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Bases, no, OTAN ya veremos

Como John Wayne y su legión invencible ya no cabalgan junto a nosotros, a la Unión Europea le ha dado la bulla de meterse en la mili. Se lo ha tomado con calma, como siempre hace Europa, con su peculiar flema inglesa, aunque el Reino Unido ya no pertenezca a su club político. Estábamos tomando té con pastas en la mansión de la marquesa, cuando nos dimos cuenta de que Estados Unidos ya no era el amigo americano.
Cabría preguntarse, entre bandejas de Ferrero Rocher, desde cuándo la OTAN dejó de suponer lo que antes supuestamente representaba, un paraguas defensivo que reunía a los países que estaban al oeste del falso edén soviético. Desde que el Pacto de Varsovia pasó a mejor vida, a la también llamada Alianza Atlántica, se le ha ido buscando algún chapuz que otro, como la lucha contra los asteroides o contra el yihadismo. Por más que los sarracenos del ISIS o de Al-Qaeda o cualquiera de sus franquicias, sean más de auto-inmolarse y llevarse por delante con cimitarras explosivas a doscientas criaturas en los trenes del amanecer o en las discotecas parisinas, que de lanzar misiles para que los intercepte alguno de los destructores estadounidenses aparcados en Rota –que fueron aceptados, por cierto, en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero y ampliados de cuatro a seis, hace un par de años, con el gobierno más progresista de la historia española--.
La OTAN es una comunidad de propietarios cuya llave la tiene el Pentágono y ahora, por vía de su casero, nos pide una derrama para seguir haciendo como que nos defienden de los okupas. Sin embargo, mal que nos pese a los europeos, es el único primo de Zumosol que tenemos a mano para pensar que estamos a salvo de los chulitos de la pandilla rival, aunque quizá en realidad no lo estemos. La OTAN es un negocio pero es el único quiosco que nos queda disponible, no lo quiera Mao, si a los durmientes de los bazares chinos les diera por invadir las tiendas de desavíos patrias. O para echarle un pulso a Putin si después de tangar al heredero de Chamberlain con los sudetes de Ucrania le diera por escuchar a Wagner e invadir Polonia.
Los europeos somos lentos pero no tontos, aunque a veces lo parezcamos. Y, desde hace tiempo, las escasas cabezas pensantes –haberlas, haylas-- que en la política comunitaria se interesan por los temas de defensa y de seguridad, llevan maliciando que el Tío Sam pretendía desheredarnos como sobrinos si no subíamos la apuesta
Y eso que el Séptimo de Caballería nos lo avisó, que ahí jugó limpio o quizá fuera de farol para saber si llevábamos escalera real o la mano del muerto –dobles parejas de ases y ocho-- que se dice que da mala suerte, desde que a Bill Wild Hichcock le estampasen varios tiros por la espalda cuando llevaba esas cartas al póker. En 1991, la URSS estaba de saldo y sus repúblicas se vendían por retales. Fue entonces cuando los estados miembros de la OTAN se reunieron en Roma para decidir si liquidaban el tenderete o ampliaban el negocio. Georges Bush padre, el de la primera guerra del Golfo, se lo preguntó a la peña, por si acaso quisieran los europeos preparar su propio sistema defensivo, porque ya había países amagando con resucitar la vieja y renqueante Unión Europea Occidental, creada sobre los escombros del Sistema Europeo de Defensa, que fue un quiero y no puedo de la última posguerra mundial. Que si, que nos quedamos, gritó al unísono la alegre muchachada. Y lo hicimos, tomando cuidadosos apuntes de lo que se nos dictaba desde la Casa Blanca: reducción de los efectivos de las fuerzas armadas europeas –España afortunadamente suprimió el servicio militar obligatorio diez años más tarde--, mayor capacitación tecnológica, más movilidad y fluidez –de ahí nuestras misiones internacionales, sean humanitarias o inhumanas--, actuación coordinada a demanda de los organismos internacionales –aunque nos pasáramos por el forro a las Naciones Unidas cuando conviniese--, excursiones fuera del área del Atlántico Norte y la definición de una nueva identidad de seguridad y defensa, que ni está ni se le espera.
Los europeos somos lentos pero no tontos, aunque a veces lo parezcamos. Y, desde hace tiempo, las escasas cabezas pensantes –haberlas, haylas-- que en la política comunitaria se interesan por los temas de defensa y de seguridad, llevan maliciando que el Tío Sam pretendía desheredarnos como sobrinos si no subíamos la apuesta. Fue otro momento crítico: podríamos haber sentado, entonces, las bases para dormir, al menos, en habitaciones separadas de Washington, pero no hubo caso. Atención, pregunta: ¿cómo construir una defensa europea si buena parte de la tecnología de la guerra llevaba el Made In USA desde el culo de los proyectiles a los sistemas de navegación aéreos, lo que nos chafó un encargo de Hugo Chávez, también en tiempos de ZP, porque no teníamos su patente y Estados Unidos sí mantenía un bloqueo con Venezuela?
Así que decidimos liquidar la Unión Europea Occidental en 2011 y preguntarle, después, a Joe Biden cuánto se debe: así, ampliamos el escudo anti-misiles de la obsoleta Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan y Darth Vader, en lugar de mandar a por tabaco a Yankee Doodle Dandy en 2024, cuando hubiéramos podido hacerlo según el alquiler a plazos de nuestras bases que fijaron los acuerdos hispano-norteamericanos de 1953, en sus sucesivas reediciones.
Hagamos lo que hagamos, estamos más perdidos que el barco del arroz, porque seguiremos sin mover un dedo y seremos ninis sin planes para irnos de una casa que ya no es la nuestra
A esto iba: la Unión Europea no ha invertido lo suficiente en crear su propio parque tecnológico cívico-militar y sigue sin recursos para dotarse ni siquiera de un tirachinas para crear su propia autodefensa. Así que no se extrañen, por ejemplo, de nuestro papelón frente a la brutal ocupación israelí de Gaza. Lo mismo da que da lo mismo a los intereses de Tel Aviv que Josep Borrell, como alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, montase la bronca con toda la razón del mundo o que, nuestra actual Mrs. Pesc, Kaja Kallas, lleve en su maleta guantes de seda para su gira de estos días por Oriente Próximo. La Unión Europea pinta menos, en ese avispero o en el de Ucrania, que Antonio Péres como secretario general de la ONU.
Que nos tenemos que tragar a la OTAN, eso parece o eso nos dicen, de grado o con ruedas de molino. Y que nos va a salir más cara, porque el guardaespaldas ha subido sus tarifas. De eso, aunque no se hable de todo ello, irá el debate de este miércoles en el Congreso español de los Diputados. Allí, el PP y el PSOE harán el paripé y se lanzarán cohetes dialécticos tierra-tierra. La oposición le dirá al Gobierno que dé la cara en las Cortes para explicar qué planes tiene y cuánto van a costarnos. El inquilino de La Moncloa recordará, sin duda, que el sin par José María Aznar nos metió en una guerra por la puerta falsa o sacará los papeles de wikileaks en los que aparecía Mariano Rajoy ofreciendo a EE.UU. que metiese en Rota a sus submarinos nucleares, a la chita callando y sin informar a sus españoles y muy españoles.
Pero ambos estarán de acuerdo, también por lo bajini, en lo que está de acuerdo la Unión Europea. En que, hagamos lo que hagamos, estamos más perdidos que el barco del arroz, porque seguiremos sin mover un dedo y seremos ninis sin planes para irnos de una casa que ya no es la nuestra. Quizá, al menos, pintarían calva la ocasión para desahuciar a la VI Flota y a la US Air Force, a los marines –Semper Fidelis-- de sus acuartelamientos en España, Italia o Alemania, pongo por caso. Donald Trump nos está demostrando que dicho país ya no es un socio fiable, que el presunto aliado se ha convertido en un alien y que es un caballo de madera a las puertas de Troya.
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