tandoori para aportar intensidad al asunto. Otro plato muy logrado, con la carne en un punto medio de firmeza, y la salsa proporcionando hidratación y sabor orientalizantes.
Ah, se me olvidaba, el plato anterior viene acompañado de un pan de pita casero, para que te puedas hacer un bocata estupendo; nosotros así lo hicimos.
No llegamos al postre, estábamos algo congelados.
Hiro ha abierto, creo, hace unos 5 meses, por ello tiene algunos fallos como cierta lentitud y desorganización en el servicio, aunque la gente que atiende es muy amable, y tal vez deberían reducir un poquito el punto de sal en los platos. Tampoco sé si el público que han conseguido, chavalería instagramera y/o tiktokera «de bien» es lo que buscan como chefs, entiendo que dará dinero, pero puede hacer huir a público más interesado por la cocina.
En cualquier caso, Hiro es un lugar estupendísimo para comer bien, es una cocina perfectamente elaborada, donde se preocupan por ofrecer materias primas variadas y de gran calidad. Proponen platos diferentes a lo que encuentras normalmente por ahí, realmente sabrosos, de gusto intenso con influencias de Latinoamérica y Oriente. Presentan una oferta gastronómica realmente creativa y disfrutable, perfecta para compartir. Que conste que ofrecen también interesantes platos con mollejas, perfectos para los casqueriosos.
Tienen política de reserva por la que pagas 10 € por persona si no te presentas sin cancelar 24 horas antes. El horario es algo rígido, dos turnos, de 20:00 a 22:00 y de 22:00 a 24:00 y los martes están cerrados.
Hiro está en C/ Espíritu Santo 40. Aquí está su información online.
P. S. Y, nada, este es mi último artículo en este medio. Muchas gracias a los lectores fieles, si hay alguno, espero que hayáis disfrutado leyendo tanto como yo escribiendo.
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