La generación irrepetible del alpinismo aragonés: una historia de amistad, cimas y tragedia
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La mejor generación de alpinistas aragoneses no fue solo un grupo de deportistas excepcionales, sino también una hermandad forjada por su pasión por la montaña. La exposición ‘Espíritu de equipo, una generación irrepetible, abierta en el Centro Ibercaja Huesca hasta este martes, rinde homenaje a esa amistad y a sus gestas en las cumbres más desafiantes del planeta. En el marco de la cuarta edición del Pirineos Mountain Film Festival (PMFF), esta muestra ha permitido revivir algunas de sus expediciones más emblemáticas, en las que llevaron la bandera de Aragón a los picos más altos del mundo, hasta que el destino truncó su camino en el K2 en 1995.
Este recorrido expositivo no se centra en la tragedia, sino en la vida y el legado del grupo, con material audiovisual, fotografías, sonidos originales y documentos inéditos que habían permanecido guardados durante más de tres décadas. La historia de Javier Escartín, alma del equipo, junto con Pepe Garcés, Ignacio Cinto, Toño Ubieto, Víctor Arnal, Lorenzo Ortas, Jerónimo López, Carlos Buhler, Manuel Ansón, Lorenzo Ortiz, Manuel Avellanas y otros grandes montañeros, cobra una nueva dimensión en esta muestra organizada por los clubes Peña Guara y Montañeros de Aragón.
“Es una generación irrepetible que marcó un antes y un después para los amantes de la montaña tanto en Aragón como fuera. Desde el festival queríamos homenajearles en esta edición, cuando se cumplen 30 años de la fatídica expedición al K2”, destaca David Asensio, director del PMFF.
Es una generación irrepetible que marcó un antes y un después para los amantes de la montaña tanto en Aragón como fuera
Lorenzo Ortas, comisario de la exposición junto con la argentina Peri Azar, admite que revivir estos recuerdos no fue sencillo: “Tuve que impregnarme de la historia, hacer el duelo y preparar el trabajo”. La travesía de este equipo comenzó en 1977 con su primera gran expedición al Ausangate, en Perú, una cumbre de más de 6.000 metros que marcó su entrada en el alpinismo de élite. A partir de entonces, pusieron su mirada en el Himalaya, logrando ascensiones en Hidden Peak, Gasherbrum II y el Everest en 1989 y 1991, hasta llegar a su último reto: el K2 en 1995.
En esta última expedición, la fatalidad les alcanzó. El 13 de agosto de ese año, Javier Escartín, Lorenzo Ortiz y Javier Olivar lograron la cima del K2, pero nunca regresaron. “Nos llamaba el K2 tras el Everest, nos veíamos capaces”, recuerda Ortas. Sin embargo, las condiciones climáticas extremas, con vientos superiores a 150 kilómetros por hora y temperaturas de 20 grados bajo cero, les impidieron descender.
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Aquella expedición cambió para siempre la historia del alpinismo aragonés. Los siete integrantes que llegaron a la montaña sabían que enfrentaban un reto mayúsculo. Después de semanas de aclimatación, iniciaron el ascenso final. Ortas decidió quedarse en la tienda: “No quise salir y les dije que me quedaría esperando en el hombro. Sin saberlo, fue una decisión que me salvó la vida”. Sus compañeros alcanzaron la cima junto a otros montañeros internacionales, pero la noche cayó antes de que pudieran descender. “El tiempo cambió, comenzó a soplar un viento impresionante y las temperaturas se desplomaron. No volvimos a saber de ellos”, relata.
Durante la noche, “el viento rompió las tiendas de campaña. Una se la llevó, literalmente, y la otra la partió. Con Pepe tuvimos que aguantar toda la noche a la intemperie, sin sacos ni guantes. Pepe sufrió congelaciones y le amputaron parte de un dedo. A mí me cortaron varios”, añade. La espera fue en vano: “El resto de los que subieron no bajaron. Creemos que el viento los tiró y cayeron por la montaña”.
El impacto de la tragedia le hizo una enorme mella. “Pasaron muchos años hasta que pude asumirlo. Nadie puede imaginar que se mueran seis compañeros y que no baje ninguno. Al principio esperas, pero luego comprendes que no volverán”, admite Ortas. El regreso a Huesca fue desolador: “Cuando llegamos, encontramos a las familias destrozadas. El choque fue brutal. Fuimos siete y volvimos cuatro”.
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Aquel momento marcó el final de una era. “Se nos acabaron las excusas para ir al Himalaya. Se rompió el grupo. Pepe Garcés subió el K2 en 2001 y así cerró el círculo. Meses después, desapareció en el Dhaulagiri”. Años después, en 2019, el montañero vasco Alex Txikon le convenció para regresar al campo base del K2, donde pudo reencontrarse con sus recuerdos: “Pensé que lo tenía cerrado, pero no. Fue como visitar a unos viejos amigos”.
El doctor Manuel Avellanas, otro de los miembros del equipo, describe la exposición como “un cúmulo de emociones”: “Muchas de las cosas expuestas llevaban décadas sin abrirse. Sabía lo que había, pero no lo había visto”. Entre los objetos exhibidos se encuentran la bota de vino con la que brindaban, una pañoleta verde de las fiestas de San Lorenzo, un piolet y cartas manuscritas que reflejan su espíritu de camaradería.
Así, la historia de estos alpinistas aragoneses no se recuerda solo como una tragedia, sino como un testimonio de valentía, compañerismo y superación.
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