La soledad no deseada, un fenómeno que se dispara entre los jóvenes: “No tengo energía para salir de casa”

Pilar, una joven zaragozana de 28 años, se siente sola a pesar de vivir junto a su familia. El sentimiento de soledad no deseada está presente en su vida desde la pandemia del Covid, cuando se quedó sin amigos: “Me quedé sola, me quedé sin gente”, confiesa. Como ella, uno de cada cuatro jóvenes en España se sienten solos, según el ‘Barómetro de soledad no deseada’.
Lo cierto es que, cuando hablamos de esta forma de sentir, nuestro pensamiento se dirige hacia las personas mayores, sobre todo aquellos que viven solos o no tienen familia. Pero los datos muestran lo contrario: es un fenómeno que afecta más a los menores de 40 años. El mencionado informe recoge diferentes estudios según los cuales la prevalencia de la soledad no deseada llega a ser el doble en ese tramo de edad respecto al de 55-74 años. Y lo más preocupante es que se trata de un fenómeno que está aumentando con fuerza.
Las investigaciones sobre soledad no deseada constatan que esta realidad no tiene que ver en concreto con los jóvenes que viven solos, sino también con aquellos que, como Pilar -cuyo nombre es ficticio porque prefiere guardar el anonimato-, están acompañados de su familia, comparten piso o incluso viven con su pareja. No se trata de estar acompañados. Las estadísticas evidencian cuatro grupos más vulnerables: pertenecer al grupo LGTBI, ser emigrantes, tener una discapacidad y ser o haber sido víctima de bullying. En este último se encuentra Pilar.
A pesar de que resulta redundante hablar sobre el impacto de la pandemia en la sociedad, lo cierto es que marcó un antes y un después, sobre todo en el uso de la tecnología y en cómo nos comunicamos. Pilar perdió las relaciones a nivel presencial y comenzó a vincularse con la pantalla del ordenador, aún más de lo que ya lo hacía. El hecho de no tener encuentros físicos reforzó el uso de nuevos foros y juegos online para socializar y a día de hoy cuenta que no tiene amigos.
Su vida se desarrolla en el ciberespacio y dentro de una jaula de cuatro paredes, su habitación. No sale ni siquiera a dar paseos a tomar el aire, sacar al perro o ir a tirar la basura. Su frase más recurrente cuando la animan para que escape de su mundo es: “No tengo energía para salir de casa”.
La psicóloga Tere Millán plantea que el uso excesivo de internet está relacionado con la reducción de la interacción social, el deterioro de la calidad de las relaciones con amigos y familia y la falta de interés por la vida cotidiana, entre otras. “Es la pescadilla que muerde la cola, ‘me paso la tarde oyendo a un youtuber’, ‘ya no me siento sola o solo’. Pero sigue siendo una relación superficial”.
Para los jóvenes, el no poder confesar a sus amigos cuándo lo están pasando mal, o el miedo a que los aparten si lo cuentan, les hace sentirse cada vez más alejados de su entorno más cercano y se refugian en el digital. De ahí “la importancia de tener redes de apoyo, no sólo para pasarlo bien, sino que estén presentes también en los momentos malos”, según la psicóloga.
En el caso del acceso a las redes sociales para conocer gente o grupos afines, “algunos jóvenes prefieren la interacción online a la presencial y eso a la larga les aísla”, les daña la salud física y mental, y está relacionado con la aparición de depresión y ansiedad como se ha demostrado en varios estudios, plantea la experta.
“Sin ganas de nada”
Otra joven, Aitana, explica que sintió la soledad en algunos momentos de su vida e incluso en los últimos meses: “Tengo familiares pero no me apoyan, es como si estuviera sola, no tengo a nadie donde apoyarme”. Con sus apenas 31 años, un trabajo a jornada completa en el sector de la hostelería, una vivienda de alquiler en el barrio de Las Fuentes y una vida por delante, ha tenido que hacerse cargo de su padre debido a una enfermedad psiquiátrica. “Se le ha ido la cabeza y me he tenido que hacer cargo de él con todo lo que eso conlleva, y no he tenido a nadie”, cuenta con pena.
Recurrió a la asistencia social para que la ayudaran a encontrar un centro adecuado donde internar a su padre por sus condiciones y tampoco recibió respaldo.
Explica que tuvo que pedir una excedencia para poder gestionar la nueva situación, lo que también supone un estrés para ella porque dejó de percibir ingresos: “Estando sola con este panorama no puedo hacer lo mismo que un joven, con gente que le ayude porque se pueden repartir el trabajo”.
A consecuencia de esta circunstancia, la zaragozana, ha tenido un exceso de cansancio, ansiedad, depresión e insomnio, “sin ganas de nada”, aunque dice que con el tiempo lo va llevando mejor. Aitana se reincorporó al trabajo hace un mes, ahora de media jornada, según ella eso la ayuda a desconectar aunque a la vez también le genera estrés. De esta manera puede visitar a su padre todas las tardes y los fines de semana vuelve a trabajar de extra en la hostelería “para recuperar” lo que traduce en tener dinero para salir con sus amigas que dice que le hace bien.
“Me gustaría que hubiera lugares donde conocer gente sin tener que pagar”
El impacto económico es otro elemento subyacente que impacta directamente en la salud mental, sobre todo si lo vinculamos al poder adquisitivo para participar en las actividades de ocio. Pilar se queja de no tener lugares de esparcimiento adecuados a su estatus de estudiante universitaria: “Me gustaría que hubiera lugares donde conocer gente sin tener que pagar”. Afirma que a través de internet conoce a otros jóvenes con sus mismos intereses, pero no puede relacionarse personalmente porque tendría que desplazarse a otras provincias, lo que supone un coste elevado para ella.
El ex secretario general de Naciones Unidas Kofi Annan afirmó que “una sociedad que aísla a sus jóvenes corta sus amarras: está condenada a desangrarse”. Es por esto que los gobiernos tienen la misión de garantizar y fortalecer las aptitudes y los valores de sus jóvenes. Lo cierto es que el incremento de la soledad no deseada en la juventud española es ya un hecho y “los jóvenes de hoy son el futuro del mañana”, una frase que no pierde relevancia en el tiempo. “El hombre es un ser social, y si no desarrolla en su juventud habilidades sociales, le va a afectar en el futuro. A él, y a toda la sociedad”, afirma la psicóloga aragonesa Millán. La solución para revertir esta situación está encima de la mesa.
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