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Las contadoras de historias

Hace unos días tuve el honor de recibir el premio Josefina Molina, que entrega la Asociación de escritores cinematográficos de Andalucía (ASECAN) en reconocimiento a la trayectoria de una mujer destacada de la cinematografía andaluza. Fue algo especial para mí, no solo por la cariñosa consideración hacia mi trabajo que tomo con todo el amor, sino por llevar el nombre de Josefina Molina, una gran referente y una mujer a la que admiro profundamente.
Fue precisamente gracias a ASECAN, en el año 2016, cuando pude conocerla. Yo andaba tras el escenario de la gala haciendo labores de regiduría cuando ella recogía su Premio de honor. La tuve al lado mientras ella miraba el vídeo homenaje que se proyectaba antes de que saliera al escenario y pude ver la emoción en su rostro. Estos pequeños recuerdos son para mí un tesoro porque puedo imaginar lo difícil que tuvo que ser para ella y para sus compañeras, Pilar Miró o Cecilia Bartolomé, las primeras mujeres licenciadas en la Escuela Oficial de Cinematografía allá en los últimos años de la dictadura, cuando el cine, todavía, era un terreno reservado para los hombres.
Las tres tuvieron que enfrentarse a los recelos y el machismo de la industria, y sin embargo se convirtieron en voces indiscutibles de nuestra cinematografía. Y lo mejor, lo hicieron juntas, siendo amigas, dándole la vuelta a un sistema que todavía hoy potencia la competitividad, los codazos y el individualismo.
Las narradoras tenemos un papel fundamental en la sociedad, y es el de hacer entender que nuestras experiencias importan, que son tan universales como las de nuestros compañeros, que no son un epígrafe dentro de “el cine” o “la literatura” sin adjetivos
En una ocasión, Josefina Molina dijo: “Que yo recuerde, nunca en los primeros veinte años de mi vida pude ver una película dirigida por una mujer. Nadie me habló de Alice Guy ni de tantas otras que aportaron su grano de arena a la creación de un nuevo lenguaje”. A mí gustaría decir que mi generación fue distinta, que yo sí pude crecer con referentes femeninos que me hicieron sentir que mis experiencias eran universales, que mi mirada era tan válida como la de los hombres, que las niñas como yo podían vivir aventuras en esas películas que yo devoraba y grababa en VHS una y otra vez. Pero no. Mi experiencia no está tan lejana de la de Josefina y pienso que por eso quizás, aunque siempre amé el cine, nunca entró en mis planes dedicarme a ello. En mi mundo, esa posibilidad simplemente, no existía, no era una opción real. Así que estudié Historia del Arte para ser arqueóloga y poder encontrar historias en el pasado que nos dieran respuestas sobre quienes somos hoy, algo que siempre me ha apasionado.
La valentía y el arrojo de estas pioneras me conmueve, pero sobre todo, me inspira. Me recuerda que las mujeres en el cine hemos sido espectadoras de nuestra propia historia durante demasiado tiempo. Y que como suelo pensar últimamente, narrar es un acto de rebeldía.
Hoy, 8 de marzo, quisiera reivindicar la importancia de las mujeres cineastas, escritoras, dramaturgas y en definitiva, contadoras de historias. Las narradoras tenemos un papel fundamental en la sociedad, y es el de hacer entender que nuestras experiencias importan, que son tan universales como las de nuestros compañeros, que no son un epígrafe dentro de “el cine” o “la literatura” sin adjetivos. Tenemos el poder de cuestionar las narrativas dominantes y ofrecer otras visiones del mundo, hacer visibles perspectivas que han sido ignoradas o minimizadas, crear un marco mucho más amplio y diverso con el que le digamos a las nuevas generaciones “aquí hay sitio para ti”.
Si queremos cambiar las historias que se cuentan, primero debemos cambiar la forma en que las contamos. Por ello apelo al espíritu de nuestras pioneras, Josefina, Cecilia, Pilar, y recuerdo cómo se abrieron paso en una profesión que no creía en ellas, siempre desde el apoyo mutuo y las redes de cuidado.
Y tenemos también un gran desafío, el de cambiar las reglas del juego en una industria anclada en un sistema competitivo, jerárquico y autoritario. El cine no debería ser una batalla de conquistas, sino un espacio de creación colectiva, de escucha y de cuidado mutuo.
Decía otra de mis mujeres favoritas, la escritora Úrsula K. Le Guin: “La historia dominante ha sido la del guerrero, del héroe que mata y domina. Pero hay otras formas de contar, narrativas más antiguas, más sabias, que hablan de cooperación y supervivencia”. Si queremos cambiar las historias que se cuentan, primero debemos cambiar la forma en que las contamos. Por ello apelo al espíritu de nuestras pioneras, Josefina, Cecilia, Pilar, y recuerdo cómo se abrieron paso en una profesión que no creía en ellas, siempre desde el apoyo mutuo y las redes de cuidado. Creo que es el único camino, para el cine, pero sobre todo para la vida.
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